Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Deudas con Cirilo

Autor:

Mayra García Cardentey

Lo llaman el escritor cubano más eminente del siglo XIX y uno de los más célebres de todos los tiempos. Cecilia Valdés, considerada su obra cumbre, tiene homónimas propuestas cinematográficas, óperas y representaciones teatrales. El 28 de octubre se cumplió el bicentenario de su onomástico. Pero ¿quién se acuerda de Cirilo Villaverde (Pinar del Río 1812-Nueva York 1894?

Si bien en años ulteriores las merecidas jornadas por los centenarios de Dora Alonso, Lezama Lima y actualmente la del dramaturgo Virgilio Piñera han revolucionado el mundo literario y escénico del país; las dos centurias de Villaverde han sido escasamente aludidas, salvo contadas celebraciones en Artemisa, Pinar del Río y la capital cubana.

El desconocimiento y desinterés por la obra y vida de Cirilo Villaverde, fuera de su archiconocida Cecilia Valdés, se vislumbran causa irrefutable del casi mutismo en su bicentenario.

Villaverde creó su propio mito, Cecilia Valdés o La loma del ángel, y quedó superado por este, enterrado en vida y más allá. Al hombre, a la persona, al prolífero novelista, nadie lo conoce.

Es el mayor novelista del siglo XIX cubano, todos lo vociferan, pero sigue siendo un gran desconocido. ¿Cuántos saben de su Excursión a Vueltabajo, de La peña blanca, El ave muerta, El perjurio y La cueva de Taganana?

La herencia literaria de Villaverde mayormente conocida en Cuba solo se remite a diez años, de 1838 al 48; su literatura escrita en la diáspora, con un intenso amor a la Patria, de abogacía por la independencia de Cuba, es omitida.

Pero si poco se vislumbra sobre su aporte literario más allá de Cecilia Valdés, inexplorada resulta su labor en función de la independencia de Cuba, que incluso algunos han tratado de estigmatizar por sus primigenias vertientes anexionistas, como si un hombre solo fuera un fragmento, pasaje aislado de vida, y no una existencia llena de actos dependientes de variables contextos y situaciones históricas.

Y es que su vida fue su mejor novela. Sufrió en carne propia dos fuegos: el español y el de los suyos, víctima, como no pocos protagonistas de la historia patria, de recriminaciones históricas, por haber sido secretario personal de Narciso López. Su anexionismo es aún punto discutible, según refieren los investigadores.

A los hombres, sin embargo, no se les puede escudriñar con la mirada esquemática de la contemporaneidad, y bajo el prisma del «aparente traidor» olvidaron que fueron él y su esposa Emilia Casanova quienes aclararon en su tiempo, a figuras imprescindibles de las luchas independistas en el país, que Estados Unidos no era puente para auxiliar a la nación cubana.

Villaverde, el hombre al cual Martí, con amor y cariño, nombró como «un escritor óptimo y un patriota entero», le abrió las puertas al Apóstol cubano en Nueva York y lo presentó a varias de las grandes personalidades que lucharían por unir a los patriotas cubanos.

Todo queda resumido a una novela costumbrista y antiesclavista, que le ha jugado la mala pasada del olvido de su apasionante vida y del confinamiento de sus otros escritos en el recuerdo de alguna biografía.

Deviene acto imprescindible ubicar en toda su dimensión a Cirilo Villaverde, a quien algunos han calificado como padre de la novela en la Isla; y conocerlo, leerlo y entenderlo. La educación cubana, la identidad cultural cubana, le deben eso.

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