Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Pequeños vigilantes

Autor:

José Alejandro Rodríguez

Previo ruego de anonimato y muy preocupada, una madre me confesó que en el aula de cuarto grado de su hija, cuando la maestra debe ausentarse por cualquier situación, deja de guardián del grupo a alguno de los educandos.

El designado debe velar por la disciplina entre alumnos que, ante la ausencia de la autoridad docente, lógicamente desatan sus travesuras y juegos. Se revuelven, niños al fin, y no larvas de adultos ni precoces aburridos.

El elegido debe apuntar en un papel los nombres de quienes se portan mal, para luego entregarlos a la maestra. Y entre los pequeños, unos se niegan a fisgonear y revelar la indisciplina de sus condiscípulos. Entonces, se ven compulsados a mentir. Comienzan a descubrir la comodidad de mentir. Otros cumplen la encomienda, inseguros o presionados por la autoridad docente. Y van escogiendo así, demasiado temprano, una vía para ser aceptados y gratificados a costa de sus delaciones.

Lo curioso es que, según me cuenta la madre de marras, la maestra es una persona seria y responsable; pero con  cierta tendencia al autoritarismo ciego y sordo. Y lo errático, más peligroso de lo que pareciera, es delegar en esas criaturas, cuando aún no poseen la madurez para decidir y fundamentar sus actos, la misión de celador e informante, que nada tiene que ver con valores como la honestidad, la sinceridad y el ejercicio crítico, los cuales deben estar motivados siempre por el cariño y la fraternidad. Algo opuesto a la cacería de culpables.

Las funciones de cuidar el alumnado y velar por su disciplina son privativas del docente o la auxiliar pedagógica. No deben ser transferibles a los propios niños. En todo caso, si las plantillas no están cubiertas, siempre debe auxiliarse  de un directivo u otro trabajador de la escuela cuando el docente tenga que ausentarse justificadamente.

La historia de estos pequeños «guardianes» no sé si es excepcional o puede estar registrándose ahora en otra aula. De lo que sí estoy convencido, luego de consultar  fuentes confiables en tal sentido, es de que esa práctica es una libérrima atribución allí, y no está orientada en las normativas y reglamentaciones del Ministerio de Educación.

Al final, lo que está en juego en esta historia es el distorsionado concepto de la disciplina y la obediencia. Esos «vigilantes» lengüilargos en miniatura podrían acostumbrarse a abrirse paso delatando a sus compañeros, viendo la paja en el ojo ajeno. Son candidatos al futuro oportunista, que se sostiene buscando las manchas ajenas, para ocultar las propias. Ya de adultos esos sibilinos, que no dan la cara de frente ni enjuician con amor y limpieza, van sembrando el daño, hasta que un día revelan su propia naturaleza, ya carcomida.

Cuando la anónima madre concluyó su historia, le pregunté qué pensaba hacer. Y me respondió llena de dudas e incertidumbre que no tenía la menor idea. Le sugerí que al menos en un primer momento hablara con la maestra, y le explicara las consecuencias de esa temprana delegación, tanto para los niños que la cumplen como para los que no.

Temerosa, la testimoniante me rogó que nunca revelara su identidad. Le di mi palabra y la mantengo, pero le insistí en que ante los males, sobre todo en la formación de futuros ciudadanos, lo peor es resignarse y dejar pasar. Chapurreó pretexto más pretexto, que si su niña es quien va a pagar, que si al final no se resuelve el problema y ella no va a «coger lucha» y ser la atravesada...

¿La solución será cruzarse de brazos?

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