Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Cinco mujeres

Autor:

Reinaldo Cedeño Pineda

Uno las ve pasar. Calladas, exultantes, milagrosas. Están ahí, una y otra vez, para hacernos nacer, para salvarnos.

Hay una dama que todas las mañanas abre la verja en la calle Los Maceo, en el oriente del oriente. Su disciplina es su talismán. El mundo es mejor cuando ella convoca a la danza, cuando insufla aire a la ilusión. Pregunten sino a las maderas de los tabloncillos; a los niños de la academia, a sus alumnos de la compañía Danza Fragmentada, a Ladislao Navarro.

Pregunten a su propio hijo, Esteban Aguilar, a quien formó como bailarín, y a otros que hoy danzan en cualquier rincón de este planeta. Que me pregunten, para decirles que la he tenido cerca, a la maestra Esther Domínguez. Al lado de su Premio Elfriede Mahler, con que Guantánamo reconoció su trayectoria, quiero dejarle un beso.

Hoy pienso en Margaret Balanza, en la increíble Margaret. Ella quiso ser bailarina, pero el destino la hizo veterinaria. Fue su manera de danzarle a la vida. «La grandeza de una nación y su progreso moral puede ser juzgado por la forma en que sus animales son tratados», decía Gandhi. Esa preocupación por la salud no le abandona, en animales ni en personas. Basta mirar su espacio «En Consulta», pasado el mediodía, cada viernes en Tunas Visión.

Margaret no cabe en sí misma. Margaret es una marca. Es una mujer que corre el horizonte. Su corazón tiene el tamaño de la isla. Por eso es productora, es directora, es conductora. Por eso es juez lego. Por eso puede.

¿Y Georgina Botta, el rostro de Santiago? Fundadora de aquel sueño increíble que fue Tele Rebelde, donde la gente tocaba a sus artistas para ver si eran de verdad. Asomada a las casas del oriente y luego, a toda Cuba. Al lado de los grandes, haciéndose grande. Elegante, rotunda, cálida. En la trova, las revistas, los pases, los noticieros, las transmisiones en vivo… durante 50 años. 

Su rostro es casi núbil en el Museo de la Imagen, la utopía que corporizó Bebo Muñiz. A ella se le debe el Premio Nacional de Televisión, y a las generaciones que la guardamos en la memoria como un latido. A esos millones. 

Hay una matancera, una santiaguera, una cubana que tiene un don: ella sabe mirar cuando otros pasan. La luz tiembla en sus ojos. Su lente viene de otra galaxia. Ella desanda su ciudad interior y la devuelve extática, virginal.

«Conmover es moralizar», escribió el Maestro. Me he asomado en vilo a su exposición Evas y Adanes. ¿Qué rostros son estos, qué manos? Gente triste, gente golpeada por los años, gente sola. Belice Blanco Garcés me ha tocado. Alguien le dijo un día que no sería jamás, que no podría; pero ella es un asombro, un grito.

Necesito una canción que me saque del mundo. Quiero irme con las letras de un bolero, un bolerazo.

Y tú, ¿acaso sabes reconocer a una diva?, ¿sabes cruzar el pórtico?, ¿quieres viajar a la velocidad de la luz, quieres romper el aire? Ah, entonces te presento a Marilis González. Podrá cantar en Santiago de Cuba, pero ella reina en ese universo que se llama música. Ella iza la canción en tu mismísimo pecho. Ella va a arrasarte…

Uno las ve pasar. Un gesto, una pantalla, una fotografía, una canción. Calladas, exultantes, milagrosas. Están ahí, una y otra vez, para hacernos nacer, para salvarnos.

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