Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Distancia y categoría

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila

¡Las nueve y pocos minutos de la noche! Aún me pican las manos de aplaudir, pero me pica más la cara de la vergüenza tras leer en las redes la queja de una doctora cuyo esposo (médico también) fue avasallado en una cola porque la mayoría no aceptaba que al personal de salud se le diera prioridad para comprar, gente que está echando pie en tierra en la primera línea del peligro, pero tiene también familia que alimentar y hogares que mantener aseados.

Tal vez sea algo anecdótico, no generalizable en todo el Archipiélago. Igual, me basta un caso para despertar la alarma ética y clamar por el sentido colectivo de gratitud, piedad y decencia, porque tras esas batas blancas hay mucho altruismo, pero hay también mucho estrés acumulado en casi dos meses de lidiar con la pandemia… y sin avizorarse el final mientras haya personas indolentes que se presten para transportar el virus de una víctima a otra.

Es más, a nivel de gobiernos locales e iniciativas altruistas, deberían incluirse esos núcleos entre los muy vulnerables, no solo por su nivel de exposición al virus, sino por sus emociones a flor de piel noche y día. ¿Acaso no podríamos aliviar sus tensiones creando mecanismos que aseguren sus retaguardias personales, y de paso evitamos exponerlos en las colas al aliento irresponsable de quienes no saben, o no quieren, guardar una saludable separación?

Distancia y categoría, como dijera algún popular personaje que ahora mismo ni recuerdo… ¿Y no merecen ambas esos seres que sin remilgos dedican hoy su vida a proteger la nuestra en una consulta o a bordo de una ambulancia?

Y ya que pido privilegios —en nombre de la empatía y la prudencia— para un grupo importante y no muy numeroso de compatriotas, alzo mi voz también por las personas con capacidades diferentes, estén o no en las listas de la Anci, la Ansoc y la Aclifim, recientemente chequeadas por las direcciones municipales de Asistencia Social.

En todos los municipios hay personas ciegas, débiles visuales, sordas o con limitaciones motoras que viven solas o con un familiar en iguales condiciones, y mientras nadie se encargue de traerles lo necesario, deberán salir a la calle una que otra vez para autoabastecerse.

Me duele contarlo, pero no pocas han tropezado con la incomprensión de la gente, e incluso de autoridades, quienes les reprochan «la irresponsabilidad» de pasar tiempo frente a un mercado, algo insólito, por demás, pues lo habitual debería ser que esas personas tuvieran prioridad en cualquier trámite, mucho más en el barrio, donde todo el mundo sabe si de verdad no tienen quien se ocupe de esos menesteres.

¿Ya pensaron cómo se las arregla alguien de baja o nula visión para andar por ahí sin tocar nada? ¿Acaso es justo reprocharlespor formar el caos, cuando las nuevas pistas son: «Voy detrás de la señora del nasobuco de cuadritos que está parada al lado de la del pantalón amarillo, y ella detrás del joven de las gafas moradas sentado en la otra acera…»?

Ríanse, pero reflexionen. Aplaudan en la noche, y luego sean coherentes de día. El Sars-CoV-2 no distingue edades, profesiones o cualidades físicas, ni tiene otra opción para subsistir que aprovecharse de las vulnerabilidades humanas. Nosotros, seres civilizados y sensibles, sí las tenemos.

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