Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Arroz con leche se puede casar

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila

EN la ley, como en la vida, ganó el Sí. Y ganó la concordia en un país que sigue asombrando al mundo por su capacidad para adaptarse de un reto a otro sin perder el sentido del humor, como la colega pinera Yuliet, que entre sus providencias para recibir al huracán de turno preparó un caldero enorme de arroz con leche dedicado musicalmente a todo el que se quiera casar.

Casi dos millones de personas votaron contra el nuevo Código de las Familias este domingo. Por convicción, por seguir a otros o como expresión de su malestar en la actual crisis económica, aunque no tengan nada personal en contra de esa ley y en su fuero interno sepan que podrán beneficiarse de las bondades que avala el documento que prefirieron ni estudiar.

De esas personas, la inmensa mayoría volvió a su cotidianidad sin pataleos depresivos y sin retirar la palabra a los vecinos que doblamos su número votando por el Sí. Hay más tiempo que vida, y el propio Código los protegerá ante intentos de revancha de quienes no pasan página con facilidad. 

Aunque en las redes haya peleas de unos pocos autonombrados paladines de muchos, en los barrios la gente sigue pidiendo sin resquemor el poquito de sal o la latica de arroz para terminar el mes, y en occidente miramos el cielo con recelo por los vientos de Ian, no por temor a un castigo divino. 

La vida sigue, y los temas a debate son el curso escolar pospandemia y la «salud» de la Renté, la Guiteras o la Felton, que ya vemos como familia. No se habla de Julietas y Romeos suicidándose porque no podrían casarse hasta los 18 años, ni de mandar hijos a otras latitudes para evitar que los hagan mortadella. Contra el virus de la ignorancia nos vacunamos hace décadas y no va a proliferar ahora, por mucho que sus cepas muten y se clonen en celulares recargados desde afuera.

Lo que empezó como legítimo reclamo de algunas minorías hace un par de décadas, ya es ley debatida, votada, firmada y en vigor desde este martes, tras su publicación en la Gaceta Oficial de la República. Me alegro como activista, como madre e hija, como  jueza que perdía el sueño cuando no podía hacer más por las familias que acuden a los tribunales para dirimir conflictos.

Allá los Gardel del extremismo que todavía gritan que 20 años no es nada para madurar un cambio, o que fue todo muy rápido y  el pueblo no estaba listo… Allá quienes hablan de fraude e ignoran las reglas electorales que el Parlamento cubano, en su legítima función de representación, había escogido previamente para contabilizar este referendo, el primero en el mundo sobre un código que describe y regula la cotidianidad del hogar.

Ese Parlamento que acusan de mañoso e intolerante es el mismo que escuchó los criterios de una parte no mayoritaria de la población en los debates de 2018 y decidió someter a voto, no los derechos, blindados en la Constitución desde 2019, sino el modo de hacerlos accesibles a todas las personas y familias, reconociéndolas por escrito en su existencia diversa.

La mera acción de acordar el referendo es prueba de buena voluntad. Y no fue una decisión facilista, porque molestó a otra parte de la población que incluso siendo beneficiada eligió no votar, por sus principios, aunque pusiera en riesgo sus deseos e intereses. Ese era su derecho, y nuestro Sí es también su triunfo, sin rencores. 

Se eligió ponderar el resultado sobre la base de los votos válidos, un modo más entre los habituales para manejar referendos en cualquier país. De ahí que el contundente 66,8 por ciento de aprobación sí sea legal y representativo.

Quienes esperaban que prevaleciera la cultura patriarcal y adultocentrista que todavía circula en las venas de la nación, dicen que 3,8 millones no es la mitad más uno de un padrón electoral en bruto de 8,5 millones. Tal vez harían bien en recordar que 1,9 no llega ni a la cuarta parte, así que aun extrapolando porcientos y jugando con fracciones, en ningún escenario el No se llevaría las palmas.          

Duela a quien duela, ganó el Sí. Ganó con naturalidad, sin que en los colegios se hostigara a nadie, y a la hora del cierre el conteo fue público, como siempre. Los sectores reacios y suspicaces pudieron designar observadores en cada local para subir a las redes evidencias del proceso. Y lo hicieron, no les quepa dudas. Si lo que vieron los decepcionó, es su maletín, como decimos por estas latitudes. Igual están invitados a saborear el amoroso arroz con leche que la Yuli cocinó ante el paso de Ian.  

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