Ya eran suficientes las privaciones de la sobrevivencia cotidiana en Cuba, para que un huracán con melífero nombre de mujer irrumpiera con saña en la región oriental del país, hasta herirla de gravedad con la esquizofrenia de vientos y aguas.
El mapa vivencial de esas zonas laceradas se trastrocó, con viviendas y moradores en la desnudez más triste, techos por los aires y ríos desbordados de fierezas como venas abiertas. Con tanto extravío de lo inmediato y de lo intangible sentimentalmente, que costará mucho resanar.
Aunque la estocada fue en el calenturiento levante del país, Cuba, de tan gregaria, es una sola ante el infortunio, aunque siempre haya egoístas que se tapien ante el dolor ajeno. Así hemos llegado hasta aquí, desde que Céspedes liberara a sus esclavos y los invitara a combatir con él por la independencia y la dignidad. Un abrazo perpetuo en situaciones cismáticas. Un surtidor de lágrimas por el prójimo; y sin pensarlo, una mano que se tiende con las tensiones consabidas de compartir lo poco, y hasta lo muy escaso e impredecible de la vida.
Y ese don magnánimo se reafirmó desde la víspera de Melissa, con las previsiones para atenuar sus peligrosos ramalazos. Una organizada evacuación que protegió en sitio seguro a decenas de miles de personas: en instituciones estatales o en casas de familiares y hasta de desconocidos. Todo un andamiaje de salvación nacional ante una catástrofe tan destructiva, en un país sin recursos apenas.
No podrán olvidarse las proezas de los rescatistas de los cuerpos armados y civiles, que arriesgaron sus vidas por las ajenas. Los que han llegado a los rincones más remotos e inundados y han cargado literalmente con los postrados y enfermos, los ancianos, embarazadas, niños y cuantos aparecieran en los ríos revueltos. En helicópteros y anfibios, o lanzándose a las corrientes bravías.
Dicen que la frase más socorrida de los salvados era: ¡Estamos vivoooos!, apuntalada en algunos casos por ciertas palabrotas de reafirmación
vivencial, como aquella de Juan Almeida, que coronaba el imperativo de no rendirse en el combate de Alegría de Pío.
Ahora Cuba, dadivosa y variopinta, la Cuba estatal, no estatal y ciudadana, junto a la solidaridad internacional está tendiendo un puente y un lazo de amor y de pertrechos hacia tantos damnificados, cuando menos recursos hay.
Lo reitero siempre: A este pueblo noble y sacrificado habrá que erigirle un monumento algún día, por las pruebas y obstáculos tan desgastantes que no se cansa de vencer una y otra vez. Él se ha ganado hace mucho tiempo, con su argamasa de persistencia, el derecho a vivir en paz y con sumo decoro. A levantar el país y sostener la luz de la esperanza por encima de tantos «apagones» de sus expectativas.
Lo más complejo será la recuperación, en circunstancias tan calamitosas. Y algo que nos urge: plasmar en el fárrago cotidiano ese mismo espíritu de salvataje, con fórmulas exitosas. Algo que requiere ágiles vuelcos para resanar nuestra arquitectura socioeconómica, sin famélicas estáticas milagrosas, pero tampoco con claudicaciones ante el peor postor. A renovar la quebrantada salud de nuestra Cuba. Y a levantarnos de la caída con inteligencia y coraje ante otras tempestades externas e internas, más peligrosas, que nos desafían y provocan a diario.