Un helicóptero vuela sobre las montañas de Cuba. Son las lomas de oriente. Lomas con sus farallones, trillos ocultos por la manigua y que no se ven desde el aire. Lomas que parecen interminables cuando se llega a sus faldas y te dicen: «Ese es solo el comienzo».
Tú miras esas laderas inmensas. Y me imagino que los pilotos deben pensar en el ambiente de humedad que todavía debe guardar el bosque de la sierra tras el paso de Melissa.
Porque estos días fueron días de agua. Días con horas de lluvias interminables, que se acumularon y bajaron por los cañones de esas laderas, convertidas en una masa que no respetó nada.
Desde la cabina el piloto, a lo mejor, reflexiona sobre lo frágil que separa la vida de la muerte. Es un hilo tenue, muy fácil de cortar. Un solo accidente, un descuido, una mala decisión, un error de cálculo y todo termina.
¿Qué edad deben tener los pilotos? El piloto y el resto del equipo. A lo mejor son personas adultas, hombres que acumulan una buena carga de horas de vuelo. Puede que no. Que entre esas personas que por estos días vuelan sobre las montañas transportando ayuda y salvando vidas estén muchachos jóvenes, con olor a aulas de la academia, a vuelos de entrenamiento.
Y sale la pregunta, por qué los recuerdos de los otros vienen: ¿cuántos de los que hoy vuelan esos helicópteros estuvieron en Angola? A lo mejor ninguno. A lo mejor los veteranos de África fueron sus profesores o sus compañeros de conversaciones en algún momento. O sus padres. O sus abuelos. ¿Quién sabe?
Esas fueron las personas que partieron con la Operación Carlota. Hombres y mujeres que se fueron a liberar. Y que vivieron lo inimaginable porque toda guerra es dura, aun cuando sea justa. Pilotos que volaron sobre la jungla y las praderas y que vivieron la tensión de rescatar heridos, a combatientes que marchaban en medio de la sabana o los bosques impenetrables.
Y los pilotos de ahora vuelven a sentir esa misma tensión. El sobrecogimiento de llegar a tiempo, de buscar el lugar exacto para aterrizar. El de no equivocarse. Pero también la alegría cuando se posan y traen a las personas necesitadas de salvar, y levantan vuelo con esa sensación de descanso, porque atrás hay personas que salvaron sin pedir nada a cambio. Y a su manera viven hoy su Operación Carlota —allá en oriente—, donde hoy se salvan las vidas.