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Los enigmas de Carlos Felipe

El autor de Réquiem por Yarini es no solo uno de los más grandes dramaturgos cubanos del siglo XX, sino también el creador de varios de los textos sobre los cuales se sustenta una auténtica renovación teatral

Autor:

Osvaldo Cano

A un siglo de distancia, Carlos Felipe sigue siendo un dramaturgo enigmático e imprescindible. Cuando el pasado 4 de noviembre arribó al centenario de su nacimiento, la escena le deparó un denso y lamentable silencio. Aun cuando varios de sus textos continúan hoy generando un diálogo visceral con los espectadores, ninguna de sus piezas escaló las tablas para agasajarlo. Esta resulta una paradoja que lo escoltó siempre y que para algunos guarda estrechas equivalencias con su carácter introvertido y su personalidad elusiva. Sin embargo, el autor de Réquiem por Yarini es no solo uno de los más grandes dramaturgos cubanos del siglo XX, sino también el creador de varios de los textos sobre los cuales se sustenta una auténtica renovación teatral que modernizó nuestro teatro y contribuyó, de modo decisivo, a la larga batalla por la creación de un teatro nacional.

Si algo define su obra es, precisamente, el propósito inalterable de encontrar un modo de expresión de lo cubano capaz de imbricar —sin traicionarla— tanto nuestra sensibilidad como los modelos más renovadores de la dramaturgia de su tiempo. Lo asombroso es que para lograrlo tuvo que vencer escollos inmensos debido a su origen humilde, al desinterés endémico por la cultura (todo un signo de su época), al desencanto de la sociedad en la que vivió y a la artificial polaridad que mantenía escindidas a las tradiciones culta y popular. Ocurrió que Felipe perteneció a una generación de teatristas heroicos que se vio obligada a lidiar contra la abulia y el desamparo de las instituciones (recordemos que la mayor parte de su obra fue realizada antes de 1959), y que tuvo también el inmenso mérito de mantener intacta su fe en la escena, otra de las razones de su permanencia en el gusto de los espectadores.

Llama la atención el hecho de que nunca traicionó sus esencias. Justo ahí estriba otra de las claves de su éxito y vigencia. Nacido en el habanero barrio de Atarés, sublimó sus vivencias al convertir al entorno y los personajes de San Isidro, Picota, Compostela o Desamparados, en auténticos héroes capaces incluso de alcanzar el aura trágica. Fue esta una de sus obsesiones, pues exaltó a sectores y personajes preteridos en un intento por fundar una suerte de mitología nacional de honda raíz popular.

Autor también de El Chino, El travieso Jimmy, Ladrillos de plata, o De película, entre otros textos conocidos, una parte de su creación, sin embargo, sigue siendo una incógnita. En 1964, al filo de los 50 años, le confesó a Rine Leal que luego del éxito obtenido con De película se proponía «ir al campo, al paisaje, buscar un nuevo vocabulario popular (…) incorporando a la escena al negro y su música». Ese trazo es hoy una ausencia que forma parte del impalpable rostro de la dramaturgia cubana, de la zona sumergida del quehacer teatral de un autor imprescindible, gracias asimismo a un hecho incuestionable: su habilidad para crear sólidas situaciones dramáticas. Esta es otra de las razones por las cuales varios de sus textos son visitados una y otra vez para delicia de lectores y espectadores. Uno de ellos en especial ha sido redescubierto por sucesivas generaciones, me refiero a Réquiem por Yarini, devenido en un clásico de la dramaturgia insular.

Estructurado como una tragedia con su oráculo y su destino irreversible, Réquiem por Yarini eleva a un chulo a la categoría de héroe trágico, al tiempo que lo convierte en líder y paradigma, en defensor de lo nacional en oposición a sus competidores foráneos.

Gracias a ese afán por escudriñar en lo propio y colocarlo en un plano trascendente es que continúa siendo un autor indudablemente contemporáneo. Su teatro recogió lo mejor de nuestras tradiciones, las esencias del lenguaje popular, los giros del habla cotidiana, y muchos de los impulsos, frustraciones y anhelos capaces de movilizar a sus contemporáneos, algunos de los cuales, dicho sea de paso, aún nos activan hoy día. Es precisamente esa particularidad la que termina por despejar cualquier enigma para convertirlo en un diáfano y vital exponente de lo mejor de nuestro teatro, en piedra de ángulo de la dramaturgia y el teatro cubano.

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