El tren nunca salió.
En los ojos de esas paredes
mi rostro se fue perdiendo como el humo,
dejando solo el olor;
que poco después se perdería también.
El tren nunca salió.
Dudé que el equipaje fuera mío.
Estaba allí para hacerme creer que viajaría.
Cualquier cosa es posible
después de vaciar la distancia de una botella.
Siquiera creo haber estado esperando el tren.
Porque tampoco tenía dónde ir.
El único destino se había perdido en alguna esquina.
Cuando abrí la mochila
encontré preguntas
y en lugar de respuestas
el más escalofriante vacío.
El cielo fue entonces el grito,
la calle un desespero.
Y la línea que debía guiarme
no estuvo nunca donde yo la vi.
La línea fue la justificación
para que hubiera un viaje, un tren, una mochila.
La línea fue la máscara cobarde del extravío.
El tren nunca salió.
La línea nunca estuvo.
Y el equipaje, definitivamente,
no era mío.
Mae Roque
Del libro La hija del tabernero
Ediciones Matanzas, 2008
Tal parece que todo acaba de ocurrir. Dos hermanos fabricantes de bicicletas vencen la fuerza de gravedad, levantándose por primera vez al cielo en un aparato más pesado que el aire; un genetista concilia el tramo final de una cadena que completa el mapa del genoma humano. En China, el impresor de los grabados de la corte imperial se las ha ingeniado para crear tacos móviles con ideogramas labrados. La primera colonia humana se asienta en Europa, satélite de Júpiter. Un marinero, comerciante de especias, ha descubierto cómo navegar a vela con el aire en contra. Equipo de físicos suizos logra teletransportar un fotón a dos kilómetros de distancia. En las estepas de Asia Central, los pueblos nómadas que las cabalgan aprenden a usar estribos en los arreos de sus monturas. El primer rompehielos atómico es botado al agua. Hastiado de acarrear pesadas cargas sobre troncos de madera, un campesino inventa la rueda. La tripulación de una nave averiada en los planetas de los confines de la Vía Láctea al término de sus reservas energéticas, ha descubierto cómo procurarse fuego, frotando dos ramas secas.
Amílkar Feria Flores
Del libro Algunas animalezas y otras bestialidades
Ediciones Extramuros, 2010
Para Eduardo Pino
Uno hace compromisos con la materia, compromisos ilegibles que después de fundados son indisolubles. ¿Te acuerdas de aquellas conchas, incrustadas en baldosas de cemento? Te acuerdas de aquella invitación al mar, el mar siempre nos unía, fui yo quien dijo: ¿ya viste la costa? Pero uno hace compromisos con la materia.
Como billetes para obtener mercancías virtuales. Saludo a personas que ni siquiera deseo hablarles. Nuestra amistad empezó por la seducción, por las palabras de aquella mujer que se acuesta con otras mujeres, pero fueron otras las palabras que hicieron germinar. Camino al lado de la línea que divide el reino de los difuntos, de la ciudad, miro sus lápidas, me tiembla la carne, sé que debo tomarme algunos medicamentos y dormir. El aire trae polvo, la cal estuvo en nuestra amistad, en la casona de Miramar cuando leíamos poemas frente a la costa. Quiero recordar para siempre aquellas conchas, fragmentos de animales marinos empotrados en densos rectángulos de cemento, fijos para siempre, trozos de mar congelados en el centro del camino, acompañando a los viajantes.
Yanier H. Palao
Del libro Música de fondo
Ediciones La Luz, 2010
A Lázaro
A tientas por la arcilla de tus manos
busco un ángel
intacto
una paloma que aún recuerde volar
Nadie se asoma cuando grito «ternura»
Qué pantanos te tiñeron de escombros
qué lejanos universos te ocultan
¿cuán profundo este foso sin puentes?
Si me hundo quién te salva
Convicto de tus miedos vive un hombre sin puertas
Pon los dedos sobre mí
(tu ventana frente al mundo)
Irelia Pérez Morales
Del libro Cicatrices de sal
Editorial Sanlope, 2010
(Yo, de mi corazón a beber diese
hasta vaciarlo— a toda criatura
que por hambre o por lástima, o por pura
costumbre de pedir, me lo pidiese.
Yo, de mi corazón que sangra y crece
partiera hasta la brizna más oscura
con la última, exánime figura,
de quien solo su aliento lo merece.
Sin embargo, es preciso que deshaga
mi propio corazón su afán amable.
Yo quisiera que fuese disfrutable,
pero no es con dulzura que empalaga:
mi corazón ya tiene su honda llaga
y no es para beber aconsejable.)
Diusmel Machado Estrada
Del libro Cuerpo de isla sordomuda
Ediciones Orto, 2009
A los del barrio que amanecen en el bar.
Frente al bar del kilómetro doce
el tren no se detiene.
El vendedor del bar sonríe y ejecuta el saludo
cada vez que cruzan los vagones.
Vagones cerrados, curvos, con numeraciones interminables.
Algunos traen a los operadores,
los regresan a la ciudad o los alejan de sí mismos.
En el mostrador, las moscas lamen
a los que beben al amanecer;
afuera las mesas y los ebrios cantando
porque han visto pasar, a toda máquina,
mujeres en las ventanillas.
Tiran con más fuerza las fichas del dominó,
Esplenden los números en el papel lleno de cruces,
Vociferan, pican un cigarro
Y otra botella hasta el fondo de las vísceras:
esa costumbre de saberse improbables,
arrepentidos,
asiduos del bar, amigos del vendedor,
por eso erigen las copas a favor de la soledad
impávidos disipan las voces
y reiteran el ayuno
como una ceremonia.
Yolanda Rodríguez Toledo
Del libro Kilómetro 12
Reina del Mar Editores, 2009
Las sombras que se han detenido
anuncian que el mundo descansa,
que ya no es posible un mínimo roce siquiera del mar,
o de los tantos peces que hace poco mostraban
el paso de las olas.
En la tranquilidad de esta espléndida noche
en que los animales entregaron sus vidas al reposo,
y las flores con fragancias durmieron al escaso viento
imitando la inmovilidad de las estrellas
no hay evidencias de que el mundo siga.
Arístides Vega Chapú
Del libro Dibujo de Salma
Editorial Capiro, 2006
Yo viviré en el faro
estos últimos días.
Tendré ojos azules
y un recuerdo muy breve
en las pupilas.
El mar podrá decir de mi añoranza
de mis largos silencios desvirtuados;
y moriré en el faro
yo moriré en el faro
que es hermoso lugar
para morir.
Ángel Martínez Niubó
Del libro Tras el olor de las muchachas tristes
Ediciones Luminaria, 2009
A la puerta de los arrecifes puntiagudos está la ciudad. Yo sentada en los arrecifes puntiagudos pensando cómo hacer con esta máscara pensante mientras el polvo se sube a los muebles comiéndoles el brillo. Odio el polvo. Las máscaras pensantes son pocas. A las puertas de los arrecifes puntiagudos está la ciudad. Yo sentada con la máscara puesta. No hay otra salida. El polvo entra por doquier.
Zurelys López Amaya
Del libro Pactos con la sombra
Editorial Unicornio, 2009