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Inequidad y violencia milenarias

Las niñas y mujeres son las más perjudicadas durante las guerras: pierden sus hogares y empleos, y muchas se convierten en trofeos de guerra. Sin embargo, la participación femenina no llega al ocho por ciento en los procesos de paz que hoy se negocian

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila

Dondequiera que hay un ser humano existe una probabilidad para la bondad.

Séneca

Alejandro Magno, rey de los macedonios y conquistador de Persia en el siglo IV antes de nuestra era, se casó oficialmente varias veces y tuvo relaciones sexuales con decenas de mujeres en los 13 años que duró su reinado.

La mayoría de ellas eran esclavas obtenidas por su ejército tras arrasar ciudades y matar a sus esposos o padres. Otras fueron negociadas por sus familias para lograr alianzas políticas, y una buena parte eran hetairas: «bailarinas» entrenadas desde pequeñas en el arte de complacer caprichos masculinos durante las orgías organizadas en palacios y campamentos militares.

La literatura no abunda en el destino que enfrentaba una mujer cuando se negaba a seguir tales mandatos, pero no es difícil imaginarlo: muerte, ultraje, mutilación, desarraigo familiar… Incluso ahora, en pleno siglo XXI, no faltan hombres para justificar los atropellos del mundo antiguo y el medioevo y, peor aún, se cuentan por decenas de miles quienes los reeditan al amparo de los actuales conflictos armados o las crisis migratorias y económicas.

México, Nairobi, Beijing… varias ciudades han sido testigos en las últimas décadas de la cruzada internacional para detener esa situación. Muchas murallas han cedido en el plano legal, económico, organizativo… pero hacia el interior de todas las naciones pervive la desigualdad, unas veces sutil y otras con mayor crudeza.

A estas alturas de la historia, la violencia contra las mujeres y las niñas sigue siendo la violación de los derechos humanos más extendida en el mundo. Para denunciar esa realidad, y conjurarla, el 2 de julio de 2010 se fundó ONU Mujeres, entidad del sistema de las Naciones Unidas que contó con el apoyo unánime de los 191 Estados miembros de ese organismo internacional.

Su directora regional para México, Centroamérica, Cuba y República Dominicana, la doctora Ana Güezmes García, realizó una visita de trabajo a nuestro país para dialogar, entre otros temas, sobre los resultados de la campaña Únete para poner fin a la violencia contra las mujeres, liderada desde 2008 por Ban Ki-moon, secretario general de las Naciones Unidas.

Impunidad patriarcal

Los problemas que enfrentan las mujeres y niñas en América Latina no se diferencian mucho de los de otras latitudes, afirmó la doctora Güezmes: sexo a la fuerza, dependencia de padres o parejas, explotación del trabajo doméstico y de las mujeres emigrantes, comercio sexual, desigual acceso al conocimiento y a cargos de dirección, feminicidios impunes…

«Son las consecuencias de conservar el poder en manos casi exclusivamente masculinas», reflexionó la experta mexicana, para quien el empoderamiento femenino a todos los niveles es el mejor camino hacia el desarrollo y la paz mundial.

Las niñas y mujeres son las más perjudicadas durante las guerras que comienzan los hombres: además de perder sus hogares y empleos, muchas se convierten en trofeos de guerra. Sin embargo, la participación femenina no llega al ocho por ciento en los procesos de paz que hoy se negocian.

«Cuando las mujeres muestran su capacidad de liderazgo, cuando se insertan en el tejido de las empresas o en los parlamentos y participan en las decisiones colectivas, toda la sociedad se beneficia», recalcó la experta.

Pero no es algo que se logre espontáneamente: hay que promover acciones concretas desde los Gobiernos, fomentar políticas públicas y capacitar al poder judicial y la sociedad civil para erradicar procedimientos que victimizan a las mujeres de manera humillante y perpetúan su fragilidad bajo la cultura patriarcal.

ONU Mujeres aboga por un acceso más equitativo a la información y los servicios de salud, incluyendo la sexual y reproductiva, cuyos índices resultan alarmantes: 127 países no penalizan aún la violación dentro del matrimonio; menos del diez por ciento de los abusos sexuales se denuncian y muy pocos perpetradores son condenados; el aborto es la principal causa de muerte materna en muchos países y el VIH se feminiza aceleradamente.

Pero como las estadísticas y los planes presupuestarios no suelen desagregarse por sexo, otras inequidades apenas se perciben. «La

violencia de género se enmascara. Como ejercicio de poder es un problema estructural e histórico. Queremos que la población lo identifique y acceda a la justicia, pero hay que contar con redes de apoyo para velar por la salud de esas mujeres y su reinserción productiva y económica», precisó Ana Güezmes.

Esta nueva organización denuncia también la violencia simbólica, a la que muchos medios de comunicación hacen el juego, al reproducir acríticamente patrones de éxito que excluyen a la mayoría de las mujeres por su edad, origen, etnia, rasgos físicos, conocimientos o conducta social.

La paradoja, alerta la experta, es que en el mundo actual no puede haber desarrollo sin la plena participación de las mujeres… pero esa participación solo se genera en un contexto de desarrollo y de verdaderos cambios, política y culturalmente sostenibles.

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