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Del festejo al reiterado reclamo por una vida más digna

Este Primero de Mayo tuvo sus matices. Mientras unos festejaban, la represión abatía a otros que reclamaban sus derechos

Autor:

Juventud Rebelde

En Estambul o en Los Ángeles los trabajadores hacen valer su dignidad. Fotos: AP Pueblos acompañados de sus líderes y nuevos pasos para la soberanía caracterizaron las conmemoraciones por el Primero de Mayo en Venezuela, Bolivia y Ecuador; mientras la represión abatía a manifestantes en países como Turquía y Alemania; obreros pedían mejores salarios en Italia, España y Rusia; y, en Estados Unidos, representantes de los 12 millones de inmigrantes ilegales daban la tónica de la fecha en toda la Unión, con sus reiterados reclamos por la naturalización y contra la expulsión forzosa.

En América Latina, Quito dio la imagen inédita cuando el presidente Rafael Correa encabezó una combativa marcha por invitación de las centrales sindicales, que expresaban el apoyo a la Constituyente, rechazaban el neoliberalismo y, en opinión de Correa, marcaba «el cambio de época».

Venezuela, por anuncio del presidente Hugo Chávez, tuvo buenas noticias: aumento de salario mínimo en un 20 por ciento para los trabajadores, el completamiento del rescate de la soberanía de las fuentes energéticas, con la toma del control en los campos petrolíferos en la Franja del Orinoco, y la salida del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial.

En igual dirección hacia la soberanía marcharon los acontecimientos del día en Bolivia, cuyo gobierno anunció la entrada en vigor, este miércoles, de 44 nuevos contratos de producción y exploración con 12 petroleras extranjeras, cuando los bolivianos conmemoraron el primer aniversario de la nacionalización de los hidrocarburos reunidos con su líder, Evo Morales.

Pero en diversos lugares de América Latina y de otros continentes, las posiciones no eran tan afines.

Contra el TLC fueron las marchas en Guatemala y en Colombia —cuyo Presidente viajaba a EE.UU. para pedir, justamente, la ratificación del acuerdo—, donde los actos, además, se pronunciaron contra el recorte de gastos en educación y salud, en rechazo a la privatización de empresas estatales, y por una solución política al conflicto armado.

En Europa descollaron las conmemoraciones de Rusia, con hasta 50 000 miembros de partidos y organizaciones de todo tipo, solo en Moscú, reivindicando los derechos de los trabajadores: mejores salarios, pensiones y, en general, una vida digna.

Los sindicatos en Alemania también reclamaron un salario mínimo obligatorio, pero hubo más de 80 arrestos en Berlín, y una veintena de policías heridos en disturbios ocurridos en Leipzig tras un concierto de rock contra grupos de extrema derecha.

Mientras, en Madrid, cientos de miles respaldaron a compatriotas que luchan contra el cierre de una fábrica de EE.UU. en Puerto Real, Cádiz. Las cinco centrales sindicales más importantes de España realizaron cerca de un centenar de actos en la península y las islas. El mayor de ellos fue la marcha de Comisiones Obreras (CCOO) y Unión General de Trabajadores (UGT) en la capital, bajo el lema Por la igualdad. Empleo de calidad.

En Italia, unas 100 000 personas desfilaron por las calles de Turín (norte), la ciudad símbolo de la industria italiana, en tanto escaramuzas, disparos al aire de la policía, gases lacrimógenos, cañones de agua y más de 800 arrestos tuvieron lugar en Estambul. También los obreros turcos desfilaron en Ankara.

Las calles de Indonesia, Corea del Sur, Nepal, Filipinas, Paquistán y la India vieron a cientos de miles de sus trabajadores marchar por sus reclamos.

Y otra vez los indocumentados hicieron valer la fuerza de la fecha en Estados Unidos protagonizando protestas desde California hasta Nueva York para exigir una reforma migratoria justa, a pesar del evidente afán de las autoridades por dividir a un movimiento cuya cohesión asustó el año pasado al gobierno de Bush. Como decían las banderolas en Chicago: Juntos podemos lograrlo todo.

No obstante la represión, las amenazas y las redadas, la demanda de reforma migratoria era la exigencia en nombre de 12 millones de indocumentados —importante mano de obra para la economía estadounidense—, que no olvidaba otro clamor: cese la guerra en Iraq.

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