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Rusia: el verdadero objetivo del escudo antimisiles

Como Washington ve «amenazas» de misiles desde el Oriente Medio y Lejano, Moscú ofreció operar conjuntamente un radar. Pero EE.UU. lo rechazó bajo fútiles pretextos. Es otra cosa lo que quiere...

Autor:

Luis Luque Álvarez

La oferta de Putin, de un radar compartido en Azerbaiyán, no le cayó particularmente bien a George. Foto: AP

A George la propuesta lo dejó «en tres y dos». De seguro, como no estaba programado para reaccionar ante esa idea en específico, trastabilló un poco. Después, las agencias de noticias divulgaron que, de repente, se enfermó del estómago. Ante la oferta de Vladimir, él no tenía nada concreto que responder, y eso puede ser estresante. Solo se limitó a decirle que la idea era «interesante»...

El inquilino de la Casa Blanca había llegado a Heiligendamm, Alemania, con el pensamiento fijo en que el escudo antimisiles que tiene planeado ubicar en Polonia y la República Checa, era ya un hecho, y que Rusia debía aceptarlo, a falta de una alternativa.

Pero el presidente Putin se la guardaba bajo la manga, y allí la mostró: si de verdad Washington quiere protegerse de los presuntos cohetes que Irán o Corea del Norte pudieran dispararle —muy a pesar de que la Física elemental contradice esos temores—, pues ya existe una instalación que puede ser utilizada con esos fines, y vista la «confianza mutua», podría ser administrada de conjunto por rusos y estadounidenses: el radar de Gabala, ubicado en el centro-norte de Azerbaiyán, y arrendado por Rusia.

Fue quizá entonces que Bush se excusó para ir al toilette...

Y es que, para él, el proyectado sistema de radares en la República Checa y el de diez misiles interceptores en Polonia dista mucho de tener los fines declarados. Él sabe, como todo el que posea una mediana capacidad de observación y análisis, que el objetivo es estrechar aun más el cerco a Rusia.

La cantinela oficial en el Departamento de Estado es que el potencial coheteril de Moscú podría, de un zumbido, quitar de en medio esos diez misiles en caso de eventual amenaza. Pero poco dicen del radar en suelo checo, que es, después de todo, «el pollo del arroz con pollo»: la tecnología que allí se instalaría sería capaz de cubrir el territorio de Rusia hasta los montes Urales, e incluso de monitorear las operaciones de los submarinos nucleares de la Flota del Norte. En ese contexto, está claro que los pobres diez cohetes en Polonia son solo una parte risible de la tramoya.

Hasta Putin ironizó con el asunto. Según IPS, el 4 de junio, en rueda de prensa conjunta con el presidente checo Vaclav Klaus, este dijo haberle asegurado al mandatario ruso que su país no tiene intenciones de que los radares supongan una amenaza para Rusia. «Es comprensible —contestó el jefe del Kremlin—, pues Praga no tendría ningún control sobre la base».

Sin embargo, para que no se le diga que quiere aguar la fiesta, Putin trajo la oferta de Gabala. ¿Acaso no es protección lo que quiere EE.UU.? Bien, «¡protejámonos juntos!».

¿UN PROBLEMA DE «TECNOLOGÍA»?

La estación de Gabala, pensada como de alerta temprana frente a ataques con misiles, se terminó de construir en 1985. Según datos de la agencia Novosti, los radares allí situados pueden realizar una vigilancia continua del espacio extraterrestre, controlar la situación a una distancia de casi 6 000 kilómetros y detectar misiles balísticos nucleares lanzados desde la tierra o el mar.

Ubicada a unos 40 kilómetros de la frontera rusa, y 150 kilómetros al norte de los límites con Irán, esa instalación cuenta con recursos técnicos que le permiten garantizar su vida operativa hasta el año 2013.

Según afirmó el presidente Putin, un eventual escudo conjunto ruso-estadounidense, uno de cuyos pilares fuera la base de Gabala, no necesitaría más de tres a cinco años entre su primera prueba y la operatividad final.

En cuanto a las gestiones políticas, el gobierno de Azerbaiyán se dijo dispuesto a mantener con ambas potencias conversaciones a dos o tres bandas sobre la posibilidad de explotación conjunta de la estación. Ello representaría para el pequeño país asiático, además, la oportunidad de plantear un incremento en el monto del arriendo —cifrado hoy en los siete millones de dólares anuales—, algo reclamado hace tiempo por algunos políticos azeríes.

No obstante, la criatura murió antes de nacer. El pasado jueves, durante una reunión de los ministros de Defensa de la OTAN, el jefe del Pentágono, Robert Gates, que también había sostenido un encuentro con su colega ruso, Anatoli Serdiukov, señaló que había sido «muy explícito» con este, al plantearle que, en todo caso, el radar de Gabala sería considerado como «una capacidad adicional» al sistema que se desplegará en territorio checo y polaco, y no un sustituto.

Por su parte, el secretario general del pacto militarista, Jaap de Hoop Scheffer, aseguró que «ningún aliado puso hoy en duda las negociaciones entre EE.UU., Polonia y la República Checa» para el dichoso escudo, y añadió que este se podría complementar con otro sistema de defensa contra misiles de corto y mediano alcance para «proteger» a Bulgaria, Rumania, Grecia y Turquía, que quedarían fuera de la cobertura norteamericana.

Por cierto, el pretexto esgrimido para rechazar la alternativa de Gabala, fue que Gates ordenó que un grupo de expertos examinara el radar, y los resultados de la inspección fueron «negativos». La tecnología instalada allí, arguyeron, podía ser útil para detectar un misil, pero su capacidad para destruirlo era pobre.

Tomemos nota de esto: para las exigencias de EE.UU., los medios técnicos rusos son demasiado «limitados», pues en este giro ¡se necesita un ciento por ciento de precisión! Oh, ¿de veras, Bob...?

«CERO HIT, CERO CARRERA»

Es el elefante riéndose de las orejas del asno. Quienes desestiman la proposición del radar de Gabala, se olvidan de las frecuentes pifias que han cosechado en sus propias pruebas, con sus «infoadelantados» y «plurimatemáticos» sistemas de detección y destrucción de cohetes.

Aunque es George W. Bush quien más entusiasmo ha tomado con el asunto del escudo antimisiles —versión algo reducida de aquella monstruosa «guerra de las galaxias» con que soñaba el memo de Ronald Reagan—, en época de Clinton ya se efectuaron algunos ensayos que terminaron en burlas disimuladas y millones de dólares tirados al océano.

Así, el 8 de julio de 2000, desde la base de Vandenberg, en California, un misil Minuteman cargado con una cabeza nuclear falsa despegó con rumbo a un blanco de pruebas, y 20 minutos después, desde el atolón de Kwajalein, distante unos 6 880 kilómetros en el océano Pacífico, salió disparado un cohete interceptor.

Alfonso Rojo, reportero del diario español El Mundo, narra que «todos contuvieron el aliento, viendo cómo el segundo proyectil se aproximaba al primero a 20 000 kilómetros por hora. Esperaban que lo volatilizara antes de diez minutos».

Sin embargo, «no fue así, y lo que se esfumó fueron los cien millones de dólares que costó el ensayo», añade. «A mitad del vuelo, el (misil) cazador comenzó a fallar, algo hizo que el segundo cuerpo no se separase del primero, y el atacante siguió su camino».

No obstante, advierten los mayores que nadie escarmienta por cabeza ajena. Bush, que carece incluso de cabeza propia, le echó más dinero al proyecto y reanudó los tests... con nulo éxito. El 16 de diciembre de 2004, un misil interceptor, que debía ser lanzado desde las islas Marshall, jamás se separó ni un centímetro de la superficie terrestre.

Entretanto, el misil «asesino», disparado desde Kodiak, Alaska, hizo tranquilamente su vuelo de 4 800 kilómetros. El que debía haberlo destrozado en el aire, se apagó automáticamente por «un fallo desconocido», según fuentes del Pentágono.

Por último, hace solo unos días, el 25 de mayo, fracasó otro ensayo, porque el proyectil que debía ser destruido no voló a la altura requerida. El motor del misil, lanzado desde la isla Kodiak, en Alaska, no funcionaba correctamente y no logró impulsar el cohete «enemigo» lo suficiente como para ser detectado.

Son estas las muestras de la «efectividad» del plan estadounidense. Si de tales «ponches» dependiera la seguridad de Nueva York, la Estatua de la Libertad bien haría en apagar la antorcha y echarse a nadar a toda prisa...

Ridículos aparte, la actual administración norteamericana —que ha consumido más de 80 000 millones de dólares en estos trajines— no acaba de entender que si una parte refuerza su capacidad defensiva, la otra no se cruzará de brazos.

Hoy, según fuentes del Ministerio de Defensa ruso, EE.UU. cuenta con 5 966 ojivas nucleares, mientras que Rusia posee 4 279. ¿Alguien en Washington imaginará que esa «pequeña» diferencia le dará la victoria en una guerra como la que están amagando con el grotesco sistema de cohetes y radares, en países que, además, según los compromisos post Guerra Fría, jamás deberían haberse integrado en la estructura militar de la OTAN?

Si como esta última promesa rota son todas las de EE.UU., bien puede el Kremlin «creer» que es contra Irán y Corea del Norte que apuntan los cohetes Made in USA.

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