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Las bombas «humanitarias» que caen sobre Libia

La protección de civiles es la excusa, pero los indiscriminados ataques de la OTAN pretenden limpiar el camino a los rebeldes y acabar con Gaddafi. Occidente apetece la Jamahiriya

Autor:

Jorge L. Rodríguez González

Guerra humanitaria. Así llaman Estados Unidos y sus secuaces a la cruzada imperialista que están llevando contra Libia. ¿Acaso una guerra puede ser humanitaria? Esta al menos ha demostrado que no: cientos de muertos, importantes infraestructuras derruidas y hasta el uso de uranio empobrecido, totalmente nocivo para la salud humana. No obstante, Washington, París y Londres —los timones de esta aventura bélica antes de hacer el traspaso oficial a la OTAN— continúan cacareando: «vamos a proteger a los civiles». Pero los destrozos humanos fueron las primeras imágenes de esa guerra sucia.

¿Por qué si su propósito era proteger a vidas inocentes lanzaron sus bombardeos? Una decisión razonable del Consejo de Seguridad antes que aprobar la resolución 1973, que abrió el camino al empleo de la fuerza, pudo ser enviar observadores que constataran en el terreno lo que verdaderamente estaba ocurriendo. No fue por falta de insistencia que no se tomó esa decisión. El propio Muammar al-Gaddafi lo pidió más de una vez, y algunos líderes, como el presidente venezolano Hugo Chávez, defendieron esa posibilidad. Sin embargo, la decisión fue autorizar una zona de exclusión aérea y el embargo de armas y poner a Gaddafi en la hipócrita lista de sospechosos de la Corte Penal Internacional. Para entonces, la resolución 1970 ya había impuesto sanciones económicas.

Hasta el momento, el saldo de esta aventura bélica ha sido la muerte de ciudadanos inocentes, la destrucción de infraestructuras militares y civiles, incluidos hospitales y aeropuertos. Un triste remake de la guerra contra Yugoslavia en 1999, cuando también se esgrimieron razones humanitarias. Además de los objetivos militares, la OTAN bombardeó indiscriminadamente y con previo planeamiento centrales energéticas, edificios gubernamentales, fábricas, escuelas e instalaciones sanitarias, algunas infantiles. ¡Verdaderos crímenes de guerra!

Sin embargo, para los jefes de la operación en Libia, las muertes de esos que dicen defender constituyen, sencillamente, «daños colaterales». El mismísimo ministro de Relaciones Exteriores del Reino Unido, William Hague, llegó a tener la desfachatez de decir que una «guerra humanitaria moderna» no produce la muerte de civiles. Muchos medios de desinformación, los que multiplicaron rápido las presuntas «barbaridades» de Gaddafi, minimizan los reportes de muertes y ensalzan declaraciones desafortunadas como las de Hague para convencer de que realmente las potencias son las «heroínas» que buscan salvar al pueblo libio y concederle el camino «a la democracia». Incluso vendieron el sufrimiento de los dolientes por sus muertos como una «payasada» de Gaddafi, de quien dijeron había ordenado realizar funerales falsos.

Las víctimas de los bombardeos de la OTAN, de los misiles Tomahawk norteamericanos o de los aviones franceses e ingleses, no tienen importancia. Mientras, sí se habla mucho de las que deja la guerra civil azuzada por Occidente: los aliados no son más que una fuerza extranjera involucrada en un conflicto interno, cuyos bombardeos desbrozan el camino a quienes intentan derrocar al Gobierno.

Uno de los pasos iniciales de Francia, la primera en atacar, fue reconocer a la oposición como un legítimo representante de Libia, deslegitimando al Gobierno de Trípoli.

Estados Unidos quiere armar a los rebeldes, y para eso no le interesa el embargo de armas establecido en la resolución 1973. Ya ha habido encuentros entre los rebeldes y representantes de Washington para discutir esa posibilidad y el apoyo financiero. La propia secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, juzgó como «legal» esa posibilidad nada nueva, pues había sido manejada por fuentes militares y gubernamentales estadounidenses antes de comenzar la agresión bélica.

Esta idea también es compartida por el primer ministro británico, William Cameron, quien, haciendo su propia interpretación interesada, alega que la resolución establece en cierto modo el suministro de asistencia a quienes salvaguardan a la población. Si en definitiva, el texto aprobado por el Consejo de Seguridad de la ONU permite «todas las medidas necesarias» para proteger a la población civil, cada uno de estos mandatarios hace su propia lectura, y olvidan los postulados que hablan de cero violación de la independencia y de la soberanía de la Jamahiriya. Otra de las propuestas de Cameron es dividir esa nación en dos partes. Las autoridades castrenses británicas insisten además en organizar y entrenar a los insurgentes, y para ello quieren contratar a compañías de seguridad privadas, algunas de las cuales cuentan con ex soldados de élite del Servicio Especial Aéreo.

El objetivo real es acabar con Gaddafi para instaurar un nuevo gobierno acorde a los intereses de las potencias. De hecho, un diplomático estadounidense, al discutir esta semana en Bengazi con representantes del Consejo Nacional de Transición, autoproclamado como único representante del pueblo libio, se interesó por la propuesta de gobierno que establecerían estos si lograban derrocar al Gobierno.

Paradojas de la hipocresía

¿Por qué si tanto les preocupa la «democracia», EE.UU. y sus aliados no han invadido Arabia Saudita, Yemen o Bahrein? En esos países ahora mismo se reprime a quienes exigen cambios políticos. Pero son aliados, y el status quo de esas naciones les garantiza petróleo, el control de sus rutas de transporte y una posición estratégica para hacer frente a la influencia de Irán.

¿Por qué no bombardearon Egipto? No podían arriesgar ese gran sostén que representa El Cairo tanto en el tema nuclear iraní, como en las negociaciones entre Israel y la Autoridad Nacional Palestina, y el hecho de ser un muro de contención a los suministros al Movimiento de Resistencia Islámica (Hamas) en Gaza.

Tampoco una bomba ha caído en Marruecos, que desde 1975 ocupa ilegalmente el Sahara Occidental y en cuyas cárceles se tortura a los independentistas del único país de África pendiente de descolonización. Mucho menos pensar que podrían atacar a Israel, que ocupa Palestina, y con sus bombardeos ha sembrado la muerte en Gaza. Ni una palabra de condena.

Sin embargo, para Libia la tijera es otra. Gaddafi no ha sido un hombre fácil para Occidente por su política de defensa de la soberanía, no solo de su país sino de toda África. Por ello, Washington consideró a Libia y a su líder como enemigos y terroristas, y por tanto fueron punto de mira de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) durante el período de la guerra fría. En 1986 el presidente estadounidense Ronald Reagan lanzó una agresión militar contra esa nación en la que murieron decenas de personas, entre ellas una de las hijas de Gaddafi.

Luego de décadas de tensiones, cuando en 2003 la ONU y Washington levantaron las sanciones a la nación africana por su programa nuclear, las empresas norteamericanas Occidental Petroleum Corp., Amerada Hess Corp y Chevron Texaco, entre otras, comenzaron a acercarse al petróleo libio. Muchas europeas también fueron al festín. Y Gaddafi se convirtió entonces en un «amigo» pero con reservas respecto a las intenciones de Occidente. Tampoco estaba dispuesto a doblegarse. Algunos de los cables de diplomáticos norteamericanos filtrados por Wikileaks demuestran la obsesión de la Casa Blanca por los pozos de petróleo libio y las dificultades que encontraban las trasnacionales para operar allí; entre ellas, la exigencia de Trípoli de que dejaran una mayor cuota de beneficios al Estado.

Había que sacar al Coronel de la escena. Es lo que hacen. Primero apostaron a que lo haría la oposición, pero cuando Gaddafi estuvo más cerca de sofocar la rebelión, vino el apuro por tener una resolución del Consejo de Seguridad y comenzaron las bombas «humanitarias». Si la revuelta fracasaba, de seguro tendrían que sacar a sus compañías de la rica reserva petrolera libia.

No obstante, aún los altos mandos militares de Washington dudan de la derrota de Gaddafi, por la capacidad de resistencia de las fuerzas leales. Los rebeldes tampoco tienen mucha organización.

Como vaticinaron sus impulsores al inicio, la operación podría durar más de lo esperado. Y EE.UU. asegura que los bombardeos terminarán solo si Gaddafi abandona el poder y el país, por lo que aún muchas artimañas pueden estarse cocinando.

Muerte con sabor a uranio

La Coalición Detengan la Guerra (Stop the War Coalition) denunció el uso de uranio empobrecido en la ofensiva contra Libia. Tan solo el primer día de la agresión, los B-2 estadounidenses habían arrojado 45 bombas de 2 000 libras de peso cada una y contentivas, como los misiles Crucero lanzados, de ojivas de uranio empobrecido, una sustancia muy utilizada en las armas y reactores nucleares.

Por ser muy pesado (1,7 veces más denso que el plomo), el uranio empobrecido puede atravesar vehículos blindados y edificios. Luego de la explosión se forma una nube candente de vapor, y se asienta como un polvo que resulta venenoso y radiactivo.

Luego de la explosión, las partículas de uranio empobrecido pueden alojarse en los pulmones u otros órganos durante años y causar daños renales y cromosómicos, cáncer, trastornos en la piel y neurocognitivos. Las mujeres embarazadas expuestas a esta sustancia pueden dar a luz a bebés con defectos genéticos.

La red Euractiv denunció a la ONU que los ataques aéreos de la OTAN podrían desencadenar una catástrofe ecológica en Libia y privar a millones de ciudadanos de agua potable si dañan las instalaciones del Gran Río Artificial. Es el sistema de transporte acuífero más grande del mundo, con 4 000 kilómetros de tuberías por donde circulan diariamente seis millones de metros cúbicos de ese recurso, desde los campos de pozos en el Sahara hasta ciudades de la franja costera del norte. El río artificial transcurre por las regiones de Brega, Ajdabia y Bengazi, donde se concentran los bombardeos.

Debajo de las tierras áridas libias se encuentra un océano subterráneo, llamado sistema acuífero de arenisca de Nubia, el cual es el más grande del mundo. También podría ser un interés de los agresores.

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