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Los contrastes del Catatumbo

Un territorio muy rico con una ciudadanía muy pobre: parte de la realidad detrás de las tensiones en esa región de Colombia

Autor:

Marina Menéndez Quintero

El Catatumbo ha dejado de ser famoso solo por el relámpago que, se cuenta, surca de vez en vez el cielo, proveniente del extenso y caudaloso río que atraviesa y da nombre a esa región, llega a Venezuela, y provee más del 60 por ciento de las aguas con que cuenta el lago de Maracaibo, maravilla del estado de Zulia.

Las protestas campesinas de estos días son las que han hecho realmente notoria  una franja que tiene su mérito primigenio en los dones que le dio la Naturaleza.

Con una solución aún incierta por los vaivenes de un diálogo con los enviados del Gobierno que no acaba de cuajar, el conflicto en la región podría ser el de cualquier otra zona rural de Colombia, donde la tenencia de la tierra ha sido reconocida por entidades internacionales como un problema debido a su repartición desigual.

El PNUD afirmaba en 2011 que existía en ese país «un índice alarmante de concentración de la tierra», lo que según estudios de investigadores locales se traduce en que tres millones de familias posean apenas cinco millones de hectáreas, en tanto 3 000 propietarios disfrutan 40 millones de ellas.

Sin embargo, tiene características muy propias el conflicto del Catatumbo, salpicado por repudiados actos de represión que han dejado cuatro muertos, y donde los reclamos del campesinado suman ya a unos 15 000 labriegos cuyos bloqueos de caminos llegaron al mes.

Territorio rico en petróleo, carbón y uranio, también es hábitat de una gran biodiversidad con variadas e importantes especies de la flora y la fauna, al punto de ser considerado como uno de las más importantes del país y donde, contradictoriamente, la gente vive llena de carencias, y organizaciones sociales alertan desde hace tiempo sobre la llegada de multinacionales que podrían saquear un verdadero reservorio de la riqueza nacional.

Desde una época lejana a estas fechas de tensiones como el año 2007, durante el mandato del ex presidente Álvaro Uribe, el sitio digital Prensa rural advertía sobre «fuertes intereses» que se proyectaban sobre el Catatumbo, y la necesidad de impedir que la región fuera convertida en «un socavón (…) donde todos los recursos y riquezas marchen sobre rieles hacia el extranjero en la repetición sin fin de la historia de nuestro continente».

Pero según entendidos, el escarnio viene desde décadas y, con más concreción, a partir de 1990.

Miembros de la Asociación Campesina del Catatumbo (Ascamcat) aseguran hoy que luego de una larga explotación del petróleo, las empresas multinacionales están apuntando a la exploración y la explotación de las reservas de carbón que, afirman, son las mayores del mundo. Según informaciones a las que tuvieron acceso esas fuentes —y aunque su presencia no parece muy visible— existen 22 empresas que incursionarían en la zona y entre las que han logrado identificar a firmas canadienses, mexicanas y supuestamente colombianas como la Prominorte, Mora-Mora Multinversiones, compañía minera Río de Oro… También se ha hablado de la presencia de otras más conocidas como la Occidental Petroleum (Oxy).

Para protegerse de la depredación foránea y producir para su bienestar, los habitantes del Catatumbo demandan, entre otras exigencias, que la zona sea declarada Reserva Campesina.

Nada de la lucrativa actividad de los emporios privados les llega. Por eso quieren también el fin de los grandes proyectos mineros y la llamada agroindustria.

«Prefiero morir luchando que de hambre», dijo hace días a Telesur uno de los campesinos en paro.

Según ha trascendido, el 73 por ciento de las gentes del Catatumbo vive en situación de pobreza y solo el 27 por ciento tiene agua potable.

Siendo aquel un terreno fértil, la falta de posibilidades de desarrollo es tal que se ha entronizado el cultivo de la hoja de coca, algo que ellos no ocultan porque es su único modo de sobrevivir, y que las autoridades han querido exterminar de manera forzosa. Ante ello los labriegos enarbolan la exigencia de cultivos alternativos, que es otro de los puntos de su agenda para la negociación: una vieja demanda de las poblaciones rurales en las naciones andinas, cuando la falsa cruzada contra el narcotráfico dirigida desde EE.UU. ha impuesto desde hace mucho las fumigaciones que acaban con el entorno y las personas.

Pudiendo ser un paraíso terrenal para sus pobladores, el Catatumbo también ha conocido la violencia, plagado hasta no hace mucho de paramilitares y el ejército, según denunciaron sus habitantes durante el mandato de Uribe. Hoy, parece un consenso que esa práctica no beneficia a nadie ni debe entronizarse allí. El compás de espera sigue abierto.

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