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Venezuela, las etiquetas y las raras «dictaduras»

Desde mucho antes de que estallaran en ese país los sucesos violentos convocados por la extrema derecha, los enemigos del proceso bolivariano han tratado de explotar hasta la saciedad la etiqueta de «dictadura madurista», para intentar deslegitimar al Gobierno

Autor:

Osviel Castro Medel

CARACAS, Venezuela.— Con todo lo que hemos visto en estos días no nos queda más remedio que admitirlo: existen muy extrañas «dictaduras». La de Venezuela es una de esas.

La afirmación viene porque desde mucho antes de que estallaran los sucesos violentos, convocados por la extrema derecha de este país, los enemigos del proceso bolivariano han tratado de explotar hasta la saciedad la etiqueta de «dictadura madurista», para intentar deslegitimar al Gobierno electo en las urnas hace tan solo diez meses.

Sin embargo, que se sepa, quienes han practicado esa forma del poder jamás han tenido el espaldarazo de las mayorías populares. No olvidemos que la palabra, originaria del latín, surgió 500 años antes de nuestra era, en aquella Roma de patricios y plebeyos, cuando, en situaciones excepcionales, se designaba a un «senador del pueblo» para ejercer el mando con poderes absolutos durante un tiempo determinado.

Por eso, no en balde se asocia la dictadura a una manera de Gobierno en torno a un individuo o su grupo selecto, a la arbitrariedad, la imposición de una minoría sobre la mayoría, el ejercicio de la fuerza, el golpe de Estado y la antidemocracia.

De modo que, al margen de los problemas económicos y de diversa índole en Venezuela, esta nación no parece encajar de ningún modo en ese rótulo, lanzado desde la «civilización»; o desde los mismos tronos en los que se acuñó el «eje del mal» (Bush, el hijito, el 29 de enero de 2002 en el discurso sobre el estado de la Unión) o aquel tristemente célebre «más de 60 oscuros rincones del mundo».

Ayer, por ejemplo, miles y miles de campesinos e indígenas tomaron las calles de Caracas para apuntalar esa rara «dictadura» que se intenta demonizar, sospechosamente. Digamos más: todos estos días millares de personas han marchado al Palacio de Miraflores para reunirse con el Presidente y ratificarle que lo apoyan hasta las últimas consecuencias. Hasta ese sitio emblemático caminaron, madrugando y con la alegría desbordada, en distintas jornadas, los trabajadores petroleros, los de la telefonía, los adultos mayores, los jóvenes, las mujeres, los motorizados y este miércoles los campesinos e indígenas.

¿Cómo pueden tantas personas a la vez estar de acuerdo y tan contentas con una dictadura? ¿Por qué esas impresionantes movilizaciones no van a los mismos titulares de aquellos que amplifican las «protestas» contra el «régimen»? (otra etiqueta de amplio uso por estas fechas). Si no bastaran las interrogantes, preguntemos por qué hace poco más de dos meses, el 8 de diciembre de 2013, en medio de dificultades económicas y una elevada inflación, los partidarios del Gobierno «antidemocrático» lograron cerca del 75 por ciento de las alcaldías y aventajaron en más de un millón de votos y 11 puntos porcentuales a los que prefieren otra opción.

Pero, al final, no nos engañemos: esa y otras etiquetas continuarán como instrumentos de guerra contra la Revolución Bolivariana. Cuando en 1999 se aprobó la Constitución promovida por Chávez, con el 71,78 por ciento de los votos, se habló también de «dictadura». Lo mismo pasó, por ejemplo, cuando él ganó las presidenciales de 2006 por una amplia mayoría (62, 84 por ciento del sufragio).

Un último dato: una encuesta reciente de Internacional Consulting Services (ICS) corroboró que el 85,3 de los venezolanos —¡casi nada!— está contra las guarimbas  (desórdenes violentos) montadas por los mismos sectores que desean la «salida» de la «dictadura».

Sigo pensando que todas esas etiquetas resultan demasiado raras y sospechosas.

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