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En el ADN de las ejecuciones racistas

Autor:

Juana Carrasco Martín

«No son casos aislados», la afirmación hecha por el presidente Barack Obama sobre el asesinato de ciudadanos negros a manos de policías, una situación a la que calificó también de «grave problema», dice a las claras hasta dónde ha permeado en la sociedad estadounidense un fenómeno que tiene raíces tan profundas en los desafueros de la esclavitud y en las carencias fundacionales de una nación cimentada en la violencia.

Dos muertes en un mismo día y en ciudades distantes, como Louisiana y Minnessota, provocó el comentario y la admisión presidencial en su página en Facebook: son síntomas «de los desafíos sobre nuestro sistema de justicia penal, las disparidades raciales, y de la consecuente falta de confianza que existe entre la policía y muchas comunidades en las cuales operan».

Sobre las muertes de Alton Sterling y Philando Castile, agregaba: «Ya hemos visto tragedias similares demasiadas veces», se lamentaba el mandatario.

Añadía más: «Los estadounidenses deberían reconocer la furia, la frustración y la congoja que tantas personas están sintiendo, sentimientos que se expresan en protestas pacíficas y vigilias. Michelle (su esposa) y yo compartimos  esos sentimientos».

En Baton Rouge, Louisiana, Sterling fue baleado por policías que lo sujetaban contra el piso. A Castile lo ultimaron en Falcon Heights, estado de Minnessota, cuando los gendarmes le realizaron un control de su vehículo «por un farol trasero roto». En ambos casos, testigos presenciales filmaron los videos demostrativos de que ninguno de los dos representaba un riesgo para la vida de los policías asesinos.

La ola de indignación desatada por la violencia policial contra los ciudadanos negros no se hizo esperar; no creo que pueda esperar más. Demasiados fantasmas de jóvenes negros desarmados recorren las calles de Estados Unidos. Trayvon Martin (Florida, 26 de febrero de 2012), Michael Brown (9 de agosto de 2014, en Ferguson, Missouri), Laquan McDonald (16 tiros en Southwest Side de Chicago, el 20 de octubre de 2014), Tamir Rice (apenas 12 años de edad, acribillado el 22 de noviembre de 2014 en Cleveland, Ohio), Freddie Gray (Baltimore, Maryland, 12 de abril de 2015, a consecuencia de los golpes recibidos cuando estaba detenido en un furgón policial).

Son apenas algunos de los hechos de violencia racista que demandan un cambio en las leyes que permiten a los policías estos desmanes criminales, un cese de la impunidad y de la inmunidad que deja a los agresores libres de pena y culpa, y les permite seguir ejecutando una política de dispara primero y pregunta después, que es completamente inaceptable para la comunidad afroamericana y para cualquier hombre y mujer decente de esa nación, donde el color de la piel representa ser tratado como un tiro al «blanco» sistemático.

«No Justice, No Sleep» (No hay Justicia, No se duerme), vocearon toda la noche frente a la mansión del gobernador de Minnessota, Mark Dayton, centenares de personas en protesta.

La madre de Castile, Valerie, le dijo a la televisora CNN lo que se hace evidente: jamás se conocerá la verdad sobre lo ocurrido. «Pienso que él era un negro que estaba en el lugar equivocado»…«Conozco a mi hijo, sabemos que la gente negra es asesinada. Yo siempre les dije (a mis hijos), cuando sean detenidos por la policía, cumplan, cumplan, cumplan». Pero Philando no levantó los brazos, simplemente fue a buscar su licencia y registro de conducción…

«Del racismo no estamos curados», había ya admitido el presidente Obama el pasado año, y citaba el legado de la esclavitud, las leyes de segregación que se conocen como Jim Crow, la discriminación entronizada en casi todas las instituciones estadounidenses, y hasta puntualizaba: «Eso sigue siendo parte de nuestro ADN».

Efectivamente, el racismo en Estados Unidos es estructural y conforma el día a día de una sociedad enferma de violencia. Solo en 2015 fueron muertos por la policía 1 134 jóvenes negros. Una puede preguntarse: ¿Acaso será diferente en el año 2016?

Un artículo del diario The Guardian daba datos innegables de esa alevosa y criminal actuación:

Un joven negro tiene nueve veces más posibilidades de ser muerto por un policía que cualquier otro estadounidense. A pesar de que solamente representan el dos por ciento de la población del país, los afroamericanos en edades comprendidas entre los 15 y los 34 años hacen el 15 por ciento de todas las muertes que están siendo investigadas por uso letal de fuerza por parte de la policía. Una de cada 65 muertes de jóvenes afroamericanos en EE.UU. ha sido a manos de un policía. Durante 2015, la gente negra ha sido asesinada en una tasa que duplica a la de los blancos, los hispanos y los nativos americanos.

Parece una epidemia, y es desproporcionada. Tiene toda la razón el Presidente, lo llevan en el ADN.

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