Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Tuiteando con Lenin

En la antesala del centenario de la Gran Revolución Socialista de Octubre, izquierda y derecha se polarizan para calificarla, pero nadie puede negarle que produjo y explicó las mejores herramientas de cambio con que cuenta la humanidad

Autor:

Enrique Milanés León

No, no es una metáfora: ahora mismo, usted y yo podemos tuitear con Vladimir Ilich Lenin. Durante este año, un singular proyecto de la cadena informativa rusa RT en la conocida red social ha compartido en «tiempo real», como si fueran actuales, hechos del día a día de la Gran Revolución Socialista de Octubre, esa que —en propio calendario, porque tal sacudida merecía un tiempo distinto— marcó para siempre, hace cien años, el 7 de noviembre.

Con presunta actualidad, miles de internautas han podido re-enterarse de hechos grandes y pequeños del cataclismo social que más réplicas ha producido en la Historia de la humanidad. Russian Telegraph, que así se llama el proyecto, ha mostrado en su cuenta @RT_1917 impactantes imágenes de protestas populares, hechos de la abdicación de Nicolás II, asuntos del Gobierno Provisional, acciones de las milicias populares, episodios de la guerra civil y anécdotas de la vida del ciudadano común.

En torno a esa cuenta orbitan, entre muchas, otras supuestamente del zar, de Kerensky, de Stalin, de Trotsky, de Lenin y de personajes nada conocidos como un capitán Vasili o un panadero Filipov. Más allá de tendencias, que siempre hay, la iniciativa es un modo de echar nueva luz sobre detalles que pueden escapar a académicos y políticos y de mostrar, de otra forma, que aquel «octubrazo» no acabará nunca.  

Proyectos similares, dirigidos a interesar por la Historia a nuevas generaciones con mucha solvencia en asuntos de tecnología, han acercado a episodios de calado internacional como la Segunda Guerra Mundial, el conflicto israelo-palestino y la Guerra Civil Española, y a episodios como el primer viaje a la luna y el naufragio del Titanic. En el centenario de esta Revolución vale reditar el experimento.

Reed y la guerra de hoy

John Reed, el gran periodista norteamericano, presenció a los cientos de campesinos-soldados y obreros que, a la señal de un cañonazo del crucero Aurora, tomaron en Petrogrado el Palacio de Invierno, sede de un Gobierno Provisional que, tras la abdicación zarista, no resolvió las demandas de las masas.

Cuando volvió a su país, el reportero publicó un clásico: Diez días que estremecieron el mundo. Porque desde entonces la Revolución recibía ataques, Reed, gran pluma y enorme sensibilidad, admitió que, en efecto, aquello era una «aventura», pero «de las más espectaculares a la que jamás se haya atrevido la humanidad. Es una aventura que irrumpió en la Historia de los trabajadores para satisfacer sus grandes aspiraciones. Sin lugar a dudas, la Revolución rusa es uno de los acontecimientos máximos en la Historia de la humanidad y la llegada al poder de los bolcheviques es un fenómeno mundial».

Muy temprano comenzó la embestida derechista, mediática, académica y monopolista que todavía sataniza aquel proceso y llega a igualar comunismo con fascismo, cuando todos sabemos que el segundo no conoció rival más formidable que ese «régimen soviético» que los enemigos de los pueblos critican con tanta fruición.

Es esa, la de los símbolos y los titulares, la de la manipulación, la gran guerra de estos tiempos, y a tal punto ha hecho mella en el mundo que los propios rusos están francamente divididos en torno a su Gran Octubre. Según la revista Sputnik, un sondeo sugiere que el 22 por ciento de ellos le reconoce a la Revolución Socialista más beneficios que daños, mientras el 23 por ciento piensa lo contrario y otro 27 por ciento ve paridad entre el legado hermoso y el negativo.

El Kremlin ha mantenido una posición neutral sobre las celebraciones —el portavoz Dmitri Peskov dijo hace poco no entender por qué este centenario habría de celebrarse—, pero saludó a quienes participen de ellas. Por fortuna, el Partido Comunista de la Federación sí esperaba delegaciones de unos 150 países que, en Moscú y San Petersburgo, discutirían los agudos retos del socialismo en este siglo.

El símbolo inderrumbable

Pese a que enfrentó a su manera los desafíos que le plantaron, nadie puede ignorar que fue aquella la primera revolución victoriosa. Mientras la Comuna de París triunfó brevemente, solo como aspiración e inspiración de masas, el proceso ruso-soviético ganó el poder y, desde él, mostró la posibilidad de otro mundo en este mundo: influyó para bien en su área y en disímiles procesos descolonizadores, sobre todo en un «Tercer Mundo», dividido con toda intención por las viejas potencias coloniales, que poco a poco adquirió conciencia de progreso contando con fuerzas propias.

Así como el mundo tradujo del calendario juliano a gregoriano el 25 de octubre en 7 de noviembre, el asalto ruso al cielo cambió del paradigma del capital al de la justicia, «frecuencia» en la que funcionan los pueblos. Su sacudida no cesa porque lo que hay de revolución en el mundo le debe mucho a aquella, lejana en el tiempo y en la geografía. Y si alguna autora ha escrito El fin del homo sovieticus, el «homo revolucionario» nunca morirá.

Es casi un lugar común decir que el Gobierno soviético convirtió un corroído imperio feudal en una superpotencia que, en muy corto período histórico, se colocó a la par de Estados Unidos, el coloso capitalista que no expuso el «pellejo» nacional en ninguna de las dos grandes guerras mundiales mientras Europa, y en particular Rusia-URSS, se desangraban a más no poder.

Ocurrió en la Unión Soviética lo que nos alertara Fidel a los revolucionarios cubanos que puede pasar: cayó por sí sola, pero nadie pudo acabarla desde el exterior. Quisieron matarla «en la cuna», con la agresión internacional en el temprano 1918, y no lo consiguieron. Y en la Gran Guerra Patria fue la presa más codiciada del fascismo y de algunos «aliados» aviesos, pero en lugar de abatirse se erigió en el principal verdugo de la bestia hitleriana.

La URSS que nació de octubre reunió una nación vastamente separada, contrapesó la voluntad mesiánica de la Casa Blanca, tomó la punta en la carrera espacial, consiguió importantes avances tecnológicos, colocó la salud y la educación al alcance de todos, repartió a partes iguales la tierra y los derechos y fue, por décadas, un importante contendiente de la ola neoliberal que tan amargas noticias ha dado al mundo.

Por todo ello, su evocación no puede ser feliz para ciertas tendencias, pero, de cara al centenario, junto con los socorridos ataques de la derecha se registra la mirada respetuosa de las fuerzas de progreso. Ha vuelto a editarse los Diez días… de Reed, el reportero cuya objetividad no anulaba al hombre de avanzada: «En la contienda, mis simpatías no fueron neutrales», decía, aunque siempre se enfrascó en asentar la verdad.

Perseguido en su propio país, Reed —a quien Lenin le había prologado el libro— murió en 1920 en Moscú, de tifus, con solo 32 años, y fue enterrado en las murallas del Kremlin. Tal vez, a su modo, los dos hombres intercambien todavía sobre el estremecimiento que toca a todos los terrícolas.

«Siguiendo» a vladimir

Lenin no cesa de hablar. Atacado como solo consiguen los grandes —sus enemigos tienen idea de sus recursos de guía mundial—, se nos revela fresco y actual en talante de dirigente político e intelectual del bien. Sus libros son «malditos» para algunos porque contienen las claves de la libertad de millones.

El líder y la Revolución bolchevique enfocaron en poderosa linterna la naturaleza revolucionaria y transformadora del marxismo, hicieron de este una guía práctica que dice sin errores ni erratas qué es el imperialismo, para qué sirve la revolución y qué le toca, en ella, al partido, y nos abrieron un modelo alternativo al capitalismo. Si es bien leído, Lenin dice mucho y pregunta más.

No fue Lenin, sino apartarse de él, lo que agrietó aquel proyecto, con excesos, procesos forzosos, fallas democráticas, cultos y atropellos. Como horizonte de los oprimidos, Lenin es quien lo salva todavía.

De los años 90 a la fecha, infinidad de estatuas suyas han caído, pero solo se desploma el bronce: el gran conductor se mantiene en pie. En un sitio inaccesible de la Antártida —perdónese la redundancia— sigue desafiando el frío un busto suyo que, según dicen, mira a Moscú. Error: mira a todos nosotros. Tal vez sea desde allá que, en las largas noches antárticas, el guía, que supo como nadie activar una «red social», se conecte con los humildes para enviarles, en mucho más que 140 caracteres, nuevos mensajes. La gente buena del mundo debería retuitearlo.

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.