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La decisión de la MUD

Aunque el esfuerzo negociador impulsado por el ejecutivo de Nicolás Maduro lleva varios años mientras la contraparte una y otra vez se evade, nunca como ahora la actitud de esa oposición ante el diálogo parecía tan definitoria para el futuro del país y el suyo propio

Autor:

Marina Menéndez Quintero

NO hace falta esperar que un día salgan a la luz, en Washington, los documentos desclasificados para saber al compás de qué música está bailando la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) de Venezuela. O, al menos, a qué ritmo lo han hecho sus representantes en el frustrado diálogo de Santo Domingo.

Luego de más de un mes de encuentros, una semana de espera y —según las declaraciones de la representación del Gobierno y del facilitador Danilo Medina, presidente de República Dominicana—, a apenas una rúbrica del cierre de un acuerdo que estaba casi listo, Julio Borges, el jefe de la delegación opositora, sacó otro documento —«muy detallado», dijo— de debajo de la manga, hizo trizas lo discutido, «trancó» el dominó y se marchó, con lo cual el diálogo entró en un receso indefinido.

Aunque el esfuerzo negociador impulsado por el ejecutivo de Nicolás Maduro lleva varios años mientras la contraparte una y otra vez se evade, nunca como ahora la actitud de esa oposición ante el diálogo parecía tan definitoria para el futuro del país… y el suyo propio. Su actitud la deja desnuda ante la opinión pública.

El asunto —y es lo que define sus posiciones— estriba en que el desenlace también era definitorio para los planes de Washington. ¿Cómo va a argüir la Casa Blanca que actúa en «defensa» de quién en Venezuela, si los supuestos defendidos llegaban a un acuerdo con el ejecutivo? 

Con el secretario de Estado, Rex Tillerson, buscando adeptos para la nueva y feroz cruzada contra Caracas, en tanto penden —cuanto menos— nuevas sanciones económicas que en definitiva pagarán todos los venezolanos, la postura de la oposición inclinaba a un lado u otro la balanza.

En un platillo estaba el pueblo; en el otro, Estados Unidos y la injerencia extranjera, donde ocupa un puesto modesto la Unión Europea. Después de aguantar mucho las presiones, la MUD decidió quedar bien con los de afuera. 

La consecución ¡entre ambas partes! del acuerdo de paz y convivencia —que el presidente Maduro firmó de modo unilateral la víspera— habría dejado sin sustento la campaña con que EE. UU. vuelve a la carga y araña la tierra para arrastrar en ella a Latinoamérica.

El «motivo» resulta insólito en su entrometimiento, y también en su endeblez. El Departamento de Estado ha dicho «no aprobar» la decisión de la Asamblea Nacional Constituyente, apoyada por el Jefe de Estado, de celebrar las elecciones presidenciales fijadas ya para este año, antes del 31 de abril.

Algunas voces de la oposición dicen que no hay tiempo de alistarse. Borges, quien prometió el miércoles dar a conocer de inmediato su nuevo documento, alega que en el acuerdo antes consensuado no quedaba clara la observación extranjera.

Evidentemente consternado, el expresidente español José Luis Rodríguez Zapatero, del que no debe dudarse la imparcialidad, ha patentizado que los bolivarianos no mienten. Al exhortar a la MUD a firmar después que se había cerrado la mesa, el político aseveró que «en un documento presentado a las partes se da respuesta a los planteamientos esenciales discutidos durante meses», y cita entre ellos «el acuerdo en un proceso electoral con garantías y consenso en la fecha de los comicios (…)».

Todo ha sido pura falacia de la oposición para dilatar los tiempos y que la agresión de EE. UU. se cebe en indefiniciones. Pero estas no han prosperado. 

La voluntad del Gobierno y de las instituciones venezolanas de respetar el pacto que se fraguaba fue ostensible en la manera cuidadosa en que el Consejo Nacional Electoral, que se había declarado en sesión permanente desde el martes para establecer el cronograma de los comicios, se abstuvo de fijar una fecha hasta que se declaró levantado el diálogo. Obviamente, esperaba el consenso de ambas partes. Cuando no había más que aguardar, anunció que las elecciones serán el 22 de abril. Y la derecha tendrá que asumirlo, aunque ahora dice que tomarían posiciones este mismo jueves sobre su participación.

Lo que los observadores debieran preguntarse es por qué Estados Unidos, y con ellos la oposición venezolana, quieren postergar las presidenciales.

¿Acaso para que las draconianas medidas coercitivas de Donald Trump deterioren más la situación económica de Venezuela y el electorado dé un injusto voto de castigo a la Revolución, mientras los responsables son la MUD y los propios Estados Unidos? La oposición, dividida, no hallará fácilmente un candidato unitario, ni tiene posiciones consecuentes.

Los inesperados resultados de las elecciones para la Asamblea Nacional Constituyente, efectuados bajo total presión ejercida por la derecha y Washington sobre los venezolanos, detuvieron en julio pasado todas las acciones foráneas injerencistas y asentaron la paz, cuando una mayoría de más de ocho millones de electores demostraron con su voto el apoyo a la Revolución.

Ahora, otra vez, el combate se traslada a las urnas, y lo decidirán la conciencia, la sapiencia y el valor de los patriotas venezolanos.

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