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La aventura venezolana de Alexis y Alexey

Desde dos misiones diferentes, padre e hijo guantanameros demuestran que los valores familiares sostienen el gran edificio de la solidaridad  

Autor:

Enrique Milanés León

SAN FELIPE, Yaracuy.— Sentado a una mesa a miles de kilómetros de su pueblo guantanamero, el ingeniero agrónomo Alexis Ginarte Osoria me habla de su hijo Alexey: «Un gran muchacho de 34 años, educado en el bien, desde chiquitico,  por su mamá y por mí. De niño hizo algunas travesuras, como todos, pero creció entre el cariño de padres y abuelos y atendió todas las recomendaciones y requerimientos».

El vástago salió tan serio que, cuando comenzó a noviar siendo aún adolescente —porque resultó enamoradizo—, quería comprometerse. «Es formal en todo, así que el día en que llegó con el primer salario, su mamá Nancy y yo sabíamos que teníamos en casa a un hombre correcto, listo para la vida. En el Ejército decidió formarse como optometrista», relata el papá.

Ese optometrista, hecho y derecho, comparte la charla con el periodista porque integra, con su «viejo», uno de los casos de internacionalismo en vena que trae desde Cuba a las misiones a familiares y, a veces, como disfrutan ellos dos, los reúne en un mismo hogar.

«Cuando supe que mi hijo llegaba sentí una alegría inmensa porque lo tendría de nuevo a mi lado. ¡Este es un país tan grande… y aquí está, en San Felipe! Yo llevaba más tiempo, desde 2016, así que pude ayudarlo a conocer el territorio, a adaptarse al día a día y a integrarse a la gente. Pude guiarlo, porque un padre nunca deja de serlo», comenta Alexis.

El refuerzo que recibió este asesor de la Misión Agroalimentaria no fue poca cosa porque «el pequeño» muestra, para su orgullo, valores como el amor al trabajo, el respeto, la educación y la responsabilidad que ha demostrado «como hijo, como estudiante y como profesional».

Alexey tiene lo suyo que decir. Sus primeros recuerdos de su padre siempre lo muestran cerca para apoyarlo en cualquier idea. «Siempre he contado con él, desde chiquito me alumbró con su luz larga, preparándome para el futuro», confiesa.

No era raro entonces que el muchacho imitara: «Yo quería tener su capacidad de interpretar y discernir el mejor camino en cualquier asunto. Papá halla la manera de explicarte y hacerte entender, y aunque te deje solo, con lo que te dijo ya estás preparado para afrontar tu propio destino».

El optometrista de la Misión Barrio Adentro cuenta que el trabajo del viejo como jefe de Agrotecnia en la Empresa Pecuaria Iván Rodríguez, del municipio de Niceto Pérez, es fuerte, así que lo ha visto durante años levantarse muy temprano y traer en la tarde más trabajo para la casa. «Cuando un hijo ve eso cada día aprende la necesidad de prepararse, de superarse y buscar caminos para acercarse al modelo que tiene enfrente», considera.

En San Felipe ambos comparten un pequeño apartamento donde solo impera la disciplina del amor: ninguno de los dos es responsable de una tarea específica; cualquiera cocina, cualquiera organiza…, el primero que llega adelanta las cosas para hacerle más fácil la vida al otro, y en las noches se cuentan cosas, comparten planes y nostalgias, ríen…

Con el muchacho a su lado, ¿no quisiera tener también aquí a su esposa Nancy?, «tortura», más que preguntar, el periodista: «Sería hermoso —responde Alexis—, pero ella tiene allá sus responsabilidades; es ingeniera pecuaria y profesora en la Universidad de Guantánamo. También, está al cuidado de su madre, muy anciana. Ella lleva el peso del trabajo, la casa y la familia». 

—Además de sus labores profesionales, ustedes tienen otras dos misiones: uno debe cuidarle el hijo a Nancy; el otro, preservarle el esposo. ¿Quién cumple mejor la suya?

—Ahí estamos parejos —refiere el padre—: los dos velamos por los dos. Y no hay quien le dé a ella una respuesta negativa; hay que rendirle cuenta de cómo nos comportamos, por lo tanto siempre estamos pendientes uno del otro. Él responde como hijo y yo como esposo.    

Esta historia está por acabar. Muy pronto, cumplida su misión, Alexis regresará a Guantánamo y Alexey quedará en San Felipe defendiendo a solas el «escudo» solidario de los Ginarte.

«Ese día —reconoce el joven— está muy cerca. Es complicado saber que la unión física de aquí se va a disolver, pero aun así toda la sabiduría que me ha ido dejando, todos esos consejos, los mantendré para cumplir satisfactoriamente mi propia misión. Es difícil que él se vaya. Yo mantendré mi postura para darles a ellos la satisfacción al volver a casa, un tiempo después, con la tarea hecha».

—¿Qué será, al paso de los años, Venezuela en tu historia con tu papá?

—Esta experiencia —dice Alexey cuando tres pares de ojos están al borde de las lágrimas— será otra aventura vivida por los dos.

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