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Boeing se estrella con el Max 8

La grave situación actual de la compañía norteamericana, surgida a partir de los terribles accidentes de Etiopía e Indonesia, al parecer tiene poco de accidental y, tal vez, mucho de apresuramiento en la carrera tecnológica por acaparar mercados frente a competidores europeos

 

 

Autor:

Leonel Nodal

EL presidente Donald Trump estiró la orden de paralizar los vuelos de todos los aviones Boeing 737 Max 8 hasta el último minuto. Ya buena parte del mundo había suspendido sus operaciones, ante el riesgo de una nueva tragedia como la ocurrida el domingo pasado en Etiopía, cuando 157 pasajeros murieron cuando cayó a tierra una nave de ese modelo, al despegar rumbo a Nairobi, Kenia. 

Otro Max 8 cayó al mar en Indonesia, en octubre pasado, con saldo de 189 personas muertas. En solo cinco meses 346 fallecidos en dos aeronaves recién estrenadas.

La semejanza entre los dos sucesos era demasiada. Viajeros de todo el mundo, con pasajes reservados para las siguientes horas, comenzaron a llamar a las líneas aéreas para saber en qué modelo de avión sería su vuelo. Las cancelaciones llovían.

China y la Unión Europea anunciaron el martes la suspensión de los 737 Max 8 y Max 9. Más de 40 países siguieron sus pasos. Uno de los últimos fue Canadá.

«Cualquier avión que se encuentre en estos momentos en el aire llegará a destino y se quedará en tierra hasta nueva orden», dijo Trump desde la Casa Blanca poco antes de la medianoche del miércoles.

A juicio de analistas, ya era demasiado tarde para impedir los suspicaces comentarios de complicidad con la Boeing, a la que horas antes concedió un voto de confianza en el 737 Max 8, convertido en un ataúd volador.

«La seguridad de los estadounidenses y de todos los pasajeros es nuestra prioridad», dijo un solemne Trump.

La tardía decisión reveló la fuerza imparable del temor de pasajeros y tripulantes negados a ser partícipes involuntarios de un macabro juego de ruleta rusa.

Tanta complacencia de Trump con la Boeing se explica —según sus críticos— por sus vínculos con esa compañía, que borran los límites entre lo público y lo privado.

El mandatario nombró a principios de este año como secretario de Defensa interino al vicepresidente de Boeing, Patrick Shanahan, quien ya ocupaba el puesto de vicesecretario de Defensa desde marzo de 2017.

Solo en los últimos seis meses, Boeing ganó tres concursos multimillonarios del Departamento de Defensa. Y en cartera ya tiene otros proyectos de aeronaves militares para el Pentágono que no están exentos de polémica.

El propio Trump negoció con su amigo Dennis Muilenburg, presidente de Boeing, el  encargo de dos nuevos Air Force One por un valor de 3 900 millones de dólares.

Durante una visita a la planta de Boeing en North Charleston, Trump anunció que está pensando en una gran compra de los aviones de combate de última generación de esa compañía F-18 Super Hornet, con lo que dejaría fuera de competencia al F-35 de Lockheed Martin, otro gigante aeronáutico estadounidense, con el pretexto de sus altos costos.

Según expertos, el éxito de Boeing con sus aviones comerciales como el 737 es lo que le permite ser competitivo en su área militar, en la que sus beneficios son casi tres veces menores.

Los ingresos en 2017 del área comercial de Boeing fueron de más de 56 000 millones de dólares frente a los 21 000 millones de la rama militar.

Pero también puede decirse que toda la investigación sustentada en el desarrollo de los aviones militares, financiada por las compras del Gobierno, respaldan la competitividad comercial.

La grave situación actual, surgida a partir de los terribles accidentes de Etiopía e Indonesia, al parecer tiene poco de accidental y, tal vez, mucho de apresuramiento en la carrera tecnológica por acaparar mercados frente a competidores europeos, lo que asoma en las reacciones a ambos lados del Atlántico.

A ello se suma la desconfianza creciente de China, que ordenó la inmediata inmovilización de los 96 aviones Max 8 en servicio, más de una cuarta parte de los cerca de 370 aviones que operan en el mundo.

La decisión de Etiopía de pedir a Francia que reciba las cajas negras del avión siniestrado para analizar lo ocurrido indica el interés en buscar un resultado objetivo, lejos de la parte más interesada en salvar la cara y los contratos.

La paralización de los Max 8 provocó una caída del 13 por ciento en el valor de las acciones de Boeing en una semana, equivalente a la pérdida de 33 000 millones de dólares.

Según especialistas en Derecho aeronáutico, la situación pinta mal para Boeing, porque el segundo accidente del Max 8 se parece demasiado al primero.

Funcionarios de Lion Air, en Indonesia, dijeron que los sensores en su avión produjeron información errónea en sus últimos cuatro vuelos, lo que desencadenó un comando automático de nariz abajo que los pilotos no pudieron superar.

Si las causas fueran las mismas —y eso se sabrá con los datos de las cajas negras, ahora en París—, entonces es muy probable que todos los costos de esta tremenda crisis caigan sobre Boeing, dijo el analista Alvaro Alcocer en la revista española Preferente.

En ese caso, la cuenta incluye las pérdidas más lo dejado de ingresar por la inoperatividad de 370 aviones en varios países del mundo, que reclamarán ser indemnizados, así como los familiares de las víctimas.

Boeing ha entregado más de 350 aviones MAX a aerolíneas de todo el mundo desde mayo de 2017 y tiene más de 4 660 en su libro de pedidos a partir de enero, según la compañía. A saber cuántos serán cancelados.

La Agencia Europea de Seguridad Aérea, que se adelantó a dar la orden de prohibir los vuelos del Max 8 en el Viejo Continente,  dijo que «en esta etapa temprana» de la investigación más reciente, «no se puede excluir que causas similares hayan contribuido a ambos eventos».

Parecen ser días aciagos para la empresa estadounidense.

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