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CNN, Marco Rubio y la narconoticia contra Venezuela

El mismo día que Washington anunciaba nuevas medidas contra La Habana, Managua y Caracas, CNN publicaba: «La corrupción en Venezuela ha creado una superautopista de cocaína a EE. UU.»

Autor:

Enrique Milanés León

Como si se le agotaran las agujas con que hace vudú político contra la figura a escala de Nicolás Maduro o si en el Congreso norteamericano sobrara el ocio, el senador Marco Rubio tiene ahora un nuevo delirio antichavista. Resulta, según él, que Estados Unidos debe cuidarse las espaldas; esto es, las fronteras, de otra amenaza urdida en Venezuela: el tráfico de cocaína con rumbo al «impoluto» mercado norteño. 

Con esa fuerza de cara —al aplastamiento de la izquierda antimperialista de la región— que lo caracteriza, Marquitos, que así le llamaba Trump cuando ambos peleaban a chancleta limpia la candidatura presidencial bajo sello republicano, ha expuesto tal desasosiego en la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado, ilustrísimo cónclave que seguramente caló, más allá de las posturas puntuales, la letalidad del chiste.

Porque «el régimen», dice el inmaduro político inmadurista, participa abiertamente en el negocio, a tal punto de que cobra billetes gordos a los aviones que trafican la droga sobre el espacio aéreo de Venezuela, cuyo pago es su única garantía de no ser derribados por la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, que a esta hora de bloqueo, despojo, amenazas y sabotajes no tiene mejor cosa que hacer —la ironía es mía— que dedicarse al celestial peaje de la droga.

Ya se sabe que la mentira tiene patas cortas, pero a veces la mentira es una araña y tiene demasiadas patas. Porque estos embustes de un congresista estadounidense que se precia de su amistad con Álvaro Uribe —el eterno senador colombiano con las manos manchadas de «polvo»— son también sostenidos en célebres medios de prensa… CNN, por ejemplo.

Como lo leí, les cuento: hace muy poco, la cadena publicó un trabajo que le tomó meses de estudio, dizque para rastrear la ruta de la cocaína hacia el norte desde los fértiles campos de la hoja original en Colombia. Según la nota, cientos de pequeñas avionetas usan el espacio aéreo venezolano con plena tranquilidad, gracias al toque oportuno a militares y dirigentes venezolanos.

Las líneas del texto se leen rápido, cual se ve una película del mítico 007 brincando cualquier frontera, pero el problema viene cuando se buscan las fuentes. Porque escribir «de acuerdo con un funcionario estadounidense» no le asegura credibilidad a nadie, y menos si el país marcado por la infamia es de Latinoamérica, la pretendida «yarda trasera» de la Casa Blanca.

Quien crea que el periodismo es una empresa de recados puede tragarse esto: «Los funcionarios colombianos —que rara vez permiten ser citados textualmente— también dicen que el narcotráfico ha hecho recientemente que la guerrilla del ELN trabaje con los militares de Maduro», pero quien conoce las viejas zancadillas del poder se da cuenta enseguida de que se lanza al público, sin crédito ni prueba algunos, un par de formidables pretextos para la invasión: drogas y terrorismo.

En este mundo no quedan noticias descolgadas. El 17 de abril, el mismo día que Washington anunciaba nuevas medidas contra Cuba, Nicaragua y Venezuela, los periodistas Nick Paton Walsh, Natalie Gallón y Diana Castrillón publicaban en CNN un titular que, por su extensión y su calibre, parecía más bien un portaviones: «La corrupción en Venezuela ha creado una superautopista de cocaína a EE. UU.».

El texto no solo asegura —bajo el manto oscuro de «funcionarios estadounidenses, así como efectivos de otras naciones»— que «son las propias élites militares y políticas de Venezuela» las que dan paso a las drogas «dentro y fuera del país», sino que sostiene que de 2017 a 2018 los vuelos desde los estados de Apure y Zulia crecieron un 50 por ciento.

La guinda del pastel es la afirmación de que en 2018 el presunto puente ilícito permitió que entraran a Estados Unidos 240 toneladas de cocaína con ayuda del Gobierno de Maduro. ¿Quién las pesó… CNN?

Aunque, desde su Oficina Oval, el pretendido editor planetario trucó la balanza mediática desde hace demasiado tiempo, resulta más palpable y creíble afirmar que a lo largo de 2018 la Oficina Nacional Antidrogas (ONA) venezolana, junto con otros cuerpos de seguridad, incautó 40 toneladas de diversas drogas, según reveló en un espacio de Venezolana de Televisión —he aquí una fuente concreta— el general Juan Grillo González, jefe de ese organismo.

¡Qué cómplices más raros, Marco Rubio, que reducen espontáneamente su propia factura! ¡Qué corruptos más tontos, CNN, que malogran el comercio que los haría ricos! El colmo del contrasentido de estos «traficantes» bolivarianos de cuello blanco y cuello verde es que en ese período desmantelaron 14 laboratorios de procesamiento de cocaína —instalados ilegalmente con insumos y logísticas provenientes de Colombia— e incautaron 28 de las avionetas que supuestamente dejan volar.

Si no hay espacios para eso en el gran sumario de este mundo, menos aún lo habrá para los toques sensibles, como las 35 000 actividades de prevención contra el uso de sustancias ilícitas que durante el año pasado el Gobierno Bolivariano hizo en bien de sus niños, adolescentes y jóvenes bajo coordinación de las grandes misiones Cuadrantes de paz y A toda vida, Venezuela. Claro, quien se inyecta con mentiras no podría enterarse.

Definitivamente, prevenir hábitos tóxicos en favor de los niños no ayuda a justificar una invasión, que es a fin de cuentas lo que pretenden Rubio, CNN y una larga lista de empleados del imperio. A ellos les sirve el cuento de la narcocorrupción venezolana y la amenaza que ella entraña para las inmaculadas costas estadounidenses.

El senador y compañía buscan adaptar a la Venezuela de hoy el guion que los llevó a invadir con 26 000 soldados Panamá la noche del 20 de diciembre de 1989 con el pretexto de capturar y procesar al general Manuel Noriega por narcotráfico. Más de 4 000 muertos después se ha conocido que la razón verdadera era abolir los tratados Torrijos-Carter sobre el canal y ahuyentar de la zona a potencias rivales interesadas en la vía. ¿No les resulta familiar?

En realidad, a la Casa Blanca no le molestan las drogas. Desde que sus soldados invadieron Afganistán se multiplicó allí a cifras récords el cultivo de amapola y la producción de opio; lo importante, para ella, es que esa nación asiática guarda en su subsuelo enormes yacimientos de cobre, oro, zinc, plata, aluminio, azufre, molibdeno, lazurita, hierro, cobalto, wolframio, mármol, uranio, y tierras raras como niobio y torio. ¿No han escuchado algo semejante del cofre venezolano?

Por todo ello, «el régimen venezolano tiene que caer». A lo sumo, Nicolás Maduro se fumaría con los opositores y con los señores del norte su mil veces ofrecida pipa de la paz, pero el Rubio de apellido y el rubio de tinte presidencial quieren algo más fuerte, algo que les desinhiba a plenitud esas ganas de invadir adquiridas con la vieja droga del monroísmo.

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