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Afganistán: 18 años y algo de su costo

El dinero despilfarrado es lo de menos comparado con el dolor humano que continúa y llega a hacerse infinito

Autor:

Juana Carrasco Martín

Dice el Departamento de Defensa de Estados Unidos que el gasto militar total desde que el 7 de octubre de 2001 comenzó la guerra en Afganistán, la de George W. Bush, hasta marzo de 2019, fue de 760 000 millones de dólares. Acaso este ha sido el costo real, o es solo la expresión de cuánto se ha gastado el imperio en una de sus más irresponsables aventuras bélicas, que inició bajo el nombre mediático de Operación Libertad Duradera…

Oficialmente, cuando entra el conflicto bélico en su año 19, en tierra afgana permanecen 14 000 efectivos estadounidenses y la misión militar —cuyo objetivo manifiesto era evitar el uso de Afganistán como base terrorista de operaciones de Osama Bin Laden, y atacar la capacidad  militar del régimen talibán— se puede contar entre uno de sus más estruendosos fracasos.

El Talibán supuestamente derrotado en la sangrienta contienda, resurgió de esas cenizas, y por un tilín no se convirtió en negociador al otro lado de la mesa en Camp David, por decisión de última hora de Donald Trump de cerrar las conversaciones hasta entonces secretas, por ser aquellos responsables de un sangriento atentado con bomba. Pero sea ahora o más adelante, en cualquier paso político para intentar llegar a la normalidad, tiene que contarse con los talibanes.

Afganistán sigue siendo un país inestable e inseguro; la prolongación de la guerra le devolvió a la condición de ser el mayor productor de opio del mundo, la materia prima de la heroína; la corrupción generalizada ha lastrado estas casi dos décadas. Tal parecería que nada puede hacerse.

Por tanto, en esa región asiática solo cuentan costos demasiado pesados. Desde la invasión de 2001, llevada a cabo bajo la sombrilla de una coalición internacional, han muerto 3 561 de esas fuerzas y de ellos 2 419 estadounidenses (datos hasta enero de este año).

Según el actual presidente afgano, Ashraf Ghani, desde 2014 en que las fuerzas afganas se hicieron cargo de la contienda contra el talibán y otros grupos insurrectos, 45 000 soldados y policías de esas tropas de seguridad han fallecido. Esta cifra se sumaría a los 3 729 efectivos muertos y otros 16 511 heridos entre finales de 2001 y principios de 2014. Por su parte, el Instituto Watson de la Universidad Brown afirma que 42 000 combatientes de la oposición han muerto.

Nadie se atreve a dar un número exacto de los civiles afganos que han perdido la vida o simplemente no se quieren cuantificar. El estimado para algunos es de 150 000. En febrero de 2019 la ONU mencionó 32 000, otros bajan su número hasta 20 000. En el sufrimiento de la población afgana cuenta también el desplazamiento en su propia nación. Hace siete años atrás, en 2012, había cerca de medio millón de civiles desplazados a consecuencia del conflicto.

Con Donald Trump, el panorama no ha variado a pesar de que asumió como presidente de Estados Unidos con la promesa de terminar esa guerra. En realidad añadió nuevas atrocidades y solo en los primeros diez meses de 2018 aviones y drones estadounidenses habían descargado miles de bombas sobre suelo afgano y las víctimas civiles se cuentan por cientos. El secretario de Estado Mike Pompeo, el domingo en que Trump cancelaba la negociación con los talibanes, decía a la televisión que EE. UU. «ha matado a mil talibanes en los últimos diez días».

Por supuesto, no reconoció que en esas mil víctimas mortales de seguro había un buen número de civiles, que al parecer ni siquiera clasifican como daños colaterales, lo que deja claro que esta es una guerra obscena de nunca acabar.

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