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Un monstruo, el brexit y papel higiénico

El brexit es, por supuesto, la decisión soberana de Reino Unido de desunirse de Europa, pero es también una mina continental a punto de explotar

Autor:

Enrique Milanés León

A lo largo de 2019, el monstruo del brexit desanduvo calles y oficinas de Países Bajos asustando a la gente con su mejor truco de miedo: una charla sobre las consecuencias que traerá el divorcio, «a la británica», de Reino Unido y la Unión Europea (UE). No se trata de una metáfora para niños sino de una auténtica bestia, peluda y azul, puesta en circulación por el mismísimo Ejecutivo nacional y compartida en redes por el canciller Stef Blok para alertar que lo que viene es ya misterio y pudiera ser horror. Del «bicho» al hecho, Blok da un consejo de doble lectura: «¡Asegúrate de que el brexit no se interponga en tu camino!».

Pero el brexit real piensa interponerse. La cómoda victoria del Partido Conservador del primer ministro Boris Johnson en las recientes elecciones aseguró que el 31 de enero Reino Unido abandone la nave de la Unión. Luego comenzarán a negociar el futuro vínculo entre Londres y Bruselas, pero una mala negociación equivaldría al temido brexit sin acuerdo.

Si la ruptura es drástica se esperan dificultades en el suministro de comida y medicinas, retrasos en aeropuertos y en el canal de la Mancha, inéditos controles fronterizos, cese del reconocimiento de derechos de permanencia o residencia para millones de personas de las islas y tierra firme, angustia jurídica, incomodidades y tensiones callejeras de alcance impredecible. Quién sabe si a partir de entonces el té de las cinco se tome a las seis y pico y el expreso de Londres llegue… cuando pueda.

Aun decidido a «irse» a cualquier precio, como está, el Gobierno de Johnson no ignora la que se avecina, de ahí que hace unos meses el Tesoro británico elaboró el Yellowhammer, plan de contingencia para una salida a la brava. 

Concebido para la ruptura el 31 de octubre, a la postre pospuesta, el documento, desarrollado por la Secretaría de Contingencias Civiles, contemplaba los riesgos del rompimiento sin acuerdo que convertirá a Reino Unido en un tercer país —como cualquier otro— obligado a negociar con la UE y sus miembros desde cero, sin ningún privilegio.

El Gobierno de Johnson ha admitido que el flujo de mercancías en el canal se reduciría hasta un 40 por ciento y que recuperar el ritmo habitual podría tomar hasta tres meses, lo que haría inevitable los «bloqueos, esperas y atrasos».

No es para menos: entre el Paso de Calais, en Francia, y el puerto de Dover, en Reino Unido, pasan al menos 11 000 camiones al día, de modo que cuando sea instalada una frontera que hoy no existe y todo se someta a revisión, hasta el Big Ben sabrá lo que es un bostezo al mediodía.

Hay certeza oficial en Reino Unido de que, «a la brava», bajaría la disponibilidad de alimentos frescos, envases, químicos e ingredientes esenciales. En fin, habría comida, pero el menú flaquearía, con lo cual los precios pudieran subir a la torre de Londres.

La nación, que importa al mes 37 millones de lotes de medicinas desde la Unión Europea, ha creado reservas para prever posibles desabastecimientos. El Gobierno había reconocido en Yellowhammer que la capacidad para responder ante una epidemia se vería afectada.

Los perjuicios no quedarían solo en la tierra de Boris Johnson. Dicho en los términos secos de un estudio de la belga Universidad de Lovaina, un divorcio sin negocio —de esta modosa pareja que salió tan complicada— causaría la pérdida de 1 222 170 empleos en al menos cinco países del actual bloque.

Según la investigación, un brexit a las greñas haría perder 139 140 empleos en Italia, 291 930 en Alemania, 141 320 en Francia, 122 950 en Polonia y 526 830 en Reino Unido, el galán que «abandona». Si hay arreglo, las pérdidas de plazas laborales pudieran reducirse en alrededor de un tercio.

Preocupa el cónyuge díscolo. El propio gobernador del Banco de Inglaterra, Mark Carney, ha pronosticado que una fractura brusca provocaría «un choque instantáneo» en la economía del Reino Unido. Carney afirmó a BBC que «los mercados dan por segura» una aguda caída de la libra esterlina que se notaría «en la gasolina y la compra de comestibles».

Ya que hablamos de gasolina, es bueno apuntarlo: las industrias automovilísticas están aterradas con que el brexit áspero acorte la carretera de sus ganancias. A finales de septiembre, las principales asociaciones de esa rama en Europa consensuaron un llamado para evitar un divorcio sin acuerdo que conduciría a muchos números rojos.

Solamente la aplicación de aranceles en las nuevas fronteras supondría un costo extra de 5 700 millones de euros entre ambas partes, tanto para el sector automotor como para los consumidores. Al decir de la Asociación de Constructores Europeos de Automóviles (ACEA) y de otras nacionales en el continente, un brexit duro significaría un «cambio sísmico» en el comercio, con afectaciones claras a todos los involucrados, incluido el simple comprador.

Como el capitalismo mide cada centavo, ya está hecha la tarea: cada minuto de interrupción de la producción en Reino Unido podría costar 54 700 euros. ¿Cómo será entonces en toda Europa, donde 13,8 millones de trabajadores producen al año 19,1 millones de automóviles?

En general, nada sugiere que se evitarán los retrasos, sino al contrario. La separación seca llevaría a las compañías británicas de importación y exportación, solo en el llenado de formularios aduaneros, a una erogación adicional anual de más de 5 500 millones de euros.

La otra cara frente al canal, la primera en realidad, es la de las personas. En la actualidad 2,37 millones de ciudadanos comunitarios trabajan en tierra británica. Para permanecer en ella, tanto ellos como sus familiares deberán acogerse a un programa gubernamental. Hasta octubre pasado, según la Oficina Nacional de Estadísticas, alrededor de 1,86 millones de ellos habían iniciado el trámite. 

Por mucho que trabajen junto a los nativos británicos, no parece que puedan impedir el alza del déficit público. El Instituto de Estudios Fiscales (IFS) afirmó hace dos meses que este déficit superará los 55 000 millones de euros en 2020, lo que equivaldría al 2,3 por ciento del PIB británico.

Paul Johnson, director del IFS, considera que hay un «extraordinario nivel de incertidumbre» y que la economía y las finanzas públicas afrontan «riesgos» ante el brexit. El IFS presagia una caída económica porque el Gobierno tendrá que hacer frente a «las consecuencias de una economía más pequeña y un mayor endeudamiento». Para estos expertos, la economía británica ya ha sufrido una contracción de unos 67 080 millones de euros desde que en junio de 2016 el país votó a favor de salir de la UE en el referendo de la discordia.

Un problema peliagudo para Europa en 2020 está en el borde irlandés, porque un brexit crudo restablecería las fronteras físicas entre Irlanda, que es miembro de la UE y seguirá siéndolo, e Irlanda del Norte, provincia del Reino Unido. Decenas de miles de trabajadores irlandeses se verían afectados, al punto que el Ejecutivo de esa nación prevé una baja del seis por ciento en el PIB. En política, reinstalar fronteras físicas puede quebrar una paz que costó mucho.

Brincando Europa, en el peñón de Gibraltar sería costoso establecer lentos controles por tierra, mar y aire sobre los 11 millones de turistas anuales. Se afectarían no solo los jugosos ingresos británicos, sino también economías como la de la comunidad autónoma española de Andalucía.

El brexit es, por supuesto, la decisión soberana de Reino Unido de desunirse de Europa, pero es también una mina continental a punto de explotar. El centro de estudios europeos Bruegel, de Bruselas, considera que su impacto será más fuerte en las regiones más cercanas a Gran Bretaña: norte de Francia, Bélgica, Holanda y países escandinavos. En general, no parece que nadie en la zona salga bien librado.

Se prevé que el euro pierda escalones frente al dólar, aunque no tanto como los que perderá una libra esterlina de pronóstico hospitalario.

Los 27 países de la Unión, que ahora envían a Reino Unido casi el diez por ciento de sus exportaciones, van a sentir ese vacío, además de otro más sutil: el de la caída en la confianza de los mercados hacia un polo que pierde, con Londres, un puntal referencial.

No obstante, en este Támesis revuelto habrá pescadores. ¿Quién ustedes creen que sea? ¡Estados Unidos! Un estudio de la alemana Fundación Bertelsmann afirma que los ingresos norteamericanos podrían aumentar en alrededor de 13 000 millones de euros por año en caso de brexit sin acuerdo. Ahora uno entiende por qué —mientras los estadistas verdaderos eran comedidos frente al conflicto— Donald Trump calificó de «maravillosa» la decisión de Gran Bretaña de irse de la Unión Europea.

En Londres y en Europa, 2020 será el año del brexit. Las tensiones están a la altura: a inicios de octubre, el diputado nacionalista galés Jonathan Edwards sorprendió a todos al preguntar a los ministros cuánto durarían las reservas de papel higiénico en caso de una salida sin acuerdo. «Este es el nivel de farsa al que hemos llegado: el Gobierno británico ya ni siquiera puede garantizar que tengamos los suministros necesarios de papel higiénico en un brexit brutal», declaró a la agencia Press Association.

Perspicaz, como suelen ser los diputados, seguramente Jonathan Edwards quiere asegurarse de tener a mano ese producto importado para el día en que, entre el mar y el continente, lo atrape sin remedio el monstruo azul y peludo que asusta en Países Bajos.

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