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Monopolios y medios: la estafa que no acaba

Desde la confabulación mafiosa entre medios, jueces y militares en la Argentina de los años 70 se gestaban las dictaduras mediáticas embriagadas ahora mismo por provocar un estallido social en Cuba

 

Autor:

Ricardo Ronquillo Bello

Si con una metáfora pudiera resumirse el valor de un texto presentado esta semana por la Editorial Ciencias Sociales: Papel prensa, el grupo de tareas…, y que esa metáfora se parezca a su creador, podría decirse que este es como un golazo simbólico, como aquel del 86, del partido entre Argentina e Inglaterra, que narró con tanta pasión y gracia Víctor Hugo Morales.

Este libro, no solo por la forma en que está escrito —con la soltura y denuedo estilístico de la mejor narrativa periodística latinoamericana—, sino por la contundencia y meticulosidad al revelar la trama sucia, bandoleril, de salteadores, con la que se confabularon los medios, los jueces y los jerarcas militares en Argentina, es como otro «barrilete cósmico» —bautizo estrella del momento para Diego Armando Maradona—, en este caso contra todas las dictaduras de todas las épocas.

Y cuando se dice todas las dictaduras es porque, como se entiende perfectamente del texto, no basta con sacar a los sátrapas vestidos de uniforme del poder, con toda su violencia descarnada, salvaje, brutal, bárbara. Lo más difícil es destronar esa otra dictadura de cuello y corbata, nauseabunda y sigilosa que sigue secuestrando, aniquilando, asesinando todo sentido de justicia y de dignidad de nuestros pueblos, mientras estafa sin descanso sus más sagrados bienes, entre estos el valor de la honestidad, la decencia y la verdad.

Al llegar a la última página de Papel prensa…, con todas las emociones, perplejidades y hasta espantos que provoca la trama mafiosa —así lo califica el mismo Víctor Hugo Morales— que arrebató de las manos del grupo Graiver la mayor papelera de Argentina para conformar un inmenso oligopolio mediático con Clarín a la cabeza, el lector estará indeciso de si haber leído una insuperable pieza de periodismo de investigación o el alegato preciso, minucioso, irrebatible, de un fiscal en el juicio certero —todavía pendiente—, a quienes negociaron el silencio de los más atroces crímenes contra el pueblo argentino a cambio de mayor riqueza y poder.

Al actuar con tanta premeditación y alevosía los cabecillas —decir CEOs sería negar su estirpe delincuencial— de Clarín, La Nación y La Razón sabían muy bien que, al tomar en sus manos el imponente poder simbólico de los medios, estarían en un estado por encima del Estado, incluso cuando ya la dictadura contante y sangrante hubiese salido del poder.  

Desde aquella confabulación mafiosa entre medios, jueces y militares en la Argentina de los años 70 se gestaban las dictaduras mediáticas nacionales, regionales y mundiales que ahora mismo aniquilan, sin control y sin pudor, la razón humana, conduciéndonos a la vergonzosa era de la posverdad.

Un desorden  mundial —decir orden sería un absurdo—  donde la tiranía se fundamenta en la implantación adictiva y siniestra de la mentira, pese a los valores esenciales del periodismo reconocidos hasta en el Código de ética periodística de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).

Podemos repasar por capítulos ese código internacional y someterlo a comparación con sus iguales a escala de la mayoría de los países y nos asombraremos de las similitudes y cercanías que comparten:

  • El derecho del pueblo a una información verídica: El pueblo y las personas tienen el derecho a recibir una imagen
    objetiva de la realidad por medio de una información precisa y completa, y de expresarse libremente a través de los diversos medios de difusión de la cultura y la comunicación.
  • La adhesión del periodista a la realidad objetiva: La tarea primordial del periodista es la de servir el derecho a una información verídica y auténtica por la adhesión honesta a la realidad objetiva, situando conscientemente los hechos en su contexto adecuado.
  • La responsabilidad social del periodista: En el periodismo, la información se comprende como un bien social, y no como un simple producto. Esto significa que el periodista comparte la responsabilidad de la información transmitida. El periodista es, por tanto, responsable no solo frente a los que dominan los medios de comunicación, sino, en último énfasis, frente al gran público, tomando en cuenta la diversidad de los intereses sociales.
  • La integridad profesional del periodista: El papel social del periodista exige
    el que la profesión mantenga un alto nivel de integridad. Esto incluye el derecho del periodista a abstenerse de
    trabajar en contra de sus convicciones o de revelar sus fuentes de información, y también el derecho de participar en la toma de decisiones en los medios de comunicación en que esté empleado.
  • El acceso y participación del público: El carácter de la profesión exige, por otra parte, que el periodista favorezca el acceso del público a la información y la participación del público en los medios, lo cual incluye la obligación de la corrección o la rectificación y el derecho de respuesta.
  • El respeto de la vida privada y de la dignidad del hombre: El respeto del derecho de las personas a la vida privada y a la dignidad humana, en conformidad con las disposiciones del derecho internacional y nacional que conciernen a la protección de los derechos y a la reputación del otro, así como las leyes sobre la difamación, la calumnia, la injuria y la insinuación maliciosa, hacen parte integrante de las normas profesionales del periodista.
  • El respeto del interés público: Por lo mismo, las normas profesionales del periodista prescriben el respeto total de la comunidad nacional, de sus instituciones democráticas y de la moral pública.
  • El respeto de los valores universales y la diversidad de las culturas: El verdadero periodista defiende los valores universales del humanismo, en particular la paz, la democracia, los derechos del hombre, el progreso social y la liberación nacional, y respetando el carácter distintivo, el valor y la dignidad de cada cultura, así como el derecho de cada pueblo a escoger libremente y desarrollar sus sistemas político, social, económico o cultural.
  • El periodista participa también activamente en las transformaciones sociales orientadas hacia una mejora democrática de la sociedad y contribuye, por el diálogo, a establecer un clima de confianza en las relaciones internacionales, de forma que favorezca en todo la paz y la justicia, la distensión, el desarme y el desarrollo nacional.
  • La eliminación de la guerra y otras grandes plagas a las que la humanidad está confrontada: El compromiso ético por los valores universales del humanismo previene al periodista contra toda forma de apología o de incitación favorable a las guerras de agresión y la carrera armamentística, especialmente con armas nucleares, y a todas las otras formas de violencia, de odio o de discriminación, especialmente el racismo.

Lo mismo que lo anterior podríamos decir acerca de preceptos constitucionales que están prácticamente recogidos en todos esos instrumentos superiores normativos en el mundo, como la libertad de prensa, pensamiento y expresión, que derivan —como los
valores éticos— en las diferentes políticas nacionales de comunicación.

Pero lo cierto es que pese a los postulados referidos se reconocen como valores y principios universales, su plasmación en las políticas y su concreción en la vida práctica de las naciones y de la humanidad pasa por interpretaciones diversas, en correspondencia con las visiones y sistemas ideopolíticos existentes y el lugar que se ocupa en la escala de poder nacional e internacional.

De lo contrario no tendríamos que estar hablando, desde hace tanto tiempo que se pierde en la memoria —como referíamos en entrevista con la revista Temas— de la necesidad de un nuevo orden mundial de la información, que en realidad no derivó en otra cosa que en el nuevo desorden mundial de la manipulación, que es lo que prevalece en este pandémico siglo XXI.

Desafortunadamente, la llamada sociedad de la información y sus cumbres mundiales no arrojan tampoco, más recientemente, los equilibrios y la sensatez necesarios en medio de este caos manipulador mundial, sino más bien lo acentúan. Esa es la razón que provoca que las organizaciones de la sociedad civil estén enfrentadas a la forma en que se está configurando la mencionada sociedad.

En dicha entrevista referíamos que está bastante bien estudiado y reconocido que las actividades y los presupuestos orientados al logro de las metas sociales fueron insignificantes en comparación con los enormes cambios forjados por la re-regulación y la privatización de la infraestructura en telecomunicaciones. En América Latina, por mencionar una zona del mundo, todos los nodos de comunicación pasan por Estados Unidos. En esta región más del 80 por ciento de los contenidos de información y de cultura que se consumen provienen de oligopolios que pueden contarse con los dedos de la mano.

Los países más ricos y poderosos tienen su versión muy peculiar de esa sociedad global, que no busca otra cosa que el predominio de sus intereses de dominación e influencia planetarios en detrimento de los intereses soberanos
de los pueblos y sus derechos básicos a una vida digna. No son pocos los que denuncian que esa llamada sociedad de la información debe considerarse como un invento de las necesidades de globalización del capital y de los gobiernos que la apoyan, pese a determinados avances en algunas áreas del mundo, que, sin embargo, no resuelven las enormes brechas digitales —y otras dolorosas brechas— y sus amargas consecuencias en todos los sentidos.

Al alertar sobre la existencia de esa tiranía, confabulada ahora mismo en el golpe político-comunicacional contra Cuba, para lo cual acuden desvergonzadamente al terrorismo mediático y la manipulación más descarada, el Doctor en Ciencias de la Comunicación Julio García Luis sostenía que, desde luego, hay monopolios sobre el discurso mediático, grandes monopolios, parte de una grotesca tiranía, con diferentes escalas, locales, regionales, mundial; pero estos subsisten por su aparente porosidad, por su capacidad para mimetizarse, por su fingida independencia del poder real. Lo difícil, por el contrario, sería hoy un monopolio de pretensiones herméticas como los ya conocidos.

El tambien Premio Nacional de Periodismo José Martí agregaba que la ideología, realizada o no por medio del discurso, es lo que permite percibir el mundo —con cristales deformantes o con nitidez—; es lo que permite organizar el poder y el ejercicio de la hegemonía, y es lo que da la capacidad de control sobre los factores de la sociedad.

En el caso cubano, afirmaba, ese control no puede sustentarse en el engaño, en la manipulación de símbolos, sino en la adecuada información, interpretación, persuasión y convencimiento de la gran mayoría protagónica, en definitiva, del público.

Esa es precisamente la antípoda de esa tiranía que hoy mismo participa de una conspiración siniestra contra Cuba y que tuvo entre sus semillas la sembrada en la Argentina regentada desde los cuarteles, en contubernio con los medios y los jueces que describe en su libro, como un golazo por la verdad y la reparación moral de las víctimas, Víctor Hugo Morales. 

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