La vasta y diversa obra de Arturo Montoto, visible en escenarios cubanos e internacionales de elevado prestigio, se renueva cada día. Autor: Cortesía del entrevistado Publicado: 31/07/2025 | 12:13 am
ARTURO Montoto ha vuelto. Y no es que se haya ido alguna vez, pero ciertamente se notaba su ausencia —bastante prolongada— en el circuito de galerías y espacios de exhibición en el país. El pintor, escultor, grabador, muralista y fotógrafo pinareño y de profundo arraigo en el municipio habanero de Guanabacoa, es muy querido, y por eso, su presencia es muy anhelada.
Ha vuelto, entonces, a mostrar su arte. Para no pocos, de una manera que despierta el asombro e incluso la incertidumbre. ¿Acaso no son piezas muy oscuras, un tanto ambiguas, con predominio de las sombras y quizá hasta tristes? La gente se inquieta, sin embargo, el propio Montoto derrumba los mitos.
«Muchos creen que estoy mal porque estoy pintando oscuro, y eso no tiene nada que ver. Los artistas tenemos como una especie de conexión con determinada espiritualidad y momento, y podemos estar felices y pintar con negro, y podemos estar tristes y abrumados y pintar con blanco.
«La oscuridad o el color no necesariamente tienen que relacionarse directamente con el estado anímico del artista. Claro, si quieres propiciar cierta atmósfera a esas piezas para darle ese misterio ancestral que tiene que ser, pues una atmósfera oscura es más acertada que una atmósfera clara… pero yo estoy muy bien».
Una visita a la caverna es la muestra personal del artista que ha suscitado las «dudas». Abierta al público hasta el 20 de agosto en la galería Carmelo González de la Casa de la Cultura de Plaza de la Revolución, en La Habana, la exposición reúne siete piezas que nos conectan con una arista creativa que no por poco conocida de su trayectoria, deja de ser propia.
«El siete es mi número mágico y por eso es la cantidad de piezas que reuní. Muchos creen que es una nueva manera que me he propuesto para crear, pero realmente no lo es. Desde que estudiaba en la Escuela Nacional de Arte en los años 70, yo pintaba de ese modo. Pero luego cuando estudié mi maestría en la Academia Surikov de Moscú, en Rusia, me exigían mucho el ejercicio de la figuración, de lo figurativo, y no me permitía trabajar nada desde el costado expresionista o abstracto.
«El expresionismo abstracto norteamericano en la escuela a nosotros nos influyó muchísimo
y mi tesis tenía que ver con ese lenguaje, pero ciertamente durante mi estancia en Rusia, me aparté un poco de él.
«Cuando llegué a Cuba no sabía cómo insertarme, y como nadie me conocía, empecé a trabajar con un paisaje de la ciudad, con muros, aparecieron las frutas solitarias, que no es más que un contraste que quería proponer a partir de la suavidad de sus masas con respecto a la agresividad del medio de concreto, de la calle, de las esquinas de las paredes y de ahí, la relación de las luces y las sombras.
«El público y la crítica empezó a hablar de naturaleza muerta porque veía una fruta cortada, sí, pero no estaba muerta. Me sentí cómodo entonces con la definición de ser un paisajista urbano que, en realidad, es lo que he sido.
«Aceptaron muy bien esa obra mía que, además, integró la maravillosa iniciativa del proyecto Arte en casa del Fondo Cubano de Bienes Culturales, aunque no aceptaron algunos diseños que propuse para las tazas de café, por ejemplo; pero en general, fue una manera de hacer popular mi trabajo, y lo agradezco. Fue esa la vía para que conocieran más esa línea creativa, pero no abandoné el otro modo de pintar, lo que pasa es que lo hacía y no lo mostraba, y ahora es lo que realmente más quiero mostrar».
—Todas las piezas son pinturas…
—Sí, todas son pinturas empleando técnicas mixtas, y son como especie de retratos de objetos de diferentes culturas, o alusiones, porque realmente yo no hago un retrato realista del objeto. Son alusiones simbólicas, y, sobre todo, envueltas en una atmósfera que no las define como objetos de uso cotidiano presente, sino justamente algo para ser observado, para ser visto, para ser degustado como pintura.
—¿Acaso es la primera de varias visitas?
—Si supieras… A esta exposición le antecede un proyecto que aún no he mostrado, pero en el que he trabajado mucho, concebido como Una visita al hogar de ancianos, que espero sea mi próxima muestra a exhibir. Entonces, pensé en Una visita a la caverna, y de algún modo, aludo un poco al pasado primitivo del hombre y a la precariedad, porque en realidad me he apropiado de objetos que visualmente tienen que ver con las culturas ancestrales de los hombres primarios, no primitivos.
«Alguien me sugirió nombrarla Regreso a la caverna, pero verdaderamente no estoy regresando. Es una visita
que, al fin y al cabo, marca un estadio temporal. La caverna también alude a la alegoría de Platón, sobre lo que vemos en el mundo circundante que no es realmente como son las cosas; pues las cosas reales están en otro plano que nosotros no podemos ver o, como también dijo el filósofo, una sombra borrosa de lo que realmente es.
«Y entonces eso es más bien una metáfora poética, una cuestión de recurso poético que yo usé. Estas imágenes no son retratos realistas exactos de cómo es el objeto, sino que el objeto me da muchísimas posibilidades de soñar, de decir cosas, de imaginarme cosas o de reutilizarlo en otro sentido».
Ha estado feliz Montoto —Orden al Mérito de la República Italiana en la categoría de Caballero— de que la muestra se exhiba en la casa de la cultura de Plaza de la Revolución, antiguo Liceo Femenino del Vedado «porque tiene mucha historia ese lugar, donde se fundó el Festival Internacional Jazz Plaza, al que yo iba mucho desde que regresé de Rusia y del que obtuve muchas fotografías de grandes figuras del género que tocaron sobre ese escenario. Funcionó durante mucho tiempo como un espacio de los privilegiados en La Habana y me alegro
de que retome esa esencia, me siento honrado de que me hayan invitado a exponer para darle inicio a una nueva etapa de esta casa, y en la galería que lleva el nombre de Carmelo González.
Su vasta y diversa obra, visible en escenarios internacionales de elevado prestigio y de forma permanente, al igual que en algunos espacios de nuestro país, se renueva cada vez. «Me sentía algo cansado en los últimos años, pero ahora me siento con muchas ganas de trabajar, con mucha energía positiva…».
—¿Y es que lo has hecho todo?
—No, por supuesto, uno nunca lo hace todo. Uno termina el último día. Quedan muchas cosas pendientes y muchos proyectos inconclusos que hay que retomar.
—¿Mantiene su labor como profesor, apoyando a noveles artistas…?
—Yo digo que soy un pedagogo nato. Tengo el instinto ese de compartir el conocimiento que adquiero. Desde que fundé mi estudio en Guanabacoa, ofrecí cursos gratuitos, pensando en esa comunidad. Sin embargo, venían de todos los municipios, y eso me llenó de satisfacción. Hay un grupo de jóvenes artistas que están trabajando actualmente y están obteniendo premios que han pasado por mis cursos, que han sido discípulos míos, algunos, incluso, asistentes míos.
«Además, compartir el conocimiento con esos jóvenes me enriquece muchísimo. La pedagogía te nutre también porque te obliga a indagar, a buscar. También preparo conferencias de vez en cuando. Impartiré una próximamente, a propósito de Una visita a la caverna, sobre el momento de quiebre en que la pintura dejó de ser naturalista o representacional simplemente para convertirse en un artificio creador».
—¿Compartes tu criterio sobre la creatividad en el arte en tiempos de supremacía de la inteligencia artificial?
—Si miramos justamente a la época de las cavernas, nos damos cuenta de que el ser humano instintivamente busca el cambio mental, el confort hasta del pensamiento y trabaja para encontrar nuevos caminos siempre.
«La inteligencia artificial es un derivado de la inteligencia del hombre que ha llegado a un nivel muy sofisticado de conocimiento. Es como una cúspide y mi temor es en relación con el lado turbio del ser humano. La inteligencia artificial puede ser nuestra salvadora o nuestra perdición total. Ya veremos».