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Volver sobre un trágico error

La anulación de Roe vs Wade destapa una caja de Pandora donde no son pocos los males que aquejan a las mujeres de la nación norteña

Autor:

Juana Carrasco Martín

La Organización de las Naciones Unidas ha encendido el bombillo rojo para Estados Unidos luego de que la Corte Suprema revirtió el derecho al aborto y con ello les ha quitado a las mujeres de la nación norteña un derecho constitucional que les habían reconocido desde hacía 49 años.

 La decisión que tomaron seis de los nueve jueces del máximo tribunal de justicia para confirmar la prohibición del aborto en el sureño Estado de Mississippi y cinco a cuatro para revocar Roe vs Wade, aleja a las mujeres y niñas estadounidenses de  la Convención sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer, que fue adoptada en diciembre de 1979 por Resolución 34/180 de la Asamblea General de las Naciones Unidas.

 Esa norma de la ONU protege a las féminas de manera amplia e incluso les reconoce el derecho a su salud reproductiva, y al oponerse a los efectos de la discriminación, incluye la violencia, la pobreza y la falta de protección legal, junto con la negación de la herencia, los derechos de propiedad y el acceso al crédito, entre otros.

 Texas, Louisiana, Mississippi, Alabama, Arkansas, Georgia, Carolina  del Sur, Tennessee, Missouri, Kentucky, Idaho, las Dakotas, Utah, Wyoming y Oklahoma están entre casi la mitad de los estados que han dado indicios o han declarado explícitamente que prohibirán el procedimiento de interrupción del embarazo. La ONU ha expresado su solidaridad con las mujeres y urge a que EE. UU. se adhiera a la Convención, que firmó en un principio, pero no ratificó, como sí lo han hecho 189 de los 193 Estados miembros de la ONU. Los otros tres países que tampoco han ratificado la Convención son Irán, Somalia y Sudán. 

 Un argumento  esencial enarbola el organismo internacional: el acceso legal a los procedimientos de aborto contribuye a reducir la mortalidad maternal y asegura el derecho de las mujeres a su autonomía corporal. Resulta que Estados Unidos exhibe una tasa de mortalidad materna incongruente con el desarrollo técnico-científico y la riqueza de ese país. Según datos de los centros para el
Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) en 2020, murieron por complicaciones relacionadas con el embarazo 861 mujeres, el 14 por ciento más que en 2019, cuando fueron 754 las fallecidas, la tasa de mortalidad materna más alta de cualquier nación de altos ingresos en el mundo.

 En febrero pasado, los CDC, en un nuevo informe, mostraron un ligero aumento, pero constante, en el número de mujeres que mueren anualmente debido al embarazo o el parto en Estados Unidos, y subrayamos otra información que da el registro oficial de las estadísticas: la tasa de mortalidad materna entre las mujeres negras sigue siendo tres veces mayor que la de las mujeres blancas.

 Esto  trae otro punto doloroso en las cifras de las desigualdades en un país que retrocede a diario en un viaje a la semilla del puritanismo y conservadurismo más extremos, y en este caso no solo es innegable esa marcha atrás, sino que resulta inhumano que a partir de ahora no se autorice el aborto como procedimiento legal en casos de violación, incesto, amenazas a la vida o la salud de la mujer o la niña grávidas o ante un deterioro fetal grave.

 Mencionamos la situación de las mujeres negras, pero se agrava en todos los casos de aquellas de bajos ingresos o pobres. The Hill, en su análisis de la situación, citó un informe de 2014, en el que el Instituto
Guttmacher encontró que el 75 por ciento de las pacientes con aborto se consideraban de bajos ingresos o pobres, y comentó que ahora aumentan los costos de abortar cuando a los gastos del procedimiento médico se unirán los del viaje a otro Estado y hasta el del cuidado de los otros posibles hijos de la gestante. Tres de cada cuatro mujeres que se someten a un aborto se consideran pobres o de bajos ingresos, subrayaba The Hill.

 «Entre el 75 por ciento de las pacientes de aborto que son pobres o de bajos ingresos, el 49 por ciento vive con menos del nivel federal de pobreza y el 26 por ciento vive entre el 100 y el 199 por ciento del nivel de pobreza, según una investigación de 2014», dice el artículo de esa publicación política washingtoniana.

 Esta situación empeorará si tenemos en cuenta las afectaciones provocadas por la pandemia de la COVID-19, cuando 20 millones de empleos se perdieron, pues datos de la oficina de Censo de Estados Unidos y la consultora McKinsey & Company destacan que cientos de mujeres se están quedando al margen del proceso de recuperación económica en Estados Unidos y se mantienen en casa cuidando de sus familias, entre otras causas por la dificultad de encontrar cuidado infantil confiable y asequible, y esas cifras en un reportaje de AP muestran que en septiembre de 2021 contó con cerca de 2,5 millones de mujeres menos en el campo laboral en comparación con el mismo período del año 2019.

 Se une a esto otro elemento de desigualdad que afecta a las mujeres: la brecha salarial, que aumenta si se es negra o latina. Antes de la pandemia, según datos del Buró del Censo de Estados Unidos, esa grieta promedio es de cerca del 19,5 por ciento, y una mujer devenga solo el 80,5 por ciento de lo que gana un hombre.

 Estos son apenas algunos puntos débiles de la democracia estadounidense que, para no pocos, está en franco deterioro o al menos se tambalea.

 Ya se verán fatídicos resultados que no tendrán nombre, sino apenas frías cifras en las estadísticas.

Estados Unidos se polariza cada vez más. Vendrán de seguro tiempos nefastos.

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