Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Un héroe mitológico

Autor:

Eduardo Grenier Rodríguez

Lean bien: Miltiadis Tentoglu. ¿Habrá algún dios con más nombre de dios? La mitología tendría que reinventarse con un griego auténtico, héroe de divinas noches mundiales y olímpicas y con el aura adicional de ganar por uno, dos centímetros… ¡por la pestaña de un insecto casi! Allá arriba en el Olimpo tiene muchos apoyos este señor nacido en Salónica, porque la suerte y el corazón lo empujan como el viento y cae siempre en la arena un granito más lejos que los demás.

Y si uno lo piensa bien, hay mucho de misticismo en su historia. Perdonen los que no creen: en las arenas de combate, los griegos dominaban el mundo; en la arena también Miltiadis, el Dios de los saltos, ha plantado una cruenta hegemonía. No puede ser casualidad. Tentoglu aniquila a los rebeldes y mutila cualquier intento de democracia. Él es el rey y nadie más, aunque tenga que ponerse el traje de espartano cuando ya lo dan por muerto y violentar las distancias y los aires para subirse otra vez a la cima.

Miltiadis es saltador de altura y en deportes pudiera definirse como algo parecido a un deportista de élite subvalorado: todo el mundo sabe que está, pero pocos le incluyen en el listado de los más grandes. Aunque él, para silenciar cualquier
conjetura que pueda apartarle de la cima, gana, gana y vuelve a ganar las veces que sean necesarias y de las maneras menos esperadas.

Su supremacía, por las formas, es en sí misma una dictadura. En Budapest, el pasado mes de agosto, durante el Mundial tuvo que jugársela en el último intento. Pasaron y pasaron las rondas y la rutina de la competencia lo llevó a casi perder la corona. Yo dudé. Hasta las leyendas fallan y con la soga al cuello no resulta fácil ripostar.

Un patinazo, un ápice de descoordinación, un fugaz viento en contra… ¡Cualquier cosa pudo fungir de obstáculo! Pero ya lo decía, no crean ustedes si no quieren, ese hombre tiene apoyo allá arriba. ¿Zeus? ¿Artemisa? ¿Poseidón? ¿Apolo?... Alguna fuerza suprema puso su mano.

Y llegó, recuerdo, a los 8,52 metros en un ataque de furia y orgullo. Después, impávido, aguardó la respuesta del rival. Pero qué va, ya lo había noqueado con su puño firme: sí, es un dictador… ¿y quién puede contra esa ansia de dominio tan suya?

Sin embargo, no recuerdo un Dios griego que amase tanto el dramatismo, ni un sátrapa tan obsesionado con jugar con los sentimientos ajenos. Dictador y alevoso. Memoricen su nombre: en el Olimpo tiene asiento seguro y en París, el año que viene, irá otra vez a conquistar el frenesí bajo los cinco aros.

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.