Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Se vende tintura de pino macho

Autor:

José Aurelio Paz

A los periodistas nos encanta «alimentarnos» de la gente. El redactor que no tenga en cuenta la más discreta de las opiniones de uno de sus lectores es como ese médico que le receta al paciente sin haberle mirado a la cara, sin siquiera haberle auscultado, antes, el más mínimo soplo de aire en sus pulmones.

Como los cubanos no tenemos tino muchas veces al pedirle algo prestado al vecino, desde un simple jarrito hasta el LADA que es la niña de sus ojos, en un ejercicio de propósito intrascendente las más de las veces, hoy, con toda súplica, quiero tomar algo que pertenece a Javier Dueñas, el «dueño» de una de las columnas más importantes de estas páginas.

Guarda él, con celo, el Espejo más caro del mundo. Ese en el que frente a nosotros aparece, con la magia propia de los cuentos, el reflejo de la opinión popular sobre asuntos de la cotidianidad que asume este diario. Es decir la crítica a los críticos; el juicio de esos dueños anónimos de este periódico que, por invertir el capital de su tiempo y su cariño en leernos, se convierten indiscutiblemente en parte de la dirección de Juventud Rebelde.

Y es que quiero responder a esta especie de diluvio de correos con el cual he sido bendecido por los facultativos de la salud que agradecen mi artículo del pasado 15 de octubre, ¿Medio básico de quién?, donde abordé la inconciencia de los pacientes–impacientes; esos que casi convierten en proteína vegetal los mínimos destellos de privacidad de quienes cultivan una profesión que, a mi modo de ver, es la más importante del mundo junto a la del maestro.

Yo, que no soy plantilla de este diario, pero sí pertenezco de corazón, agradezco a este «médico de la familia de papel» la posibilidad de que mis lectores me tomen el pulso de la palabra. Cada mensaje que toca a la puerta de mi computadora me hace estar sentado frente a un psicoanalista, aunque sea la más escueta de las opiniones.

Por eso quiero agradecer a los colectivos médicos que se pasaron el periódico, de mano en mano, porque no alcanzan en los estanquillos (buen síntoma para este Rebelde) y a aquellos galenos que descolgaron el teléfono de su casa para poder leer mi comentario.

Las reflexiones recibidas son como para hacer un Juramento Hipocrático a lo cubano, donde los enfermos también se comprometan a no «machucar» a los médicos, y viceversa; reconocer socialmente que los profesionales que cubren la retaguardia poseen igual mérito que los que se van a cumplir misión; y que nosotros, los del espejo de papel, debemos hurgar con más sistematicidad en temas que afectan a ese importante sector del que muchas veces la prensa se desentiende o refleja a unos y obvia a otros.

Aunque no me lo crean, también recibí sendas misivas de un esposo y una hija que sufren, estoicamente, la falta de privacidad señalada; de un especialista que sugiere que el país importe contestadoras automáticas para los galenos; y tampoco faltó la doctora que me envió el piropo que me convirtió en semáforo; afirma que soy «el Dirceo cubano» (¿?). Infiero que será por la sagacidad periodística que pudiera tener en cuanto a tocar fibras y no por su figura de galán, de la que no tengo ni una cana, si se fijan bien en la foto que aquí aparece.

A decir verdad, si todo el que me prometió la tintura de pino macho me la envía, y no se extravía el bulto postal, tendré que poner una farmacia homeopática en mi pequeño apartamento.

Si aún existiesen los Girasoles de Opina que una vez, a pesar de su discutido valor farandulesco, sirvieron de termómetro popular a los artistas cubanos, yo tendría, sin dudas, el mío este año.

Uno de mis bienagradecidos lectores expresó: «En fin, que sentí en sus palabras un soplo de aliento (del que se necesita para seguir adelante sin perder la ternura) para continuar “aguantando”, sin dejar de sonreír, a aquellos que, sin razones de urgencia, nos impiden ver el gol de Messi en el minuto 90». Crucemos los dedos y, como los chicos peludos de Liverpool, cantemos: Let it be!

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