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El pacto no tan secreto del superespía

Autor:

Rosa Miriam Elizalde

Alquilen palco, porque la saga de Luis Posada Carriles en los tribunales norteamericanos empieza a ponerse interesante debido a la moción de la fiscalía para desaparecer del juicio del 11 de mayo en El Paso (Texas) toda referencia a los vínculos del terrorista con la CIA. Hasta se tomó el trabajo de desempolvar una carta firmada por él en febrero de 1976 ante sus empleadores de la Agencia, supuesta prueba de que «la relación de Posada con la CIA está a punto de terminar en 1976» y del compromiso, bajo juramento, de «no divulgar secreto alguno».

Fíjense que el texto no dice «terminó» su relación con la CIA, sino «está a punto de terminar», un giro gramatical de una sutileza que haría las delicias de un guionista de cine. De hecho, esta precaución me ha hecho recordar Munich, la película de Steven Spielberg que relata el asesinato de un grupo de palestinos, ordenado por Israel después de la matanza de 11 atletas israelíes en los Juegos Olímpicos de Munich, en 1976.

La escena clave del filme es el momento en que el superespía de la Mossad, Avner Kauffman, recibe la lista de los supuestos autores intelectuales del atentado. Su tarea consiste en asesinar a los palestinos que allí aparecen y tiene carta blanca para violar todas las leyes imaginables, en cualquier país donde ellos se encuentren. Antes de cumplir la misión secreta y probablemente siguiendo una práctica de la época, Kauffman es obligado a firmar una carta donde dice que él ya no pertenece a los servicios de inteligencia israelíes. «A partir de ahora, tú estás solo», le dice con un guiño cómplice el jefe del servicio secreto.

Es difícil no imaginar una escena parecida entre Posada Carriles y su jerarca de la CIA, ese 13 de febrero de 1976, fecha que con tanta precisión pone en nuestras manos ahora la fiscalía norteamericana. Ni siquiera hace falta especular. Las evidencias de que tal cosa pudo perfectamente ocurrir se encuentran profusamente registradas en múltiples documentos desclasificados de la Agencia estadounidense y del FBI, en órdenes de su propia Fiscalía y en investigaciones de sus historiadores y periodistas. El escritor cubano José Luis Méndez, en Salvar al mundo del terrorismo (Editora Política, 2003), ofrece abundante información de los grupos armados y financiados por el gobierno norteamericano, que terminaron actuando por su cuenta y riesgo, con tan alegre inconciencia que puso en guardia a los servicios secretos de ese país. En 1975, por ejemplo, de las 61 acciones terroristas de estos grupos, 39 se ejecutaron en territorio norteamericano y en la mayoría de estas se utilizaron explosivos. Méndez asegura que en 1976 se produjo un pacto secreto entre las autoridades estadounidenses y los terroristas para encauzar la violencia hacia «otros caminos del mundo» y disminuir los atentados dentro de EE.UU.

Documentos oficiales norteamericanos han confirmado que el nacimiento en junio de 1976 del CORU —la organización que dirigía Orlando Bosch, responsable de la voladura del avión cubano en 1976—, fue una operación de la CIA. «Los cubanos llevaron a cabo la reunión del CORU a solicitud de la CIA. Los grupos cubanos (...) actuaron frenéticamente a mediados de los 70 y Estados Unidos había perdido el control sobre ellos. Por tanto, Estados Unidos apoyó la reunión para lograr tenerlos a todos en la misma dirección nuevamente, bajo el control de Estados Unidos. La señal básica fue adelante y hagan lo que deseen, fuera del territorio de Estados Unidos.» El testimonio pertenece a un oficial de la policía de Miami y aparece en el libro de los norteamericanos John Dinges y Saul Landau, Asesinato en Washington. El caso Letelier (Lasser Press, 1982).

Se sabe también que el fiscal general Edward H. Levi ordenó al fiscal federal de Miami que creara una fuerza de tarea especial para controlar las corrientes agresivas de la emigración cubana. La estrategia sería vigilar de cerca y tolerar todo lo que pusiera en riesgo a la Revolución Cubana.

¿Sería extraño que Posada Carriles recibiera una misión parecida a la de Avner Kauffman? ¿Cómo explicar si no que él y sus empleados, autores materiales de la voladura del avión, levantaran siempre el banderín de la CIA cada vez que se les exigía responsabilidad por el crimen? ¿Qué otra cosa podría justificar la soberbia con la que se ha comportado desde el momento en que pisó tierra norteamericana? ¿Por qué la desesperación de los fiscales para callarle la boca en El Paso, antes en la corte de inmigración y ahora, en la corte federal?

Esta película de espías no tiene a un Spielberg detrás. La trama es obvia. La ecuación es demasiado evidente: la CIA más Posada Carriles es igual a EE.UU. más terrorismo. No hay sorpresas. Sin embargo, no hay que subestimar la capacidad de la administración Bush para convertir una historia en un culebrón.

La turbia faena de un criminal y su empleador está apareciendo, poco a poco. ¿Hasta dónde permitirán que todo salga a la luz? ¿Logrará Posada el chantaje? ¿Lo llamarán por su nombre? Alquilen palco, señoras y señores. Esta película, como les dije, se puede poner muy interesante y apenas comienza.

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