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Puedes morir en ¿Arizona o Iraq?

Autor:

Juana Carrasco Martín

  Carlos Arredondo denuncia la guerra: su hijo Alex murió en Iraq. Foto: AP La cifra puede incrementarse con los calores del verano, mucho más sofocantes cuando se trata de un desierto. Un promedio mensual de 16 inmigrantes ilegales fallecieron de enero a junio de 2007 en el desierto de Arizona, Estados Unidos, y el número es mayor a los que perecieron en igual lapso el año pasado, cuando los decesos llegaron a 86.

Los datos son de la Patrulla Fronteriza de EE.UU., comprometida a cumplir su misión de contener el flujo migratorio, algo que se les hace imposible a ojos vista, pero obliga a quienes están dispuestos a encontrar su «sueño dorado» a buscar un paso por lugares cada vez más apartados y de peligrosidad multiplicada.

El desierto de Arizona es uno de esos corredores de la muerte para los indocumentados provenientes del sur americano, y en ese inhóspito paisaje, en el año que media entre el 1ro. de octubre de 2005 y el 30 de septiembre de 2006, fallecieron 220 personas. De seguir la tendencia actual, tal guarismo se incrementará, a pesar de los esfuerzos de organizaciones como No more deaths (Ni una muerte más) que vigila la frontera, pero para ayudar con profesionales de la salud a los desplazados por voluntad propia.

Sin embargo, hay que reconocer que al menos el ejército de Estados Unidos se ha involucrado en una labor «humanitaria» para con los indocumentados, y les está tendiendo su mano, con el fin de lograr el status de inmigrantes «legales» y hasta de «ciudadanos».

El tema no es nuevo, pero por estos días de junio el American Forces Press Service (Servicio de Prensa de las Fuerzas Norteamericanas) reveló que el Departamento de Defensa —que debiera llamarse nuevamente Departamento de Guerra, tal y como en sus inicios— renovó su interés en las leyes de inmigración que se discuten en Washington.

Así han expresado la esperanza de que el texto a debate permita a los extranjeros indocumentados enrolarse con los militares. La intención es lograr que los cuerpos armados estadounidenses cumplan sus cuotas de reclutamiento. Para ello tienen en la mira una provisión de la ley conocida por sus siglas de DREAM —sueño es el significado literal de esa palabra, aunque en verdad se transforme en pesadilla, y de las peores.

El caso es que DREAM significa Desarrollo, asistencia y educación para extranjeros menores (Development, Relief and Education for Alien Minors), y pavimenta el camino por el que los muchachos de los indocumentados o residentes ilegales pueden unirse a los militares y convertirse en ciudadanos. Así lo explican: si usted llegó a la frontera con sus padres, siendo un menor, y durante cierto número de años estuvo en el sistema escolar de EE.UU., puede ser elegible para el reclutamiento y al final de ese alistamiento usted puede ser elegible para convertirse en un ciudadano de los Estados Unidos.

El tremendo «honor» conlleva, en estos tiempos de guerra, un pasaje seguro para Iraq o Afganistán, así que el que no murió en el desierto de Arizona, puede tener un lugarcito similar a miles de kilómetros de distancia y regresar envuelto en una bandera que tan remisa se le hace en los días de paz.

El anzuelo no es nada nuevo, aunque tuvo inicios más honrosos: ningún no-ciudadano era elegible para enlistarse como militar desde la Guerra Revolucionaria, la de las 13 colonias.

Con el magnánimo Bush dando órdenes, unos 35 000 no-ciudadanos llevan uniforme. El jamo está abierto: cada año, 8 000 extranjeros residentes permanentes pican esa carnada del tiburón que los convierte en carne de cañón. Vivir o morir en Arizona o Iraq.

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