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HAMAS vs. Fatah, ¿y el proyecto palestino?

Autor:

Luis Luque Álvarez

Es Rafah, el paso fronterizo entre Egipto y la Franja de Gaza. El implacable sol levantino hace muy dura la existencia de unos 6 000 palestinos que esperan poder reingresar a Gaza. Muchos habían viajado al vecino país a visitar a sus familiares o a recibir tratamiento médico.

Una mujer pide limosnas en Gaza, junto a una fila de empleados de Al Fatah que acuden a cobrar su primer sueldo en 17 meses. Israel, EE.UU. y la UE reanudaron la asistencia financiera al gobierno de emergencia decretado por el presidente Mahmud Abbas, en el que no está HAMAS. Foto: AP Pero ahora la frontera está cerrada. La denominada Fuerza Ejecutiva, grupo armado del Movimiento de Resistencia Islámica (HAMAS) tomó el control de las instituciones de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), incluidas las fuerzas de seguridad; e Israel reaccionó clausurando el paso de Rafah, abandonado gustosamente en sus manos por los observadores europeos. Una joven palestina, madre de cinco hijos, acaba de morir allí, atrapada en la incertidumbre, golpeada por la sed y la falta de alimentos...

Se cumple más o menos aquello de «a río revuelto, ganancia de pescadores». Quienes sacan la red no son precisamente HAMAS ni su rival, Al Fatah. Pero sí son únicamente ellos, los contendientes, quienes podrían poner fin a esta discordia entre hermanos, cuya meta común debería ser arrancar la ocupación de su suelo.

Ya se ha hablado bastante de lo que significó la victoria de HAMAS en los comicios de 2002, del ruin bloqueo financiero impuesto por EE.UU., la Unión Europea e Israel al pueblo palestino por haber ejercido democráticamente su derecho de elegir la formación política de su agrado.

Los nuevos choques entre ambas fuerzas —ya había habido otros desde 2006, e incluso se había tratado de limar asperezas mediante un gobierno de unidad nacional—, comenzaron el 7 de junio. Rápidamente la Fuerza Ejecutiva de HAMAS tomó el control de tres de los principales complejos de seguridad de Gaza y la sureña urbe de Rafah.

Como consecuencia —y he aquí el punto en que Tel Aviv, Bruselas y Washington se frotan las manos—, existe una situación de bicefalia: HAMAS rige la Franja de Gaza, mientras el presidente Mahmud Abbas ha destituido al primer ministro Ismail Haniyeh, dirigente de la mencionada formación, y conformado un gobierno de emergencia en Cisjordania.

Tenemos entonces a los palestinos divididos, tanto como su escaso territorio. ¿Puede haber algo tristemente mejor que esto para retrasar la plena independencia?

La perspectiva de que esta anómala realidad se prolongue más allá de lo previsible, puede ensombrecer la causa palestina: el proyecto de una sola patria en Gaza, Cisjordania y Jerusalén Oriental. Si no avanzan juntos, ¿cómo harán valer efectivamente su derecho, bien desde una mesa de diálogo, bien desde una trinchera?

Por lo demás, si bien Occidente ha reanudado hacia Cisjordania la ayuda financiera que moralmente nunca debió interrumpir, los poderosos pretenden apretar tuercas contra la asfixiada Gaza, en la que apuestan por un levantamiento popular contra HAMAS. Así tendrían de un lado palestinos «tranquilos» y del otro «conflictivos», y la comunidad internacional debería dedicarse a lidiar con estos asuntos, en vez de con la raíz de ellos: la ocupación israelí de los territorios árabes, que es, en definitiva, lo que ha favorecido el auge de la lucha armada allí durante más de medio siglo. Alguien estará muy contento, desde luego...

Entretanto, el proyecto mayor, fraguado por la sangre de miles de jóvenes y las piedras lanzadas contra los tanques, está en coma. Solo codo con codo podrá revivírsele.

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