Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¿La varita de los deseos?

Autor:

Luis Sexto
El fin de semana pasado visité la isla de los «cien nombres». Es decir, la De la Juventud, que se llamó también de Pinos, y Del Tesoro, De los Baños y, al principio de nuestros tiempos históricos, La Evangelista... Es siempre un viaje único, porque único es su paisaje, su aire. Conversé con mis colegas, en particular los del semanario Victoria. Hablamos de nuestra profesión; analizamos nuestras insuficiencias, nuestros aciertos y renovamos el interés por ser dignos del oficio creador que ejercieron Martí, Mella, Pablo, Villena, Roa, y tantos más que se resumen hoy en Fidel.

Mis dos días de estancia allí merecerían una de aquellas crónicas dominicales en primera persona, que tanto recuerdo, pero menciono el episodio en este espacio, porque voy a citar un texto que leí a mis compañeros pineros en una de nuestras charlas: un poema de El profeta, del libanés Kahlil Gibran. Lo leí porque, dije, nos sirve a los periodistas como un programa. «Y yo os digo que en verdad la vida será oscuridad a menos que en ella haya estímulo. Y el estímulo será ciego, a menos que haya conocimiento, y el conocimiento será inútil, a menos que haya trabajo. Y el trabajo será vacío, a menos que haya amor. (...) Las necesidades de los hombres cambian, mas no su amor, ni sus deseos de ver sus necesidades satisfechas por el amor...».

Es solo un fragmento. Y lo he vuelto a citar porque nos sirve a todos: a la sociedad entera en momentos en que a veces vemos incertidumbre; o somos pusilánimes hoy, o mañana entusiastas, y pasado mañana escépticos... Hemos de tenerlo en cuenta. Los seres humanos no nos asemejamos a programas de computación: no basta con oprimir una tecla y ya empezamos a reír, o a trabajar, o a creer, o a olvidar lo que nos falta.

Uno de los equívocos principales de las sociedades que han perecido bajo los escombros de su retórica, ha sido soslayar el hecho irreversible de que el Hombre, el género, está compuesto por pasiones, deseos, y necesidades de índole material y espiritual. Actuar como si no fuera así, desconocer que en la conciencia de la masa y de cada individuo la realidad se refleja condicionada, matizada por circunstancias específicas, a la larga o a la corta puede derivar en fracaso, en desilusión.

Entrando en la materia que hoy distingue el debate en Cuba, creo que no se trata de empeñarnos ahora, por ejemplo, en una campaña ocasional por erradicar el marabú, después de tantos años de indiferencia ante ese comején de nuestros campos. Claro, hay que erradicarlo. Pero para siempre. Y para ello hace falta desmontar el marabú mental; esos paños de autocomplacencia que nos hacen creer que la vida camina según nuestros deseos y a impulso de nuestra inacción. Y nos desvían confundiendo la apariencia con la esencia, el efecto con la causa. No; no es que los cubanos seamos vaquetas, como leí hace poco en un reportaje...

Marx habló de la utopía posible. Lenin de la utopía que la revolución puede hacer posible, aunque parezca imposible. Pero entre convertir lo imposible en posible, hay un trecho, una ruta que zigzaguea, que por un tiempo demora, se aplaza. Lo demás es ajustar la realidad a un modo inconsecuente de observarla y juzgarla.

Si ayer Cuba tenía la tarea de rescatar la independencia y hacer la Revolución, hoy las tareas se multiplican por un número inconcebible de complejidad: hemos de preservar la independencia conquistada y salvaguardar y enriquecer la Revolución. Y hace falta, pues, que haya estímulo, y que el conocimiento signifique empleo, utilidad, creación para el que lo adquirió, y que el trabajo atraiga a hombres y mujeres porque les llene la vida de sentido y satisfaga sus necesidades. Habrá cosas posibles e imposibles... Habrá que hacer las posibles para después continuar en ruta hacia lo que ahora podrá parecer imposible.

La magia transformadora no radica solo en la varita de los deseos ni en los sueños. Perdura en el amor al trabajo y su base racional, y en la inteligencia que adecua, prevé, decide, y que como dice el poeta Gibran, no asegura que posee la verdad, sino una verdad, que dará paso a otras. Así, creo, piensan los hombres de ciencia y conciencia.

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