Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El domador y el tigre

Autor:

Luis Sexto

El debate sobre la burocracia parece oportuno. Y me introduzco en él, aunque me repita. El juicio más común la define por el mueble que la distingue: el buró, la mesa de trabajo, y por el soporte en que habitualmente estampa sus disposiciones: el papel. Pero esas metáforas son eminentemente simplistas. La burocracia —más bien la mentalidad que el burocratismo engendra— halla su definición en una actitud que poco se relaciona con sus atributos palpables. Más bien es un mal intangible. Casi intocable por tortuoso.

Habría, para empezar a entenderla, acudir a Max Weber en un libraco muy voluminoso, pero portador de ciertas certezas sociológicas en la interpretación de esa entidad etérea. Pero prefiero acudir a otro libraco más a mano y sintonizarnos sin muchos filosofismos. Reproduzco, pues, las tres últimas acepciones del Diccionario de la Real Academia Española. Burocracia: 2) Conjunto de los servidores públicos. 3) Influencia excesiva de los funcionarios en los asuntos públicos. 4) Administración ineficiente a causa del papeleo, la rigidez y las formalidades superfluas. Me parece, pues, que la burocracia, necesaria en muchos aspectos de la administración pública, comienza a ser peligrosa cuando pierde el sentido de su finalidad. Es decir, que de conjunto de servidores públicos, comienza a ser conjunto que en vez de resolver problemas los crea con el entorpecimiento excesivo de la gestión pública.

José Martí, que escribió sobre este tema, intuía que como representante de los intereses del pueblo, la burocracia «burocratizada» podría soslayar en algún momento de su ejercicio esos intereses, para tener solo en cuenta los suyos como grupo o casta. Hoy por hoy, casi todo cuanto la mentalidad burocrática toca, se convierte en maltrato contra lo creativo que trajo la Revolución a Cuba. En eso ha sido un auxiliar inconsciente o involuntario del bloqueo norteamericano. Quizá, también inconscientemente, le convenga que el bloqueo perdure como garantía de su existencia mediatizadora y anárquica.

Por ejemplo, recientemente un subdirector me contaba: «Cuando el organismo central nos inspecciona, descalifica al centro por ciertas cosas que no podemos resolver. Les digo: pero es que ustedes no nos asignan los medios... Se encogen de hombros, se van hacia sus “niveles”, como el compañero La Llave del programa cómico, y nos dejan solos con nuestras dudas y las insuficiencias que ellos no facilitan solucionar».

En Cuba, dice la voz del pueblo, las actitudes burocráticas responden con un problema a cada solución; con un «no» a cada «sí». Y diluyen cada iniciativa en papeles y reuniones. Y ven la realidad a través de los colores de sus cristales, o el mirador de sus balcones, habitualmente altos y alejados de la calle o los talleres. O a través de informes que suelen estar adulterados por quienes no desean que la verdad se conozca. El socialismo europeo se disolvió, como azúcar en agua, gracias también a las distorsiones burocráticas. Distorsiones que condicionaron a que el discurso anduviera por los aires mientras la realidad de la gente por el suelo. La burocracia, o mejor, la mentalidad burocrática, brotó en una sociedad rigidizada por el verticalismo, en detrimento de la horizontalidad democrática. Veamos claramente: donde falta la democracia, y el centralismo se excede a costa de los lados, prospera la burocracia. Y con esta, el dogma y la corrupción.

Hemos de comprender, así, que cualquier proyecto de renovación y perfeccionamiento del socialismo en Cuba, tendrá por principio que afrontar y anular el papel distorsionador del burocratismo.

El enfrentamiento ideológico, político, incluso estructural parece inexcusable. Imprescindible. Se juega la supervivencia de la Revolución. Las acciones burocráticas, por engorrosas, limitadoras, enajenantes, tienden a liquidar la causa del socialismo en el corazón del pueblo. Y el antídoto es el mismo pueblo. Ampliando los usos, espacios y controles democráticos y flexibilizando las estructuras económicas, se reduce la burocracia a eso que dice el diccionario: conjunto de servidores públicos. Esto es, servidores que sirven; no que se sirven... Pero ¿tendremos valor para obligarla, como el domador al tigre, a marchar cabizbaja hacia el rincón subalterno que le corresponde?

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