Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Mi raza

Autor:

Juventud Rebelde

El 16 de abril de 1893 aparecía en Patria, salido de la pluma de fuego de Martí, el artículo «Mi raza». Ciento quince años se cumplen de aquellas letras fundadoras en las que se mezclaban, por la ternura y las circunstancias del mensaje, la posición política y la convicción científica del Apóstol, expresada en atisbos visionarios.

Desde los sólidos principios en que basa su política unitaria y de justicia social para consolidar a la nación en ciernes, lo escuchamos decir que «El hombre no tiene ningún derecho especial porque pertenezca a una raza u otra: dígase hombre, y ya se dicen todos los derechos. El negro, por negro, no es inferior ni superior a ningún otro hombre: peca por redundante el blanco que dice: “mi raza”; peca por redundante el negro que dice: “mi raza”. Todo lo que divide a los hombres, todo lo que los especifica, aparta o acorrala, es un pecado contra la humanidad.»

Y desde los conocimientos adquiridos por diversas vías en sus perennes e interminables lecturas, entre las que sobresalían no pocas referidas a los avances de las ciencias, nos adelanta que «Los negros, como los blancos, se dividen por sus caracteres, tímidos o valerosos, abnegados o egoístas, en los partidos diversos en que se agrupan los hombres.» Y añade que, «en suma, la semejanza de los caracteres, superior como factor de unión a las relaciones internas de un color de hombres graduado, y en sus grados a veces opuesto, decide e impera en la formación de los partidos. La afinidad de los caracteres es más poderosa entre los hombres que la afinidad del color.»

Subrayo especialmente esta idea martiana referida a «las relaciones internas» del color «graduado» de los individuos, y sobre todo cuando afirma que ese color es «en sus grados a veces opuesto», recordando que hace unos meses, en el espacio de la Mesa Redonda de la televisión cubana, la doctora Beatriz Marcheco, directora del Centro Nacional de Genética Médica, hacia referencia al estudio que por primera vez se ha realizado en Cuba para investigar el comportamiento del mestizaje de nuestra población directamente en los genes de los individuos.

Confirmando la definición de Don Fernando Ortiz sobre el ajiaco que es nuestra cultura, y de la que forma parte fundamental también el mestizaje de las llamadas «razas», los estudios revelaron el escaso valor del concepto de «raza» como sistema de clasificación biológica de los individuos en Cuba. La mezcla que da lugar a este mestizaje de hoy, ha ocurrido a lo largo de siete generaciones, lo que ocupa un espacio en el tiempo de aproximadamente doscientos años, coincidiendo también con la fecha en que comenzaron a forjarse nuestros sentimientos como nación.

De este estudio se derivaron valiosas sugerencias a nuestra medicina, en especial para las investigaciones sobre enfermedades generalmente asociadas al color de la piel de las personas, pues pudo comprobarse que individuos con el color de la piel blanca, pueden tener más de un 70 por ciento de información en sus genes de origen africano, y a la vez individuos con el color de la piel negra pueden tener más del 85 por ciento de información en sus genes de origen europeo.

Desde el punto de vista cultural e histórico, explica Martí en su artículo, que para quienes asociaban la presunta inferioridad del negro a esa institución criminal y vergonzosa que fue la esclavitud, era bueno recordarles «que los galos blancos, de ojos azules y cabellos de oro, se vendieron como siervos, con la argolla al cuello, en los mercados de Roma.»

En el mundo de hoy, pese a los adelantos de las investigaciones científicas, la discriminación racial asume rasgos retrógrados que rayan en lo absurdo y arrancan de un tirón la hojita de parra con que procuran cubrir sus «pudores» las llamadas «civilizaciones».

En Cuba, con el triunfo revolucionario de enero de 1959, quedaron hechas trizas legalmente las instituciones que mantenían, en la neocolonia yanqui que éramos hasta entonces, la discriminación del negro. La igualdad jurídica, sin embargo, siempre será más fácil de conseguir que la igualdad total en el seno de la sociedad, por cuanto la ley puede ser cambiada en un día, pero un sedimento cultural formado a lo largo de cinco siglos y basado en retorcidos conceptos acerca de la inferioridad social de un grupo determinado de individuos, no puede ser cambiado de igual manera. Este último cambio requiere no solo de tiempo sino de voluntad colectiva, de crecimiento cultural y espiritual de todos los grupos humanos que interactúan en la sociedad.

Al iniciarse la batalla de ideas y al calor de los diversos programas sociales que se generaron para alcanzar en nuestra tierra «toda la justicia», como quería Martí, Fidel llamó la atención sobre la diferencia entre igualdad de oportunidades e igualdad de posibilidades, enfatizó en lo que llamó la reproducción de la cultura de la pobreza y de la marginalidad, y en tal sentido se generaron nuevos programas y medidas.

En el reciente VII Congreso de la UNEAC nuestros intelectuales y artistas volvieron al tema. Sobre la reaparición en nuestra sociedad de elementos del viejo racismo seudo republicano que parecían dejados atrás, y la necesidad de combatirlos desde todos los ángulos cualquiera que sea el signo que tengan: positivo o negativo. Ni discriminar a alguien porque sea negro o blanco, ni privilegiar a alguien por lo mismo.

En tal sentido Martí es categórico en el artículo referido cuando dice que «En Cuba no hay temor alguno a la guerra de razas. Hombre es más que blanco, más que mulato, más que negro. Cubano es más que blanco, más que mulato, más que negro. En los campos de batalla, muriendo por Cuba, han subido juntas por los aires las almas de los blancos y de los negros.»

De manera que si bien 50 años es un plazo muy breve para arrancar totalmente de las «venas», el veneno de la discriminación racial que durante cuatro siglos y medio nos inocularon nuestros dueños, es una realidad que al calor de la construcción revolucionaria de un proyecto de país más humano, se han creado la instrucción y la cultura que en su constante crecimiento y ejercicio vencerán definitivamente esos vergonzosos prejuicios.

Y en esa batalla cotidiana contra las más variadas formas de división de un pueblo que solo en la unidad monolítica de su relampagueante diversidad hallará seguridad y sosiego frente al gobierno codicioso del vecino acechante, estará con su prédica profundamente humana José Martí, que ya en 1891, en su ensayo Nuestra América, había alertado esta verdad que no conviene descuidar: «Los pensadores canijos, los pensadores de lámparas, enhebran y recalientan las razas de librería, que el viajero justo y el observador cordial buscan en vano en la justicia de la Naturaleza, donde resalta en el amor victorioso y el apetito turbulento, la identidad universal del hombre.»

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.