Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Nuestro pedazo en la cancha

Autor:

Luis Sexto

La pregunta suele ser habitual ante eventos similares: ¿Qué saldrá del Octavo Congreso de la Unión de Periodistas de Cuba? Si llegamos a la conclusión de que la prensa y los periodistas no son un «mal menor», sino un bien, una fuerza generadora de fuerza, habremos logrado esclarecer y exaltar una verdad primordial, una verdad que, primeramente, corresponde a periodistas y medios: hemos de estar convencidos de la importancia de nuestro papel en la sociedad revolucionaria, para mejorar y sobre todo incrementar nuestra credibilidad entre lectores, televidentes y oyentes.

Hay que partir, desde luego, de nuestro pedazo en la cancha. Darle vueltas al balón entre nosotros para interiorizar el espacio que nos corresponde y precisar cómo hemos de defenderlo para ser más útiles política y socialmente al país. Me parece, como periodista que ya envejece en el ejercicio de su vocación, que hemos de admitir la seriedad y la preparación como requisitos inexcusables. Nuestras redacciones están organizadas sobre una concepción cuantitativa. Lo hemos olvidado: nuestra función es intrínsecamente cualitativa y no nos definen el número de espacios por colmar, ni la cantidad de profesionales por completar, sino la calidad con que tributemos la obra de nuestro intelecto, de modo que tratemos de poner en nuestros medios lo que significativamente, y según lo razonable, interesa en forma y contenido a los receptores.

Si todos a la vez asumiéramos el ejercicio periodístico como un acto de servicio, que parte de la cultura y se imbrica con la política y el discurrir social sin dejar de ser una manifestación cultural, creo que empezaríamos a renunciar al cómodo oficio de «ser repetidores» defectuosos.

Más bien somos «constructores». Es decir, construimos un reflejo de lo que es y lo que debe ser la sociedad. Un reflejo, porque el objeto de la prensa es la realidad, la «realidad real». Y esta compone su punto de partida para cumplir papeles básicos: informar, interpretar, opinar. Nadie se atrevería a negar cuán dañina resultaría una prensa que no se parezca a su sociedad, como se ha dicho en los últimos tiempos. Esa diferencia entre la copia y el original genera y explica la peor de las enfermedades políticas: la falta de credibilidad. Una consigna y un estereotipo propagandístico no sustituyen a una información veraz, ligada a la vida, ni a un comentario equilibrado entre los signos del más y del menos, para ayudar a entender o a solucionar un problema.

No pretendo sentar una cátedra de normativa periodística. En cualquier caso, hablo desde la ética. No somos los periodistas seres incontaminados, privilegiados con una patente de corso para arbitrar lo bueno o lo malo. Nuestra ética profesional implica también, al menos en Cuba, numerosos compromisos, una variedad de lealtades. Una vez dije: los periodistas más que un juicio despectivo, merecemos compasión. Al menos, la solidaria comprensión de cuán delicado es el ejercicio de nuestra labor. Hemos de ser leales a la causa fundamental del pueblo: la justicia social y la independencia; hemos de ser leales al Partido de la Revolución, a su programa; leales al silencio cuando el silencio es la palabra de orden... Y hemos de ser leales a quienes nos leen, nos ven o nos oyen.

Un congreso, ya lo sabemos, no cambia las circunstancias. La práctica recomienda que lo usemos como un pivote, un trampolín para empezar el salto. Nosotros los periodistas —y lo puedo decir en nombre de tantos colegas que no han sucumbido a las tentaciones de un trabajo materialmente más compensador—; nosotros los periodistas, su mayoría, hemos asimilado durante estas décadas las incomprensiones, hemos salvado los obstáculos, hemos intentado superar nuestras insuficiencias sin renunciar a lo que ha sido teóricamente nuestra tarea en la construcción del socialismo: ejercer una mirada específica —subordinada, pero distinta— de la conciencia crítica de la sociedad.

Somos un sector que formamos parte de la estrategia nacional. Pero no todo depende de nosotros. De nosotros depende que nos respetemos, que nos autorespetemos como si fuéramos un retazo de la tela de la bandera o una molécula de las ideas más justas o una fecha inexcusable en la historia de la nación.

Hemos, pues, de respetarnos a nosotros mismos como expresión de respeto a nuestra misión. Y así, ante las evidencias, merezcamos el respeto de esa especie de mentalidad que disminuye la función de la prensa al pretender uncirla a conveniencias burocráticas más que a genuinas estrategias políticas.

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