Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Ni tan inevitables ni tan accidentales

Autor:

Juan Morales Agüero

Tírele un vistazo a estas cifras: durante el 2007 fallecieron por diferentes razones en Las Tunas 3 208 personas. De esa cifra, casi 180 murieron por accidentes, entre ellos siete menores de 15 años. Uno de los infantes ni siquiera llegó a juguetear con su primera piñata. Tres llevaron el luto a sus hogares cuando todavía andaban entre su primera y su cuarta primaveras. Y un segundo trío —¡ay!— vestía ya orondo su uniforme escolar, con edades que fluctuaban entre los cinco y los 14 calendarios.

A pesar de estar por debajo de la media nacional, los guarismos sobrecogen. La muerte provoca siempre sentimientos así. Solo que cuando se produce en circunstancias potencialmente previsibles, el sentido común toma asiento en el banquillo de los acusados. Y es lógico, porque no se acepta con igual resignación un fallecimiento por razones crónicas que uno derivado de actuaciones negligentes.

Voy con este ejemplo. Mamá compró lejía para lavar y la envasó en una botella plástica de refrescos. Al terminar su tarea, en vez de colocar el recipiente en un lugar seguro, lo puso bajo el lavadero. Un rato más tarde, el nené de la casa hizo acto de presencia. Su mirada curiosa descubrió el frasco allí, al alcance de la mano. Imagínese: lo tomó, lo abrió, se lo llevó a la boca, tragó... Bueno, después fue la gritería, el correcorre, el hospital, la tragedia... Un mal rato difícil de olvidar ¿Alguien es capaz de poner en entredicho lo previsible de una situación así?

Los accidentes son la primera causa de muerte entre los niños tuneros en edad preescolar (42,8 por ciento del total de fallecidos de ese grupo) y la segunda entre los escolares (15 por ciento). Son culpables también de la alta morbilidad. Tienen que ver con cables eléctricos desnudos, tomacorrientes destapados, balcones abiertos, combustible no protegido, tijeras mal puestas, medicamentos fuera de lugar, fósforos abandonados, acceso libre a la calle, empinar cometas y criar palomas sobre las placas, baños en presas... ¿Cuántos se hubieran evitado si se llegan a observar medidas de seguridad?

Por cuestiones «accidentales» el Estado desembolsa cada año sumas enormes. El albañil que cayó de lo alto de un andamio por no tomar precauciones; el obrero que sufrió fracturas craneales por no emplear el casco protector; el taxista que se estrelló por conducir a más de cien kilómetros por hora; el hombre que se pasó de tragos y rodó escalera abajo al intentar subir a la azotea... No son esas arcas las únicas que sufren las consecuencias de estos hechos, a todas luces evitables. Lo peor es el drama familiar. ¿Imagina en qué infierno de culpa vive para siempre una pareja cuyo pequeñín falleció accidentalmente? Eso no se olvida jamás.

Las autoridades tuneras del sector de la salud se esmeran por reducir a la mínima expresión la ocurrencia de todo tipo de accidentes en el territorio. Un programa para prevenirlos en menores de 20 años pretende apoyar este noble propósito a escala comunitaria con participación multisectorial que incluye, entre otros temas, educación vial y capacitación a socorristas. Los médicos de la familia cooperan también en el terreno. Pero de poco valdrían desvelos y proyecciones si no se articula una colaboración permanente entre todos. Ahora que el verano está tomando fuerza es necesario fortalecer la vigilancia para que percances de ese tipo puedan prevenirse. Porque, como dijo un especialista en el tema, «los accidentes ni son tan inevitables ni son tan accidentales».

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