Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El trabajo y otras vaguedades

Autor:

Luis Sexto

Es muy común tropezar con la misma piedra. Somos el único animal, según un filósofo antiguo, que lo hace. Ya una vez —aproximadamente tres años atrás— comenté esta característica humana. Y preguntaba por qué. Y me respondía diciendo que quizá porque queríamos o porque olvidábamos las lecciones de la historia.

Es decir, y he de citar otra frase famosa, a veces nos falta el sentido común, que es el menos común de los sentidos. Si en las lenguas humanas existen los términos afines a la palabra amor y también las palabras razón, inteligencia, madurez, prudencia, sensatez, parejamente utilizamos otras que se les oponen: odio, fanatismo, tozudez, desmemoria, rigidez... Esto explica que el ser humano tienda a las ambivalencias y donde pone virtud, alguna vez pondrá vicio; donde acierto, error.

Lo racional, lo superador de nuestras limitaciones consistirá en la duda, la previsora desconfianza en nuestra certeza, en el cuestionamiento permanente de nuestras acciones. Solemos no solo cometer los mismos yerros, sino rectificarlos con las mismas fórmulas, aunque ya hayan sido desacreditadas por la inoperancia.

¿Nos falta reflexión? Sí, nos falta ese acto de volvernos hacia dentro con toda franqueza, intentando que predomine, más que nuestros deseos, ideas o intereses particulares, la evidencia de lo útil, lo necesario, lo importante, lo urgente. Si persistiéramos en la visión complaciente, afrontaríamos el riesgo de perder la capacidad de sospechar de nuestros actos más que de los ajenos.

Quiero ejemplificar. En la última sesión del Parlamento, Raúl emitió una idea capital para comprender todo esto que vengo diciendo: Hay que crear —cito solo la esencia— la necesidad de trabajar para poder reducir todo cuanto afecta al trabajo: indisciplina, improductividad, desinterés. Parece cierto: la subjetividad humana tiene el carisma de ayudar a modificar la conducta y la realidad. Pero también sabemos que en los grupos humanos existen gradaciones, como en una columna militar: vanguardia, centro, retaguardia. Equivaldría a un idealismo casi irracional, suponer que la delantera goza de masividad y que el resto de las partes de la sociedad están en minoría. A mi modesto entender, la política más sabia es la que se percata de la tendencia humana al heroísmo y paralelamente también al egoísmo, y sobre ella procura establecer el orden y el progreso.

Por tanto, ¿erradicaremos el poco gusto por el trabajo de muchos mediante la fuerza? Durante la década de los 60, el país adoptó una ley contra lo que se llamaba vagancia, ese aparentemente dulce «no hacer nada» frente al afán por enrumbar a Cuba hacia el desarrollo. No creo que el problema se resolviera con esa medida. Quizá incluso facilitó a cierto celo vindicador cometer algunos errores. Reevaluando aquella etapa y reanalizando sus resultados, ¿podríamos hoy desempolvar las mismas soluciones? Lo dudo. Primeramente, porque los tiempos son distintos y los problemas también. A nuevos problemas, nuevas soluciones. ¿No es esa una fórmula sensata que parte de la actualidad para organizar las respuestas a las urgencias de la actualidad?

No me cuento entre los que se consideran infalibles, incapaces de equivocarse. Porque me equivoco, miro en torno, reflexiono, consulto con el pasado y con el futuro. Por ello, acepten que yo cumpla mi obligación de comentarista, y que pregunte, dude. ¿Seguiremos poniendo toda la responsabilidad en los «individuos»? ¿Seguiremos olvidando verdades tan enormes como la influencia de las necesidades en la conducta de la gente? Si alguien vive del mercado negro en vez de trabajar, cuál sería la condición básica para estimularlo a laborar creativamente. Me adscribo a este criterio: La existencia de un mercado accesible donde predomine la voluntad del comprador y el dinero pueda realizarse, compondría parte del antídoto de los subterfugios «meroliqueros», de las trampas de la corrupción y la vagancia y coadyuvaría a revalorar el salario, que algunos ahora menosprecian, porque, en verdad, no les significa mucho ante los apremios de nuestra realidad.

No excluyo, obviamente, la responsabilidad personal. Pero creo que explicarse problema tan complicado mediante la lucha de dos condiciones contrarias: la de la vagancia y la no vagancia, resulta un poco vago. Y no creo que con ello se avance muy lejos. El combustible de la presión legal o ideológica no alcanza en las situaciones donde la existencia de necesidades insatisfechas presiona las actitudes ciudadanas. Hacen falta, y ello se infiere de las palabras de Raúl, las influencias y estímulos económicos —no solo los administrativos— y, sobre todo, las decisiones políticas que eviten tropezar dos veces con la misma piedra.

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