Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El regreso de Bibi

Autor:

Luis Luque Álvarez

De una visita del entonces presidente de EE.UU., George W. Bush, a Israel, a principios de 2008, guardo una imagen curiosa: cuando el peligroso sujeto terminó su insípido discurso sobre paz y bla bla bla en Oriente Medio (letanía idéntica a la que cada inquilino de la Casa Blanca repite hace decenas de años), los líderes de las fuerzas políticas israelíes, y antes que ellos el primer ministro Ehud Olmert, se pusieron de pie para estrecharle la mano.

Solo uno se quedó sentado: Benjamín Netanyahu —Bibi, para sus amigos—, jefe del derechista partido Likud.

Pues bien, es él mismo quien ha recibido el encargo de formar gobierno en Israel, después de las elecciones del 10 de febrero.

Antes de que se nos olvide: ¿Por qué no se molestó en ponerse en pie? Ah, porque EE.UU. había aprobado la retirada israelí de Gaza, en agosto de 2005, días aquellos en que Netanyahu, al rechazarla, salió dando un portazo del gabinete del hoy durmiente ex primer ministro Ariel Sharon. Y porque la «canción» de Bush —al menos de dientes para afuera— acerca de la necesidad de acabar de concretar un Estado palestino, le provocó cualquier reacción menos el deseo de estamparle un beso.

Conocidos los antecedentes —y enterados de que el presidente israelí, Shimon Peres, le ha pedido formar gobierno—, cabe despedirse de cualquier oportunidad para la paz con los palestinos, y decirle adiós a la más remota posibilidad del fin de la ocupación de las mejores tierras de Cisjordania por más de 200 colonias israelíes ilegales, y a la devolución de Jerusalén oriental a los árabes, a quienes se la arrebataron en 1967.

¿Significa esto que, de haber sido escogida la hasta ahora canciller y líder del partido Kadima, Tzipi Livni, todo aquello se hubiera resuelto? ¡No, señor!, claro que no. De hecho, fue la coalición entre el «centrista» gobierno de Kadima, y la «izquierda» encarnada en el Partido Laborista, la que recientemente desató rayos y truenos contra la Franja de Gaza y arrancó la vida a 1 300 palestinos allí. Pero la retórica y la fachada al menos solían ser más «diplomáticas».

Si las acciones de los «centroizquierdistas» iban al compás del cañón, no cuesta trabajo adivinar cómo será con Netanyahu, quien ya fue Primer Ministro entre 1996 y 1999, y es, además de impenitente enemigo de un eventual Estado palestino, un abierto partidario de eliminar al Movimiento de Resistencia Islámica (HAMAS) al precio que sea —¿otra guerra?— y de atacar a Irán para desbaratar su programa de energía nuclear, y de paso, ganarse una réplica de desastrosas proporciones.

Ahora bien, el Likud se llevó 27 escaños en la Kneset (Parlamento israelí), y Kadima, 28; uno más. ¿Por qué Peres no le encarga gobierno a Livni, y sí a Bibi?

Porque en el Kneset, de 120 asientos, la matemática de los vencedores no es independiente de la de los vencidos, y para tener una mayoría de al menos 61 votos y poder gobernar, hay que forjar alianzas. La que está al alcance de Kadima, con los laboristas y otras fuerzas menores, no le basta: se queda en 55. sin embargo, la del Likud sí puede llegar incluso a 68 votos, gracias, fundamentalmente, al apoyo de un individuo llamado Avigdor Liberman, cabeza del partido Israel Beitenu, que dice representar a más de un millón de inmigrantes ex soviéticos residentes en el Estado sionista. Su botín electoral es de 15 escaños parlamentarios.

Liberman es un sujeto de cuidarse. Lo menos que ha dicho es que el millón de árabes que viven dentro de Israel son un verdadero peligro para el país, y ha pedido colgar a sus diputados. En su hoja de servicios está haber militado en el partido racista Kach, ilegalizado en 1988 y considerado un grupo terrorista por la Unión Europea y EE.UU. ¿Hace falta explicar más?

Por ahora, Netanyahu ha preferido extender la mano a Livni, pero esta dice preferir quedarse en la oposición para constituir una «opción de esperanza» al electorado. Los laboristas del ex primer ministro Ehud Barak también han recibido la invitación, pero su humillante declive (de 18 a 13 diputados, cuando en 1968 llegaron a tener 63) parece que le inducirá a no volver a hacer mancuerna con la derecha. La cosecha es tan magra...

En resumen: Bibi tiene 42 días para armar su rompecabezas. ¿Aceptará el respaldo de Liberman, aunque desde Washington le lancen una mueca? ¿O cederá el mando a Livni, para hacer posible una coalición más «afable»?

Tendremos noticias. Pero que la paloma de la paz no se haga muchas ilusiones...

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