Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¿Mandos sin oídos ni ojos?

Autor:

José Alejandro Rodríguez

¿A cuántos dirigentes y funcionarios en este país se les han aplicado sanciones por su inoperancia e insensibilidad para responder a las quejas y planteamientos de los ciudadanos? La interrogante, que saca de comodidades y rutinas a todos, la hizo un ilustre diputado y jurista, en cierta reunión que abordaba críticamente la calidad y respeto de las respuestas en el sistema de Atención a la Población del Poder Popular.

A tal cuestionamiento, este observador añadiría: ¿A cuántos de esos «sordo-ciegos» se les han invalidado las funciones de dirección por su desconocimiento del clamor popular? Y mucho más: ¿Hasta qué punto acceden a cargos públicos personas que miran solo hacia arriba, y no poseen el sacerdocio de que su devoción por el país y la Revolución pasa por el respeto y el latir con los dilemas y cuitas del cubano callejero, esa columna dorsal de la nación? ¿No recuerdan que ellos están ahí, gracias al voto de los electores?

¿En qué medida las evaluaciones de esos «cuadros» —lamentable denominación que sugiere cuadraturas— y su permanencia tras el buró, pasan por la sensibilidad y el respeto a la opinión ciudadana?

La reciente reunión de balance del trabajo de las oficinas de Atención a la Población del Poder Popular en el 2008, muestra que hay mucha desatención, formalismo y subestimación de los estados de opinión pública, en la ejecutoria de no pocas entidades del Estado y el Gobierno, a todos los niveles. Hay quienes se conforman con el consuelo cuantitativo de porcentajes de respuestas globalizados que desconocen la individualidad. Es muy fácil creerse cumplidor, no importa si jamás se tocó el hombro de alguien, o se lloró con su drama. Las cifras cubren engañosamente.

Claro, algún funcionario público local podría argüir que los recursos y las decisiones están excesivamente centralizados, como para poder responder ágilmente a las dinámicas de las comunidades y los individuos. Y podría tener la razón. La captación de recursos financieros hacia arriba —de lo cual, por supuesto, nos servimos todos los cubanos, a la larga— muchas veces enajena los deseos locales de las posibilidades. Pero ello no exonera a las administraciones territoriales de la obligación de buscar soluciones y salidas a los problemas de la comunidad.

No quiero verme en el pellejo de los consejos de la administración, entre tantas demandas de la población y esperas de los programas solucionadores. Pero en lo que sí fallan muchas administraciones públicas, es en no agotar las posibilidades en el terreno, en no controlar y exigir más en lo salvable y posible, en no dar el rostro día a día en vez de tornar tanto la mirada hacia los celajes.

Uno tiene la sensación de que el verticalismo con que ha funcionado nuestra sociedad, ha generado mecanismos inmovilizadores en administraciones locales, al punto de que muchas dificultades atendibles en el territorio, y problemáticas sensibles, se soslayan en las dinámicas de dirección de ciertas entidades, siempre mirando hacia arriba y tratando de cumplir orientaciones superiores, que se clonan a manera de campañas.

Aparte de una mayor descentralización que requieren los poderes locales para salvarse, el ciudadano necesita encontrar en sus instituciones territoriales una eficaz polea transmisora. Y hasta tanto no se tomen decisiones estructurales que fomenten la horizontalidad de la sociedad cubana, urge que a los funcionarios públicos se les mida por su corazón y sensibilidad para atender tantos problemas comunitarios, y siempre buscarles solución, o al menos una explicación sincera y convincente para los ciudadanos, por cruenta que sea. Sin engaños ni manipulaciones burocráticas.

A fin de cuentas, la sociedad que defendemos y soñamos —no siempre presente en los dramas de la fuerte vida cotidiana— se decide allá abajo, en el barrio. Las personas juzgan al país y al socialismo por el policlínico, el consultorio, el mercado y la panadería. Por la cafetería y la Dirección Municipal de la Vivienda.

Lo menos que puede hacer un funcionario cubano hoy, para salvar su honrilla todos los días, y no someterse a la condenación popular, es sufrir y encarar en carne propia los problemas de los ciudadanos. Eso es la democracia socialista. De lo contrario, estará alimentando la desconfianza y la duda. Y eso es muy peligroso.

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