Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El llamado de la selva

Autor:

Juventud Rebelde
En la selva, según la tradición, la piel o el cuerpo del tambor determina quién será llamado a existir. Se piensa que algunos tambores son ambulantes y transportan al que lo toca y a quienes lo escuchan a diferentes sitios. Los tambores representan formas de poder. Los estridentes evocan a los espíritus capaces de oírlos; los de sonido sordo, a los capaces de escuchar aquel tono.

A lo largo de varios años he tratado de entender por qué muchos jóvenes, a la hora de divertirse, se convocan desde el mismo barrio en el que viven utilizando para ello aparatos y altoparlantes capaces de potenciar los sonidos (ensordecedores) de la música que oyen.

¿El objetivo de esta cita será atraer a quienes quieren oírla como en otra época se hacía con tambores? En un espacio al aire libre próximo a los vecinos con quienes conviven, el lugar se convierte en excitante para los jóvenes, aunque insoportable para quienes no tienen interés en recibir tales estridencias.

Todos sentimos la necesidad de reunirnos con quienes nos identificamos —y la juventud no es ajena a ello— pero deberíamos reconocer que muchas veces al enfrentarnos con esta realidad nos paralizamos. Primero porque estos encuentros casi siempre van acompañados de sonidos alienantes que poco tienen que ver con el buen gusto y la convivencia. Entonces procuramos no decir nada normalizando «lo anormal», y por tal motivo perdemos la capacidad de defender lo más valioso y saludable. Y si algo decimos, nuestra queja pasa a ser oído sordo de quienes sostienen frases como: «Si no tengo dinero para mandar a mi hijo a una discoteca, la armo en la casa» o «son jóvenes, deben entretenerse». Claro que tal respuesta no considera para nada al otro sujeto. Es como si dijera: «Si te molesta, vete a otra parte»; y en ocasiones quienes no estamos convocados a este tipo de «entretenimiento», nos tenemos que marchar de nuestra propia casa. Así nos adaptamos a esta forma de violencia provocada sin ser capaces de reaccionar defendiendo nuestro estilo de vida.

Es necesario recordar que gracias a la Revolución conviven en un barrio personas con diferentes profesiones, lo que lleva aparejado modos distintos de relacionarse. Los adultos que estimulan formas estrepitosas de expansión o nada dicen al respecto y los adolescentes que se comportan con actitudes de desprecio por el semejante, deberían saber que en torno suyo puede haber un investigador que necesite horas de concentración y de sueño para el estudio y superación, o un anciano a quienes los ruidos lo alteran, o algún bebé o enfermo que necesite el debido silencio... También sería tema de otro artículo y de especialistas en la materia referirse al daño significativo que este modo de actuar ocasiona a la naturaleza, daño que es concomitante con el aturdimiento de la mente de los seres humanos.

¿Qué se podría hacer para que los padres enseñen a sus hijos a comportarse con el debido respeto hacia los demás? También cabe preguntarse si es esa la única manera de pasar el tiempo libre. Deberían saber de los espectáculos culturales con que cuentan La Habana y otras ciudades de la Isla...

No existe una causa única de responsabilidad. Si desde las familias, y también desde los que tienen autoridad en sus diferentes niveles, no se incrementa la comunicación oral verdadera y no se transmiten los valores que nos legaron las generaciones anteriores, estaremos cada vez más lejos de crear una sociedad nueva y aquel «hombre nuevo» por el que luchamos. No permitamos que se instalen los contravalores promovidos por el capitalismo, como aquel lema del «está todo permitido».

En el mundo materialista las discotecas ya son la primera forma de alienación de los jóvenes. Junto a los hipermercados, estas son llamadas los «templos de la modernidad» que solo satisfacen necesidades inmediatas y dejan un vacío generacional, carente de sentido.

Entre lo mucho que tenemos por hacer, debemos fundamentalmente educar a los niños y a los jóvenes en un principio: aprender a identificarse, a quererse y a respetarse a sí mismos, para lograr identificar, querer y respetar a los demás. No es una labor y compromiso de uno solo, sino de todos.

Evitemos como adultos «el llamado de la selva» cuando la convocatoria es a niveles estrepitosos y violentos. Aunque a diferencia del actual, aquel era y lo es para algunas sociedades tribales una invitación a la afinidad con los antepasados, pero un ritual que por sobre todo honraba a la familia y a las buenas obras de quienes los precedieron, enseñándoles y guiándolos. (Fragmentos)

*Psicóloga y escritora

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