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Contar, analizar, omitir...

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Juventud Rebelde

La campaña mediática contra China muestra el interés de Occidente por dañar la imagen de una nación que emerge con importantes resultados en todos los ámbitos

Cuando hace poco más de una semana la República Popular China vivió los mayores enfrentamientos internos de las últimas décadas, estalló la alarma. Luego de los primeros reportes transmitidos por los medios locales, hasta Urumqi, capital de la Región Autónoma de Xinjiang, se trasladaron periodistas nacionales y extranjeros para contar lo que ocurría. Desde allí, previa enumeración de dificultades para realizar los trabajos periodísticos, comenzaron a inundarse los grandes medios occidentales con materiales que describieron, analizaron y recogieron testimonios sobre los incidentes de violencia étnica y la posterior evolución de los acontecimientos.

En Urumqi la situación ya está en calma. De aquella revuelta violenta entre los uigures —una de las 55 minorías étnicas de China— y los han, que representan el 91 por ciento de la población total, no queda más que el luto de las familias de uno y otro grupo, el temor de los locales por rebrotes violentos y los vestigios de los cuantiosos daños materiales. Unas 156 víctimas, 1 680 heridos y 1 500 detenidos dejaron los enfrentamientos que amenazaron la estabilidad de la región. Y aunque las autoridades locales y la intervención del ejército evitaron nuevos incidentes cebados por la violencia inicial y los ajustes de cuentas, Urumqi sigue siendo foco de interés informativo.

Sobre los hechos, las trasnacionales de la información refuerzan acusaciones contra el gobierno chino e incluso se cuestionan el concepto de «sociedad armoniosa» lanzado por el mandatario chino Hu Jintao en 2004. Aseveran que tras la violencia étnica en Xinjiang, cuna de la minoría musulmana ligur, se ha hecho «añicos» la idea de los líderes del gigante asiático de que todos los ciudadanos chinos, sin importar etnia, religión, sexo, edad, o lugar de residencia se sientan a gusto e integrados en la construcción de una sociedad próspera y pacífica.

«Tenemos pruebas de que las protestas fueron organizadas por tres grupos separatistas en el extranjero, entre ellos el Congreso Mundial Ligur (WUC), con objeto de dinamitar el 60 aniversario de la fundación de la República Popular China (el próximo 1 de octubre). El país debe estar unido», expresó Li Zhi, secretario general del Partido Comunista en Urumqi, en rueda de prensa a inicios de semana.

Sobre la responsabilidad del WUC poco se ha escrito, a pesar de las denuncias de Beijing sobre la implicación de esta organización, con sede en Estados Unidos y financiada por el gobierno estadounidense a través del National Endowment for Democracy (NED). Incluso algunos titulares de importantes medios llegaron a proclamar que China siempre ubica a los responsables de sus problemas en el exterior.

Lo cierto es que el WUC está liderado por Rebiya Kadeer, una empresaria uigur radicada en EE.UU., quien estuvo encarcelada en China por conspirar contra su país y fomentar el separatismo de la región autónoma. Y para comprender aún más la naturaleza de esta organización basta develar que durante su última asamblea general, celebrada en mayo de este año, participó como invitado de honor el congresista anticubano Lincoln Díaz-Balart.

Como quiera, y más por lo que omiten que por lo que dicen, es obvio que lo ocurrido también ha sido usado deliberadamente para intentar dañar la imagen de la República Popular China. Tantos éxitos, o mejor, tan acertadas decisiones para manejar temas conflictivos, incomodan a sus enemigos. Así que después de la victoria rotunda en las Olimpiadas, de los buenos resultados con las medidas anticrisis, de su creciente influencia en la arena internacional; encontrar un sitio de resquebrajamiento puede ser la meta para quienes intentan frenar la autoridad moral de China ante el mundo.

No es casualidad que en marzo de 2008, poco antes de la cita olímpica, una protesta de monjes en Lhasa, Tíbet, también terminara en violentos enfrentamientos. Fueron precisamente los extremistas uigures quienes a pocos días de la ceremonia de inauguración protagonizaron un atentado terrorista, en un intento de opacar el magno evento organizado por China. Xinjiang y el Tíbet —reconocidos espacios de posibles confrontaciones étnico-religiosas y ambos con sectores minoritarios aspirantes a la independencia— son el blanco perfecto para odios azuzados desde el exterior.

Algunos países y organizaciones como la ONU han llamado a la calma, otros como Rusia y Afganistán acotaron en sus declaraciones que este es un asunto interno de la nación asiática, como para evitar posibles componendas que involucren a terceros.

Los sectores extremistas y separatistas de la minoría uigur, que ya tienen una líder, son un peligro potencial y cantera fácil para intentos de atentado contra la estabilidad política y la integridad territorial china. Esto es una alerta para el gobierno central sobre los procesos de convivencia e integración de las diferentes etnias en la construcción socialista con características chinas. Pero también habrá que seguir las intrigas que se tejen desde afuera y que pretender manchar la imagen de un país ejemplo para el Tercer Mundo. Mientras, los grandes medios de información continuarán contando, describiendo, analizando... omitiendo.

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