Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Me voy, te vas, ¿nos vamos?

Autor:

Yoelvis Lázaro Moreno Fernández

Tantas veces le he temido a sus impertinencias que me he sentido en ocasiones medio mal, medio ebrio de sus elucubraciones y dislates, medio en deuda conmigo mismo. Me ha hecho por momentos mitad miserable, mitad tacaño, como si tuviera yo, más allá de mi subconsciente y mis obsesiones de humano encabritado, una fracción de gente cuerda que lo busca para preservarlo, borrarlo y hasta ponerlo a correr sin medidas... a ver qué pasa.

Por favor, no se me niegue a pensar desde ya que, como yo, usted no es también su esclavo, su más insospechado sirviente de los rituales domésticos, de las horas y deshoras en cualquier lugar, espacio, coordenada y camino. No interesa que así no lo crea, todos lo somos: mayordomos inconformes a las órdenes de sus antojos, sus giros, sus vueltas, sus rupturas, sus desequilibrios.

Él es uno y muchos al unísono: impenitente, franco, a ratos intacto, mañoso si así se lo plantea, imperturbable, complaciente cuando quiere, desesperante como el que más, aunque invariablemente triunfador.

¿Quién no ha vivido su obsesión, su tortura, su mañana y su noche prometida o deshecha, sus ironías, sus sorpresas que jamás evita, sus inescrutables bojeos a la paciencia humana, su sentimiento de severo conquistador, como el que va al frente del mejor armado de los ejércitos?

Y quién, dígame quién, tampoco se ha curado o amansado con su paso implacable, o no se atrevería a dejarle descolonizar lo que quizá pudo parecer tomado para siempre.

Allá los locos cuerdos que aspiren a ganarle en un combate que siempre será desigual, invulnerable él, demasiado frágiles nosotros. Allá los que intenten restarle minutos, adelantársele, quitarle la gracia, la extrañeza o la maravilla a sus premoniciones y sus arbitrajes bien puntuales. Ah, eso sí, todavía no ha nacido el que no ha anhelado por un segundo detenerlo, franquearlo como obstáculo o situarlo al menos por una vez en otro eje posterior de la vida.

Pobre del que lo violente, lo usurpe o lo transgreda por capricho. Pobre de aquel que solo lo advierte filtrado por la mera exactitud de una pieza que anuncia la hora, como simple mecanismo de relojería con el que nos damos cuerda para echarlo todo a andar desde él.

Dicen que nos pasa la cuenta, y lo creo firmemente. Dicen que no se permite recuentos ni deudas por saldar. Más tarde o más temprano, siempre nos ayuda a librar las batallas, las que se preservan, las que se van como simple recuerdo, las que se quedan para marcharse en otra hora precisa.

Por su recurrencia a veces tan prostituida, su nombre atrapa y hasta enmudece. Con esa noble denominación se suelen agitar en demasía los cariños, los ofrecimientos, las tristezas, los regocijos, las locuras, las alegrías.

¿De qué he venido hablando? Ah, de lo que usted ya se imagina. Bien pudiéramos seguir tentándolo con alusiones, pero yo a él lo respeto hasta el delirio o el exceso. Ya basta de seguir leyendo. A nada nos debemos como a ese «señor» todoterreno y salvador: el tiempo.

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