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El escándalo que complica a Trump

Informes recientes reavivaron el escrutinio de la larga relación entre Jeffrey Epstein, arrestado hace seis años y acusado de operar una enorme red de tráfico sexual, y Donald Trump

 

Autor:

Fernando M. García Bielsa

 

Por estos días un nuevo escándalo acapara titulares en EE. UU., entre los varios que implican al presidente Donald Trump: el llamado caso Epstein
y los intentos para echarle tierra al asunto, porque surgen elementos y trasfondos de mayor alcance y gravedad que solo trascienden como pinceladas semiocultas en la maraña de revelaciones y especulaciones sobre el asunto, que parece una punta del iceberg de los turbios manejos de la élite, su impunidad y del quehacer político en Estados Unidos.

Jeffrey Epstein, de ascendencia judía, y su pareja, la heredera británica Ghislaine Maxwell, fueron arrestados hace seis años y acusados de operar una enorme red de tráfico sexual que, supuestamente, involucraba a miles de clientes. Epstein instaló cámaras ocultas en sus opulentas residencias y en su isla privada del Caribe, Little St. James, para grabar a sus influyentes amigos (políticos de varios países, grandes empresarios, miembros de la realeza y otros) participando en actividades sexuales y abusando de adolescentes y menores de edad. Oro para el chantaje.

Epstein murió en 2019 en extrañas circunstancias —aunque declarado oficialmente «suicidio»— un mes después de ingresar en el Centro Correccional Metropolitano de Nueva York. Tras su muerte, salieron a la luz numerosos documentos, testimonios y demandas reveladores de la magnitud de su red internacional, aunque el magnate venía siendo investigado desde 2005.

Se generan múltiples interrogantes: ¿Tenía Epstein, para ello, conexiones con los servicios especiales yanquis? ¿Formaban parte de una operación de inteligencia del Mossad israelí, como algunos expertos señalan? ¿Es que se utilizaron para chantajear a figuras políticas en función de conformar y asegurar torcidas acciones de gobierno? ¿O se utilizaron para ambas cosas?

El conocido periodista conservador Tucker Carlson afirmó sobre Epstein: «es extremadamente obvio, para cualquiera que lo vea, que este tipo tenía conexiones directas con un Gobierno extranjero». «Ahora, nadie puede decir que ese Gobierno extranjero es Israel porque, de alguna manera, nos han intimidado para que pensemos que eso es una grosería… y porque decirlo en voz alta está como prohibido en el discurso político dominante». El encubrimiento, agrega, consiste en ocultar la participación del Mossad en un elaborado plan de chantaje.

En 2019, los periodistas Dylan Howard, Melissa Cronin y James Robertson afirmaron que Epstein trabajaba para el Mossad israelí, basándose sobre todo en el testimonio del exagente israelí Ari Ben-Menashe. Otras informaciones han revelado que Epstein viajó a Israel en 2008 y en otras ocasiones, y llegó a invertir en una empresa conectada con la industria militar, cuyo presidente era el ex primer ministro israelí Ehud Barak.

El magnate también se relacionaba con personas poderosas de los dos principales partidos políticos estadounidenses. Transportaba a menores y amigotes en su jet privado, entre ellos famosos como el expresidente Bill Clinton y Trump, según consta en registros de vuelo publicados, aunque muchos otros han desaparecido.

Se incrementan las pesquisas

El caso ha resucitado la relación entre Epstein y Trump, lo que provocó que este se lanzara a toda clase de maniobras de distracción, y enfrenta desafíos políticos por su manejo. Informes recientes reavivaron el escrutinio de la larga relación entre ambos y una revuelta que no logra sofocar Trump en su propio partido, entre las no pocas y contradictorias revelaciones ni los muchos vericuetos del caso.

Hace algunas semanas el Wall Street Journal, y luego The New York Times, dieron cuenta de una reunión en la Casa Blanca, donde la fiscal general, Pam Bondi, habría comunicado a Trump que su nombre salía «múltiples» veces, como el de «muchas otras personas» en los papeles de Epstein en poder del FBI. Sin embargo, aunque Trump fue amigo y socializó con el millonario pederasta durante 15 años, señalan que no basta para concluir que incurrió en ninguna conducta delictiva relacionada con Epstein.

Aunque este es uno más de los muchos escándalos que tienen lugar en los círculos de poder y en el quehacer de la política en EE. UU., este caso cobra de momento gran dramatismo y podría tener serias consecuencias, pues cada nuevo informe complica aún más a Trump y aumenta la presión desde ambos partidos. Crecen los reclamos para que las listas de «clientes» de Epstein en manos del Gobierno sean reveladas.

En los importantes detalles que se discuten aparecen elementos que alimentan las dudas sobre la repentina muerte, y en extrañas circunstancias, de Epstein, que alimentan teorías conspirativas, llaman la atención a que, en la noche de su muerte, su compañero de celda fue transferido, no se efectuó la ronda de inspección requerida, los dos guardias de turno se quedaron dormidos… y fallaron las cámaras de seguridad.

La negativa del Gobierno a publicar los archivos y videos de Epstein no solo busca proteger a Trump, sino también a la clase dominante, a los donantes multimillonarios y a una repugnante camarilla de políticos, tanto demócratas como republicanos.

Epstein conocía desde hacía mucho tiempo al príncipe Andrés de Inglaterra y asistía a fiestas con personas prominentes, como Bill Clinton, George Stephanopoulos, Donald Trump, Katie Couric, Woody Allen y Harvey Weinstein. Sus contactos incluyeron a Rupert Murdoch, Michael Bloomberg, Alec Baldwin, y miembros de las familias Kennedy, Rockefeller y Rothschild; también a los ex primeros ministros Ehud Barak, de Israel, y al británico Tony Blair, y al príncipe heredero de Arabia Saudita Mohammed bin Salman.

El público debería creer que Jeffrey Epstein no tenía una lista de clientes, que nunca chantajeó a nadie y fue el único responsable de su propia muerte. Esas maniobras de ocultamiento desde la Casa Blanca sacuden ya la confianza de buena parte de las bases de apoyo a Trump e impactan su ejercicio de gobierno, pues pone de manifiesto cómo los tribunales y las fuerzas del orden se confabulan para proteger a figuras poderosas que cometen delitos. Queda al descubierto la depravación de una clase dirigente que no rinde cuentas a nadie, y es libre para violar, saquear y manipular tras bambalinas el quehacer seudodemocrático de la política.

Hay división entre los republicanos. No pocos reaccionan negativamente ante Trump, otros muchos mantienen su respaldo, considerando la cobertura mediática como una conspiración contra el Presidente. Mas las encuestas muestran una opinión pública mayoritariamente negativa hacia la gestión del asunto por parte de Trump, en momentos en que su respaldo general entre la ciudadanía está muy disminuido. «Este es un momento en el que Trump se siente débil, está perturbado», dijo Steve Schmidt, estratega político y exoperador de campaña.

Trump ha rebasado momentos críticos: una condena por delitos graves; fue enjuiciado y absuelto dos veces; un juez lo declaró responsable de agresión sexual; adeuda potencialmente millones de dólares en demandas por difamación; evitó un posible procesamiento y una pena de prisión considerable por el manejo indebido de material altamente clasificado. Contratiempos que no le impidió ser relegido.

Pero el fantasma de Jeffrey Epstein parece acecharlo mucho más cuando algunos le acusan de encubrimiento, mentir y de falta de transparencia. Prevalece la idea de que Epstein estaba involucrado de alguna manera en un turbio engranaje con potencial de influir y manipular las acciones e instituciones del Gobierno.

El momento ofrece en bandeja un raro regalo político y una oportunidad para los demócratas —desolados y en estado de confusión desde la aplastante victoria de Trump en noviembre pasado—, e intentan frenar la expansión de los poderes del Presidente; aunque la Administración acosada pretende tomar la ofensiva e intenta desesperadamente darle un giro a la situación.

Así se debe interpretar la súbita presentación de una serie de documentos confidenciales por parte de Tulsi Gabbard, la directora nacional de Inteligencia que, según afirma, demuestran de que durante la campaña electoral de 2016 tuvo lugar una «conspiración traicionera» —conocida como Rusiagate— orquestada por el entonces presidente Barack Obama y altos funcionarios, para dañar a Trump con el supuesto de que estaba en contubernio con Rusia para manipular a su favor el resultado de las elecciones presidenciales. Gabbard pide el procesamiento de Obama por «traición» cuando Trump está siendo objeto de un particular escrutinio.

La historia de Epstein es una ventana a la bancarrota moral, el hedonismo y la codicia de la clase dominante. Esto trasciende las fronteras políticas. Es el denominador común que ha caracterizado a políticos demócratas como William Clinton, a filántropos como Bill Gates, a la clase multimillonaria y a Trump, un sobreviviente a muchos escándalos, pero ahora ante una nueva prueba que pudiera afectar los alineamientos electorales en 2026 e incluso derivar en un enjuiciamiento político del Presidente.

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