Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La libertad en una gota de agua

Autor:

Juana Carrasco Martín

Las gotas de agua van llenando la que fue una latica de refresco. Puede tomarse. Es destilada por el aire acondicionado, desde donde caen hasta la acera de una avenida de Luanda. Es mayo de 1991. La guerra ha terminado y los últimos soldados cubanos en Angola están a punto de regresar a la Patria.

La latica es de Joao, con sus cinco o seis añitos de vida sacia su sed con esa agua. Él es uno de los miles de desplazados y huérfanos de los largos años de guerra. De mirada tierna y sonrisa fácil, nos llama «primos» a los dos o tres periodistas cubanos que aguardamos a que un transporte nos lleve de regreso hasta los predios de la Misión Militar. Son más de las tres de la tarde, el estómago nos lo anuncia con persistencia y llevamos en aquella esquina más de dos horas de espera.

Joao tiene mucha más hambre que todos nosotros juntos. La suya es de un día tras otro, aunque la sabiduría y la madurez que da la calle obligada le enseña cómo «satisfacerla». Algún alma caritativa le ha dado un paquete de galletas de chocolate, todo un manjar para el pequeño. Las deshace de su envoltorio transparente y —como Pilar, que SÍ tenía más zapaticos rosas en su casa— nos brinda lo que sería su frugal almuerzo. Quiere compartirlo con los amigos. Joao nos cuida…

Nunca he olvidado al pequeño, y muy a menudo recuerdo su manita extendida con la golosina, su gesto no aceptado, la más hermosa expresión de solidaridad que he visto en mi vida.

No era el único niño, en ese camino de vidas rotas por una guerra impuesta, que había buscado refugio y cariño entre los cubanos. Recuerdo a otros oliendo —también en laticas vacías de refresco— la gasolina que endrogaba sus cerebros y les hacía olvidar el hambre, la verdadera. Por todos ellos se hacía hasta el sacrificio de la vida.

Por estos días lo tengo más presente que nunca. Quiero pensar que si sobrevivió a los horrores de su quimbo arrasado, y recorrió quién sabe cuáles caminos inhóspitos de su país, hay un hombre joven angolano llamado Joao que puede disfrutar de una tierra peleada a sangre y fuego junto a hermanos y una independencia que este 11 de noviembre cuenta ya 40 años.

¿Será alguno de los que estudia Ingeniería en Camagüey, Medicina en la ELAM, o cualquier otra carrera universitaria en Santa Clara o Santiago? ¿Habrá estado entre los alumnos de los tantos profesores cubanos presentes en ocho universidades de Angola? Quizá él mismo sea maestro en su tierra, o extraiga la riqueza petrolera de Cabinda que va cimentando el desarrollo de su país…

Estoy segura. Él también hoy es protagonista verdadero de una nueva historia, heredada de aquella epopeya que nos unió como pueblos, y espero que posiblemente trabaje para que ningún otro Joao angolano tenga que beber el agua que destila el aire acondicionado de un edificio de oficinas en la bella Luanda.

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