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Un hereje en tiempos de creación

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Un hereje en tiempos de creación

por Fernando Martínez Heredia

El niño Ernesto fue un gran lector, y el adolescente un enamorado de las ideas, pero desde temprano en su vida salió en busca de la acción. Enrolado en una lucha armada, pronto descolló en ella y fue uno de los protagonistas de la guerra revolucionaria cubana. El Che fue el nombre de bautizo de un hombre de acción.

En los seis primeros años del poder revolucionario tuvo una actividad intensísima, política, administrativa e intelectual, como recoge esta colección. Y en los dos y medio últimos años de su vida volvió a ser, sobre todo, un hombre de acción. Así se podría describir el transcurso de su existencia.

Pero lo cierto es que Ernesto Che Guevara fue un hombre de ideas, y las ideas guiaron siempre su actuación, aunque fue uno de esos raros casos de una persona que es descollante tanto en el pensamiento como en la acción. En todo momento pensó el mundo en que estaba viviendo, sus rasgos y sus problemas esenciales, analizando tanto las cuestiones inmediatas como los aspectos trascendentes de la causa en que se involucraba.

Aprendió que la praxis es creadora de realidades que los sistemas de pensamiento no pueden admitir o no creen posibles. El Che pensador intentó que el desarrollo de las nuevas realidades creadas probara el acierto de las ideas más revolucionarias —al mismo tiempo que impulsaran y transformaran esas ideas. Buscaba también en esa dialéctica un suelo social a la parte que en sus definiciones conceptuales le pedía prestada al futuro. El Che no convertía su concepción en una camisa de fuerza dogmática, y le reclamaba a sus compañeros de actuación que pensaran, y que ejercieran la libertad de pensar.

Che fue un hombre de estudios, que practicaba sistemáticamente la superación personal, la pregunta y la duda, sin ceder nunca a la tentación de creerse un sabio. No se arropaba con la teoría marxista ni se escudaba en ella. Criticó a fondo la corriente que en aquella etapa era la más poderosa e influyente dentro del socialismo y el marxismo, pero nunca pretendió hacer tienda aparte con sus ideas. Sin embargo, la necesidad y su genio lo llevaron a producir una concepción específica, suya, que engrosó y desarrolló una corriente revolucionaria del marxismo que había sido relegada, en un momento histórico crucial.

El Che fue un hereje. En tiempos de creación revolucionaria, la herejía es fundamental, porque lo instituido obra a favor del orden vigente o del que ha existido siempre, y nunca actúa a favor de los cambios profundos y radicales de las personas, las relaciones, la vida y las instituciones.

Su despedida de la etapa que está recogida en El Che en la Revolución cubana fue nada menos que El socialismo y el hombre en Cuba, uno de los textos fundamentales de la historia del pensamiento revolucionario en América Latina. Es el manifiesto comunista de la Revolución Cubana, la proclama que le explica al mundo la verdadera naturaleza del socialismo y el camino de liberaciones que necesitan recorrer los seres humanos y las sociedades. Y en la obra del Che, este texto expresa la síntesis de su pensamiento maduro sobre la transición revolucionaria del capitalismo hacia el socialismo y el comunismo, y el inicio de una nueva etapa de su profundización. Y en los días en que se preparaba para marchar a la guerra en Bolivia escribió el Mensaje a los pueblos del mundo desde la Tricontinental, que es uno de los momentos culminantes de las ideas sobre estrategia revolucionaria latinoamericana y del llamado Tercer Mundo en una época singular, la de la segunda ola revolucionaria mundial del siglo XX.

En los últimos dos años y medio de su vida, que se inician con la partida hacia África, Ernesto Che Guevara se dedicó a dos tareas: impulsar la revolución en el mundo, con el arma en la mano, para ayudar a forzar la situación a favor del campo popular y de la causa cubana; y desarrollar su concepción teórica y su exposición escrita, para servir mejor al pensamiento crítico comunista y de liberación. La primera tarea fue la priorizada, a ella le dedicó sus esfuerzos constantes, su audacia y su entrega revolucionaria, y por ella dio su vida.

(Fragmentos de la presentación del tomo 7 de la obra El Che en la Revolución Cubana, durante la Feria del Libro de La Habana 2017).

 

Renacer en cada cubano

por Ana Lilian González Rodríguez

Cada mañana, en las escuelas y aulas del país, se oye la consigna. Un fuerte grito a coro que, junto al saludo a la bandera de la Estrella Solitaria, promete una juventud seguidora del ejemplo de Ernesto Guevara de la Serna.

Una promesa y una meta, un sueño que para muchos no alcanza con solamente cumplir con nuestra Patria; se les hace necesario también llevar el espíritu revolucionario a otras latitudes que precisen de la luz que emanaba del alma del Guerrillero Heroico.

Son muchos los pioneros que buscan seguir los pasos de aquel que se valió únicamente de su inquieto espíritu para emprender un viaje por diversos países de América Latina; el mismo recorrido que le revelara los horrores de la explotación y la discriminación causados por el imperialismo y le impulsara a unirse al movimiento revolucionario cubano.

Y es que la figura de aquel barbudo que lucía una boina con la estrella de cinco puntas, representa para todos los pioneros cubanos un héroe, un Comandante que se alzaba desde lo alto de la Sierra, un gigante que resurgía de cada batalla que libraba, como solamente lo hace el Ave Fénix; el titán de carne y hueso que combatió en Santa Clara hasta conseguir la ansiada victoria.

El Che, más que un médico fue un revolucionario internacionalista. Entregó su vida a todas las causas que le parecieron en otras tierras. Se sensibilizó con la situación reinante en Guatemala luego del golpe de Estado contra el Gobierno de Jacobo Árbenz, en 1954; luchó como un cubano más por nuestra independencia, y entregó su último aliento de vida en la guerrilla boliviana, movimiento que culminaría con su cruel asesinato en octubre de 1967.

Es por ello que Ernesto Guevara de la Serna renace en el corazón de todos los cubanos que desde pequeños supieron cumplir con su quehacer revolucionario, y que aportan desde cualquier humilde posición.

Porque el futuro de esta Isla, independiente y soberana, está en manos de grandes hombres y mujeres que no se conformarán con libertades a medias y que serán portavoces de los ideales de nuestra Patria.

Porque seguir su ejemplo significa no darse por vencido ante las adversidades que puedan aparecer en el camino, ser intransigente y laborioso en cada momento y luchar por los ideales que nos guían. Significa cambiar lo necesario y al precio que se requiera. Significa, sobre todas las cosas, ser un revolucionario en el amplio sentido de la palabra.

Nuestra Cuba tiene a miles de Ernesto que han crecido dentro de las aulas y que serán capaces de defender todo lo que les fue entregado por el sacrifico de hombres como él, pues mucho antes de vestir aquella primera pañoleta azul ya se declaraban seguidores del ejemplo que legó, con la sencilla, pero profunda consigna: «¡Pioneros por el comunismo, seremos como el Che!».

Universalizar el amor

por Pablo Antonio González López

Hace poco me contaron la anécdota de un profesor que pretendía demostrar a sus alumnos la inviabilidad del socialismo. Realizó el siguiente experimento: las notas de los estudiantes después de cada examen serían promediadas con las del resto del aula, y el resultado lo registraría como la nota final de cada uno.

El método agradó a aquellos discípulos que no estudiaban ni perseveraban, mientras que los aplicados perdieron el interés por estudiar, pues su sacrificio no se equipararía a la puntuación que obtendrían. Para el final del semestre todos los escolares suspendieron los exámenes por el generalizado deseo de no esforzarse. El profesor concluyó entonces con la tesis de que el socialismo conducía a la mediocridad y la falta de productividad.

La anterior no es más que otra torcida historia de cómo algunos interpretan el socialismo, con un colectivismo a ultranza que niega el papel del individuo.

Al oír semejante historia, comprendí que partía de una tesis incorrecta; porque si un engranaje falla en la máquina, no quiere decir que esta es inútil, valoraría el Che. La solución era buscar la pieza defectuosa. Recordé entonces la premisa fundamental de la obra del Héroe de La Higuera El socialismo y el hombre en Cuba, que sale al paso precisamente a quienes por errores y distorsiones de determinados modelos de socialismo, acusan a este ideal de anular al individuo en aras del Estado, de la colectividad, cuando en realidad la apuesta del Che es la de liberar al hombre de toda enajenación y forjar lo que denominó como el hombre nuevo.

En 1965, Ernesto Guevara escribió este ensayo, en el que habla sobre las singularidades del socialismo cubano y de los caminos para poder arribar a su estadio superior: el comunismo.

Su teoría del surgimiento del hombre nuevo u hombre socialista responde a la necesidad de educar a un individuo, que a la vez de libre, se sienta responsable con la sociedad, con la humanidad toda. Sin embargo, el Che no negó al individuo, sino que enfatizó en la necesidad de concientizarlo respecto a su papel en la comunidad en la cual vivía.

El Che reconoció que era difícil entender, para quien no vivía la revolución, la estrecha unidad dialéctica  existente entre el individuo y la masa, donde ambos se interrelacionan, y a su vez, la masa, como conjunto de individuos, se interrelaciona con los dirigentes.

«No se trata de cuántos kilogramos de carne se come o de cuántas veces por año pueda ir alguien a pasearse en la playa, ni de cuántas bellezas que vienen del exterior puedan comprarse con los salarios actuales. Se trata, precisamente, de que el individuo se sienta más pleno, con mucha más riqueza interior y con mucha más responsabilidad.

«Nuestros revolucionarios de vanguardia tienen que idealizar ese amor a los pueblos, a las causas más sagradas y hacerlo único, indivisible…».

El mundo cambia, no pocas veces convulsiona, y con él nosotros. Sin embargo, a veces, para dar un paso adelante, es necesario acudir a quienes nos pueden dar respuestas para el presente.

Todos los caminos conducen a él

por José Adrián Atanes Hernández

Realizaba un reportaje sobre Tania la Guerrillera cuando encontré la dirección de la casa donde vivió durante su estancia en La Habana, en 1961, gracias a los investigadores Adys Cupull y Froilán González.

Aquel día sentí una gran felicidad. Iba a visitar la casa de esa joven leyenda, la única mujer de la guerrilla del Che, la flor de Río Grande.

Me habían comentado que la vivienda se encontraba en perfectas condiciones, y que Tirsa, la propietaria del inmueble, mantenía todo lo obsequiado por Alicia Alonso a Tamara Bunke a su arribo a la Mayor de las Antillas.

Al llegar al apartamento número tres, sito en la avenida Tercera, entre las calles 18 y 20, municipio de Playa, en La Habana, me sorprendió la conservación del lugar, como si no hubiesen pasado más de 50 años.

Tirsa es una cubana auténtica y atenta con la que conversé sobre la casa y sobre Tania, donde dormía, donde recibía las visitas, sus manías…

Hablamos de recuerdos muy interesantes por casi una hora, cuando descubrí que una de sus vecinas fue gran amiga de Tania y compartió, en no pocas ocasiones, con el Che.

Bajamos urgentemente a la casa de la señora. Tirsa me indicó el nombre de la anciana. Apresuré el paso, porque pensé que iba a perder esa valiosa fuente.

Me recibió un señor de más o menos 70 años a quien, después de dar los buenos días, le pregunté por la amiga del Che y de Tania.

Al fondo de un pequeño portal, sentada a una mesa de hierro, respondió una señora con voz temblorosa: «Soy yo, yo soy Victoria Elisa León Portales, la amiga del Che y de Tania».

Ella conoce más que todo sobre la vida de la guerrillera germano-argentina en Cuba. Vivía, según comentó, «metida» todo el tiempo en su casa, e incluso le enseñó español e historia.

Después de hablar mucho sobre la vida de Tania, pregunté si en verdad conoció al Che, pues no me había hablado nada de él. Me respondió con un sí orgulloso.

Sus ojos se llenaron de brillo cuando me relató que el Che visitaba a cada rato a Tania, que era normal para ella verlos y conversar. Contó que el Guerrillero le exigía mucho que estudiara, que se hiciera grande, y para serlo, le agregó, debía ponerle mucho amor a las cosas, debía sentir mucho amor por lo que hacía.

«Por él y por Tania luché, estudié y me hice enfermera. Duré cinco décadas en la profesión», señaló Victoria.

La anciana de 72 años contó que lloró como una niña cuando se enteró de la muerte del Che en Bolivia, de hecho, comentó que a estas alturas todavía no se adaptaba a esa idea: «Un hombre como él no podía terminar así. Aunque murió haciendo revolución. Ese, según él, es el deber de todo revolucionario». 

Me despedí satisfecho y agradecí a Victoria por su tiempo. Cuando iba a tomar la puerta la entrevistada me pidió cortésmente una foto del Che.

Yo, apenado, le dije que no tenía ninguna conmigo, pero me comprometí a llevarle una. Victoria sonrío y dijo: «Te pido la foto porque no tengo ninguna y me encantaría tener al menos una, pero déjame decirte algo, con los grandes como él, más valor que las fotos, tienen las acciones, que son las que verdaderamente demuestran si somos o no fieles seguidores de su ejemplo».

Aún no he llevado la foto a Victoria aunque, si está leyendo estas líneas le juro que no me he olvidado. Como tampoco lo he hecho con esas palabras finales.

Así se vive al Che. No alcanza citarlo, pronunciar un lema, guardar una pintura, reverenciar un busto o un monumento. A él se le honra desde dentro, predicando con el ejemplo y poniendo amor en cada obra sin importar lo pequeña que parezca.

Más que un hombre

por Pedro Alberto Sosa Tabío

En nuestro país solemos usar el término revolucionario para referirnos a alguien o algo que está a favor de la Revolución Cubana. Pero quisiera utilizarlo en su significado universal: el de una persona que promueve cambios radicales en el entorno que le rodea.

De Jesús de Nazaret, más allá de las creencias religiosas, se dice que fue el primer revolucionario, porque se comportó de forma distinta a la mayoría de las personas de su época.

Llovió mucho desde entonces hasta el 14 de junio de 1928, cuando en Rosario, Argentina, naciera un niño asmático llamado Ernesto Guevara de la Serna. Él creció, y tuvo la necesidad de conocer la realidad de las tierras que lo rodeaban, no solo las argentinas, sino las latinoamericanas. Así realizó viajes en moto, o imaginarios, por cuanto territorio pudo de América Latina, y conoció las realidades de obreros y pobres de muchos lugares.

Por último, se encontró con un grupo de cubanos en México que, bajo la dirección de Fidel, se disponían a independizar a Cuba. Ernesto no tenía ningún lazo con la Mayor de las Antillas, a no ser la necesidad compartida de ser libres, y eso le bastó para zarpar en el Granma a luchar por ella.

Cuando esa guerra terminó, la Revolución Cubana había triunfado y Guevara era conocido en todo el mundo como un héroe. Pudo haber vivido una vida cómoda en la isla liberada, pero no hubiera sido un revolucionario universal si así lo hubiera hecho.

¿Qué lleva a un hombre a luchar de esta forma? Solo una causa justa, y cuál mayor que la libertad de los pueblos. Como Bolívar lo había hecho antes, el Che peleó por quien fuera oprimido, no importaba si estaba en África o América.

En el momento en que llegó su lamentable fin se encontraba igualmente peleando por sus ideales, como siempre vivió. Bolivia fue el país donde libró sus batallas finales contra la injusticia.

Luego de haber sido brutalmente asesinado, los residentes de la zona lo convirtieron en santo, y aún hoy le rezan. Aseguran que su rostro se parecía mucho al de Jesús en la cruz.

¿Será que los verdaderos revolucionarios, no importa la forma en que mueran, siempre conservan el gesto benigno y reconfortante que da aliento a los pueblos?

Lo cierto es que el Che aún vive, se le puede ver en cada manifestación de izquierda, en cada acto que se oponga a la opresión, en el pensamiento de todo líder revolucionario de hoy en día.

Cuando los hombres son muy grandes dejan de ser simples personas y se convierten en ideales. Por eso Ernesto Guevara aún es el ejemplo de todo aquel que intenta ganarse la libertad y el pan que le han sido negados.

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