Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Hoy regañan a Meñique...

Autor:

José Aurelio Paz

Los sorprendí, indiscreto como soy, y quedé mudo. Eran la ternura misma saliendo a paseo cual si el mundo les perteneciera por completo y el tiempo no importara.

Era el Bulevar avileño un mar de gentes que, como apuradas y convulsas olas, iban a lo suyo en la agonía mañanera de encontrar lo que buscaban, ya fuera un sueño o un jabón barato para bañarse, incluso una posta de pollo para la sopa salvadora del día.

No quise interrogar. No quise ser periodista. No quise romper la magia de esta imagen que mi cámara se apresuró a encarcelar, en su encuadre, pretendiendo atrapar el invisible espíritu de ese instante que aleteaba sus ternuras.

Una paz interior compartía el abuelo (¡o bisabuelo, a saber!) con su nieto. El fruto, más que de un apellido cualquiera, de ese afecto entrañable que es la familia y, a veces, deshilamos con actitudes vanas. Me dije que el título de la foto podría ser, aludiendo a un verso de esa cancioncilla que nos ha acompañado en el difícil arte de crecer, «Hoy regañan a Meñique...».

Quise imaginar, entonces, a la madre del pequeño apurando los requisitos de la travesía antes de irse al trabajo: esa jabita de nailon tejido que no pasa de moda en la vida de nuestros niños más humildes, aunque lleguen mochilas de otros universos y calidades, con aires conquistadores, e imágenes de Mikey y Mini, Spiderman o Pocahontas, dentro de toda una fauna Disney pretendiendo desdibujarnos el paisaje; un pomito de agua y otro de jugo «por si el bebé te da una tángana por hambre o sed y hay colas en todos lados», o no te fías del agua con que están hechos los refrescos callejeros que, de tan naturales, pueden llegar a implantarle un «zoológico» en el estómago; el coche «para que el niño no se canse» y una maleta llena de recomendaciones de las que, los abuelos, se ríen en silencio: «Acuérdate de no quitarle el ojo de encima que se te pierde en una cuarta de tierra; ten cuidado no se caiga y se parta un dientecito; fíjate bien al cruzar las esquinas no venga algún carro y no lo veas; que no se te olvide traerlo a la hora que le toca el almuerzo, ¡ah y por si se orina llevas en la bolsa un “pamper” desechable, aunque si se lo cambias no me botes el otro que ese yo lo lavo y lo reciclo...». 

Y hasta ella hace en silencio una oración, sin que ninguno de los dos paseantes se percaten: «Que Dios me los proteja y me los traiga sanos a casa».

Juraría que el padre quiso darle un celular al abuelo por si se le presentaba alguna emergencia y el viejo respondería, molesto, que él no sabe nada de esos aparatos «que traen a la gente boba», y que se dejaran de tanta estupidez que nada les podría pasar si él crió a sus hijos sin tantos miramientos ni tecnologías y los hizo hombres de bien; pero, sobre todo, que él aún no está chochando.

Mas, después, cuando ya estuvo solo se diría: «¡Qué caramba! A los míos los llevé demasiado recio. Que la disciplina la pongan ahora ellos. Yo a disfrutar de mi nieto y darle todos los gustos que me permita la vida».

Mas la historia debe haber cambiado no más pisar los primeros falsos adoquines de ese paseo. Tiene el niño que haber fruncido el ceño como diciéndole al abuelo: «¡Oye, compadre, bájame de este incómodo aparato, donde me tienes prisionero, que yo no soy tan fiñe como parezco!».  Y el capitán, irremediablemente dócil ante el silencioso reclamo o el berrinche de su único y amado grumete, izaba las velas de su alma, obedeciéndolo sin chistar para no contrariar al futuro vigía de la familia.

A mi lado pasaron, y juro que no sé quién paseaba a quién, pero el instante era mágico como el encantamiento entre la zorra y El Principito.

Los perdí de vista, pero tampoco dudo de que, horas después, hayan regresado a casa el anciano montado en el coche, extenuado y dormido, conducido por su nieto quien, fresco como una lechuga, de seguro le dio su biberón, le cambió el pañal desechable y se dijo: «Cansé tanto al abuelo que mamá va a estar feliz porque le dará tiempo a hacer las cosas de la casa antes de que se despierte».

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