Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El referendo, y lo que sobreviene

Autor:

José Alejandro Rodríguez

Ya nada podrá soslayarse en materia de democracia y participación popular, después de la varilla tan alta que nos dejaron, primero la consulta popular de la Constitución, y después la validación mayoritaria de esta en el referendo.

El debate masivo de la nueva Carta Magna fue un ejercicio de libertad suprema, con absoluto respeto a la diversidad de criterio, incluso a la otredad, en cuestiones esenciales de la sociedad cubana: una suerte de termómetro de la opinión pública, acerca de cuestiones cardinales y estratégicas para el futuro del país.

Garantía de la independencia, soberanía y justicia en un socialismo que transita hacia un modelo más pleno y eficaz y va dejando lastres y dogmas, la naciente Constitución renovó su articulado en buena parte, para adecuarse al cuerpo cambiante del país y a las realidades de este mundo, sin abandonar los principios esenciales de la Revolución Cubana.

Es una Ley de leyes mucho más moderna, flexible y dignificante, al reconocer en un haz unitario las complejas y diversas realidades que registra el tejido de la nación. Amplía los derechos del ciudadano y de las instituciones, y precisa más los deberes de ambos, al tiempo que les da, mayores garantías para esos derechos y deberes.

El debate masivo de la Constitución nos dejó un referente insoslayable para el ejercicio futuro de la democracia socialista: las decisiones mayores de la familia Cuba hay que empaparlas primero de pensares y sentires populares, y estructurarlas también con los criterios de los expertos y los diagnósticos de la investigación científica. Sin improvisaciones ni imposiciones. Ya no debe ser la unanimidad, sino el consenso, lo que garantice el necesario equilibrio para la unidad.

No pueden obviarse las circunstancias tan complejas en que se celebró la votación, tanto por las actuales dificultades internas del país, como por el arreciamiento de la hostilidad imperial, con una guerra mediática y otras falsías, que tiene sus tropas invasoras allá y aquí.

Y los resultados finales del referendo deberán ser objeto de estudio permanente por la institucionalidad gubernamental y partidista. Las cifras, aun cuando son más contrastantes que en anteriores votaciones, reflejan el mayoritario respaldo popular a la Revolución y el socialismo, en una Cuba más diversa. El Sí de hoy es más definitorio y elocuente, en una época mucho más sutil y delicada, con menos complacencias y zonas de confort en el pensamiento.

Los No y las abstenciones, lejos de quitarnos el sueño, hay que enfrentarlos con realismo y valentía política, sin reconcomios, incluso hacia los que puedan definir una actitud de rechazo político a la Revolución.

Para los decisores, es asunto a tener en cuenta con realismo, y a la vez con sentido proactivo. El trabajo político y la gestión gubernamental deben elevarse mucho más en materia de resultados visibles, en convencimientos y en el noble y dificultoso arte de seducir y atraer. Que el alejamiento sea obra individual y de cada quien, y no promovamos molestias y desencantos con los errores de la gestión pública.

Nunca como hoy, los nobles principios del socialismo  tienen que aterrizar en eficiencia y eficacia concretas allí en la realidad, y no quedarse en palabras y meros propósitos. Hay que demostrar todos los días las bondades del sistema, como se ha hecho a raíz del paso del reciente tornado en La Habana.

Luego de refrendarse la nueva Constitución, sobreviene lo más complejo, que requerirá de toda la sapiencia, inteligencia y realismo: la adecuación de las leyes derivadas de la Carta Magna en todos los órdenes del país. Decretos y resoluciones auxiliares que deben poner en práctica los principios de la Constitución ante la terca vida. El mayor desafío es que toda esa legislación interprete con agudeza el espíritu de la Ley de leyes, e igualmente responda a los requerimientos y urgencias de la realidad, no deje vacíos y aúne, como nunca antes, lo legal con lo justo y posible.

Y ser consecuentes con la propia Constitución que armamos y aprobamos entre todos. Cumplirla cabalmente todos los días y no engavetarla con los días y las rutinas. Habrá que imponer orden, respeto y rigor ante la disfuncionalidad institucional y la indisciplina social que han desatado impunidades durante años. No será fácil el entronizar el espíritu  del Derecho. Pero el pueblo que debatió y aprobó su Carta Magna va ganando en cultura constitucionalista y va a exigir mucho más por lo que refrendó, de manera que las leyes derivadas, y las propias instituciones públicas, tendrán que estar mucho más preparadas, y despojadas de tanta costra burocrática, para responder a los reclamos ciudadanos.

El derecho de unos termina donde comienza el de otros. Y el deber es de todos. El deber con Cuba, con la dignidad plena del hombre, por sobre todas las cosas.

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