Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Los matices del saber

Autor:

Juan Morales Agüero

Cierta vez, en mi época de estudiante de Periodismo en la Universidad de Oriente, en Santiago de Cuba, le escuché decir a un profesor: «Los periodistas deben saber algo de todo y todo de algo». Confieso que el retruécano me agradó por lo ingenioso, pero me desconcertó por su mensaje. «Así que algo de todo y todo de algo…» —repetí para mis adentros, con cierta dosis de suspicacia—. «¿Acaso será eso posible?».

Concurrió a mi memoria una reflexión atribuida al periodista español Ignacio Ramonet. El director de la publicación Le Monde Diplomatique dijo alguna vez que, si hace unas décadas estábamos desinformados por defecto (las fuentes se limitaban a los libros y los periódicos), hoy lo estamos por exceso (abruma la cantidad de contenido existente en las redes).

Me resultó entonces quimérico lo que mi profesor les exigía a los periodistas. Pero aun si fuera alcanzable, ¿por qué solo a nosotros? ¿Por qué no incluir también a quienes son ajenos a la tinta, la cámara y el micrófono? En materia de saber —de todo, de algo e incluso de nada—, hay gente en el mundo con deudas por saldar. En la era de la información, persisten en negarles a sus neuronas ese valioso regalo cognoscitivo.

Pienso, en particular, en algunos jóvenes. Me maravilla el dominio que exhiben en el manejo de las nuevas tecnologías y las redes sociales. Manipulan sus teléfonos móviles con una destreza admirable. Hablan de aplicaciones y de software con familiaridad pasmosa. Para ellos, nada que provenga de la informática les resulta complicado. En cambio, están ajenos a lo que acontece en nuestro planeta en materia noticiosa.

Sobre el asunto conversé no hace mucho con un estudiante universitario de mi vecindad. Vino a mi casa a reinstalarme el sistema operativo de mi PC, y aproveché para sondearlo un poco en torno a su nivel de actualización. Resultó que no estaba, ni por asomo, al tanto de temas tan mediáticos como la compleja situación por la que atraviesa Venezuela o los exabruptos del presidente norteamericano Donald Trump.

Para mi asombro, me soltó que esos asuntos no le interesaban. «¿Qué me aportan? ¡Pues nada!», se preguntó y se respondió él mismo. «Lo mío es dedicarme a mi carrera y a profundizar en su dominio. Todo lo otro es secundario». Me interesé en saber si le gustaba la lectura, y, con la mayor naturalidad, me dijo que jamás había leído un libro. «Solo leo textos de mi especialidad, y casi todos descargados de internet».

Otra conversación similar la tuve con un padre. «Mi hijo le sabe un mundo a la Ortopedia, pero no ve noticieros ni lee libros», confesó con tono de lamento. «Nunca ha visitado un museo ni una exposición. Quisiera que lo hiciera, porque es bueno saber un poco de todo. Pero dice que esas cosas no le llaman la atención. Él no sabe hablar de otra cosa que no sea de lo suyo». «¿Y tú haces alguna vez eso que quieres para él?», le pregunté. Me confesó que nunca tiene tiempo.

Es formidable conocer a fondo la especialidad que se adoptó como profesión. Estar al día en sus nuevas técnicas, incorporarlas al repertorio personal y hacerse más competente en su ejecutoria es una pretensión legítima a la que nadie debe renunciar. Pero mirar por encima del hombro a otras ramas del saber, a las que los seres humanos han hecho importantes contribuciones durante centurias, es un acto lesivo a la cultura. La cultura general no se orienta por currículos.

«Los periodistas deben saber algo de todo y todo de algo». La frase de mi profesor alimentó mi perplejidad durante toda su conferencia. Cuando terminó me le acerqué y le dije con mucho respeto: «Profesor, no veo razón para que solo seamos nosotros los que debamos saber algo de todo y todo de algo, lo cual, por cierto, me parece fuera del alcance humano. Pero, aceptándolo, ¿no cree que la frase quedaría mejor si en lugar de periodistas pusiéramos personas?». Él me miró un momento, meditó y finalmente me dijo: «Estoy de acuerdo».

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