Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Ciberdificultad

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila

Si me permiten parodiar una canción de Amaury Pérez que me encanta, les voy a confesar que tengo un amor difícil con las redes sociales. No me despierto ni acuesto dando «laics» (dicho así, al estilo de mis vecinas) a estados ajenos, pero al menos una vez por semana abro mi perfil de «Feisbuk» para enterarme de qué celebran las primas o amigas, por dónde andan mis hijos mediáticos y qué añejo conflicto desmonta el activismo social con herramientas del humor, la denuncia, la socialización de artículos y la referencia a buenas prácticas por todo el país.

Si alguien me pide amistad se la doy, mientras no espere que mande mensajitos cada día o fabrique postales en fechas señaladas. Mis habilidades informáticas quedan muy por detrás de las manuales para materializar detalles y el tiempo es un amante escurridizo e hiperceloso, y aun así no me rinde como quisiera en esas escasas horas semanales de paseo internáutico.

Eso sí: cuando veo los memes de Rebeca Cabrales, los minipost de Yuliet PC, los hábiles desafíos de Paquito, las fotos cubanísimas de Dennis Valdés o los videos sobre animales inteligentes y amorosos (casi nunca humanos, qué pena), los ojos se me van, golosos, y los dedos teclean ligeros para agradecer o argumentar posiciones.

Aunque traten de endilgarle el cartelito quienes aún no entienden sus lenguajes y ritmos, las redes virtuales no son el Coco de la nueva era. Amén de la ciberchatarra (consumible cuando eliges exponerte a ella), también se viralizan mensajes con una gran carga de asertividad, optimismo y admiración hacia individuos, grupos, entornos, estilos de vida… actos que apelan a las fibras de la bondad para tejer un entramado de espontánea respuesta cívica, en la que veo muchos puntos en común con esa vocación que la Doctora Lidia Turner llamó Pedagogía de la Ternura.

Afortunadamente la posmodernidad ha significado un cambio de paradigmas en cuanto a la espiritualidad que se comparte públicamente (en las redes o a viva voz), y buena parte de la humanidad transita hacia una seria mirada interior en busca de recursos para sanar adicciones provocadas por ese paradójico consumo exterior, recetas que no excluyen aventuras al aire libre, ciclos de meditación, degustación de buena música, ejercicios físicos, tertulias amistosas…

Soy una mujer de abrazo y plática, como dice Péglez, mi hermano poeta, y reconozco que acumulo casi dos décadas de pueril resistencia a celulares, paquetes, blogs, cajitas para TV y cuanto invento huela a dependencia… pero no demonizo la tecnología. La adolescencia no se aísla del ambiente familiar por culpa de las pantallas, sino por falta de balance en la infancia con esos otros modos, hasta hace poco dominantes, de realizarnos como seres humanos en el espejo de la otredad: jugar en la calle, ir a parques o playas, visitar bibliotecas, hacer colas para el cine, compartir mesa en casa o el Coppelia…

Además, no soy tan ingrata: los medios informáticos multiplicaron por cien mil mi archivo de conocimientos sin gastar un centavo y me han nutrido de gente sin la que hoy me sería difícil imaginar la vida… y justo esa es mi dificultad confesable: ¡Ya no sé cómo catalogar eso que ocurre cotidianamente cuando no estoy frente a una computadora!

En esta profesión es un pecado no hallar el vocablo oportuno, fehaciente, esclarecedor, así que ayúdenme: ¿Cómo llamar al mundo que no se sustenta sobre ceros y unos? Decir espacio físico es absurdo, pues hay muchísima materia y razonamiento físico detrás de cada componente electrónico. Real no me sirve, porque internet es una realidad ampliada para llegar a lo que no percibimos de primera mano. Tangible tampoco, porque amor y dolor se comparten sin tocarse en ambos entornos, y ni hablar de corporalidad cuando los ruidos cotidianos o la contaminación del aire son menos materiales que un telemensaje vibrando en tu bolsillo.

En serio no tengo la respuesta. Confío en que alguien comparta la pregunta y alguna mente brillante en sus contactos se la aclare. Tarde o temprano ese hallazgo llegará a mi perfil, porque no hay chisme virtual que se esconda cien años, ni Firefox que lo resista.

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