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Higiene comunal: pensar en salud

Autor:

Roberto Díaz Martorell

John Steinbeck (1902-1968), escritor estadounidense y Premio Nobel de Literatura, expresó: «Por el grosor del polvo en los libros de una biblioteca pública puede medirse la cultura de un pueblo», y este redactor agregaría que también puede llegarse a la misma conclusión por la proliferación de basureros públicos.

Y aunque puede resultarle al lector una comparación exagerada y hasta fuera de contexto, le recuerdo que son los seres humanos quienes tenemos la capacidad de leer en esas bibliotecas públicas y entre otras la de generar escombros y desechos, los que en ocasiones muchos no los colocan en el lugar indicado y vulneran así la higiene comunal.

Usted puede ser de los que piensan que la observancia de las normas de la higiene pública es tarea de los Gobiernos locales, y es cierto, ya que existen medidas y decretos que sancionan las conductas que contravienen las regulaciones establecidas, pero al parecer no son suficientes o eficientes.

El decreto 272, artículo 18, es el que fija las cuotas de las multas de acuerdo con las indisciplinas tipificadas en el documento; sin embargo, o las multas no educan o se necesitan otras medidas punitivas, porque la responsabilidad con el buen estado higiénico de la sociedad es un deber de todos; los dirigentes, a quienes siempre se culpa, no son los únicos que se pueden enfermar, el resto también. La insalubridad se convierte en una bala perdida que no distingue nombre, raza, credo o posición social.

Es lamentable e incómodo salir de casa en la mañana y caminar por algunas calles en zig-zag para no pisotear alguna javita con basura u otro bultico sospechoso que «campea por su respeto» en medio del camino, a lo que se le suman el mal olor y los insectos que siempre acompañan a esos escenarios infecciosos. Realmente es todo un desafío evitable.

Usted coincidirá conmigo o no, pero los buenos hábitos de higiene y las costumbres positivas tienen la mejor escuela en el hogar. La exigencia que imponga la familia, junto al cumplimiento cabal de los deberes institucionales podría ser la fórmula perfecta, o necesaria, para lograr que las bibliotecas estén más limpias de polvo y nuestras comunidades también brillen por su higiene social.

Es cierto que la actual situación energética que vive Cuba limita mantener una frecuencia óptima de recogida de desechos; también es real que la empresa de Servicios Comunales no cuenta con todos los recursos necesarios, pero cabe preguntarse si se utilizan adecuadamente las reservas y otras alternativas, tanto subjetivas como objetivas, que involucren no solo a las instituciones, sino también al sector no estatal y a la población en general.

Recordemos que no es más limpio el que limpia, sino el que menos ensucia, por lo que urge adoptar medidas más enérgicas en aras de revertir el prolongado deterioro de la higiene comunal en algunos territorios del país, ya que si otras provincias exhiben una imagen diferente, limpia e higiénica de sus ciudades, demuestran que es posible.

Expertos en la materia aseguran que la higiene pública es el arte de conservar la salud de los pueblos; por tanto, no buscar y aplicar soluciones para mantener la ciudad saludable es un total contrasentido. Recuerde que las balas perdidas no llevan rótulo y usted también se convierte en blanco perfecto.

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